viernes, 6 de julio de 2012

LA FORTUNA DEL MENDIGO


"LA FORTUNA DEL MENDIGO"


Farsa en dos actos, original de
ROGELIO SAN LUIS

PERSONAJES
(Por orden de
aparición)
FLOR
NICOLÁS
CAROLINA
SERGIO
CRISTINA
ALFREDO
CELIA
DANIEL
- - - - - - - - - -
ESCENARIO
Lujosa sala de una suntuosa mansión, confortable y moderna, en los
alrededores de una gran ciudad. Se advierte la grandeza, equilibrio y
refinadísimo gusto en los detalles más insignificantes. Puertas en los laterales.
A la izquierda del foro, siempre del espectador, amplia escalera de mármol.
Puerta de la calle en el centro de este término. Baranda al jardín en el primero
derecho.

ACTO PRIMERO
(Se alza el telón. Atardecer de un día de otoño. La escena vacía. Se escucha
fuerte música de strip-tease, que va decreciendo hasta dejar de oírse. Suena
el timbre de la puerta de la calle. Por la derecha entra FLOR. Veinte y pocos
años. Viste riguroso uniforme de doncella. Abre la puerta y vemos a
NICOLÁS. Treinta años. Viste andrajoso.)
NICOLÁS.-Buenas tardes, señorita.
FLOR.-Buenas tardes, caballero.
NICOLÁS.-Una limosna..., (Extiende la mano.) por el amor de Dios.
FLOR.-Un momento, por favor.
(Cierra la puerta. Por la escalera baja majestuosa CAROLINA. Sesenta años.
Viste como la gran dama que es.)
CAROLINA.-¿Algún regalo?
FLOR.-Todo lo contrario, señora. Es un mendigo.
CAROLINA.-¡Un mendigo! ¿Se distingue bien? ¿Está usted segura?
FLOR.-Solicita una limosna.
CAROLINA.-¡Un mendigo en mi puerta! Me han contado que existen muchos.
¿Cómo? ¿Cómo es?
FLOR.-Pues... joven.
CAROLINA.-¡Oh!
FLOR.-Humilde.
CAROLINA.-¿Es posible?
FLOR.-A la luz... se ve muy sucio.
CAROLINA.-¡Ideal!
FLOR.-Se expresa como un menesteroso.
CAROLINA.-¡Lo tiene todo! ¿Habla idiomas?
FLOR.-Ignoro si ejerce la profesión en el extranjero.
CAROLINA.-¿Potencia la imagen? ¿Sigue el dictado de la moda?
FLOR.-Viste un corriente uniforme de trabajo. Es probable que luzca el de
gala para pedir los domingos.
CAROLINA.-Qué injusto es el mundo, Flor. Parece mentira que un ciudadano,
reuniendo tantas cualidades, precise mendigar. Nunca he tenido ocasión de
alternar con un indigente. De ampliar mi círculo social con un pobre de carne y
hueso. ¡Me hace tanta ilusión compartir unas horas con él! Tal vez... ¡El
Jueves Santo! particípeselo y dele mis más respetuosos saludos.
FLOR.-Lo que usted ordene, señora.
(Va a la puerta.)
CAROLINA.-¡No! No está bien despreciar a un necesitado. Puede ser un
espíritu sensible y le generamos un trauma para el resto de sus días. Hágale
usted pasar.
(Mutis por la derecha. FLOR abre la puerta. NICOLÁS sigue con la mano
extendida.)
FLOR.-Señor, ¿tiene la amabilidad de tomar posesión de su casa?
(Baja la mano.)
NICOLÁS.-¿Me... está invitando usted...?
FLOR.-A pasar.
NICOLÁS.-Preciso una limosna sin cursar instancia. El tiempo, señorita,
también es oro para nosotros. Pagan muy mal la hora de mano extendida.
FLOR.-La señora tiene mucho interés en conocerle. ¡Por caridad...! No le haga
ese desaire.
(NICOLÁS entra resignado. FLOR cierra la puerta.)
NICOLÁS.-Este protocolo... ¡Oh! ¡Qué casa! ¿Es para vivir? No creo que sea
de verdad. ¡Dan ganas de comerla! Ay..., parece de chocolate.
FLOR.-Acomódese en el sillón, caballero.
NICOLÁS.-Lo voy a manchar...
FLOR.-¿Teme que se le descuente de sus honorarios?
(Se sienta en un sillón en el primer término izquierdo.)
NICOLÁS.-¡Qué bien me encuentro en este sillón! ¡Ah! Debo de estar
soñando. ¡Inventan cada cosa...! Je... Llevaría el sillón a la calle, me sentaría
en él, como si fuese mi despacho, y pediría con dignidad. ¡Me sentiría
importante!
FLOR.-¿A quién tengo el honor de anunciar?
NICOLÁS.-Ahora..., estoy empezando a dudar.
FLOR.-Puede entregarme su tarjeta de visita.
NICOLÁS.-Los mendigos carecemos de tarjetas de visita. Tampoco poseemos
documento de identidad. Nuestras credenciales son anónimas como nuestros
seres. Me llamo... Nicolás. Sólo soy en voz bajita: Nicolás. Y de profesión...
sus limosnas.
FLOR.-Su currículum apasionará a doña Carolina.
(Mutis por la derecha. Por la izquierda entra SERGIO. Sesenta años largos.
Viste uniforme de tenis. Porta una raqueta.)
SERGIO.-Hermoso atardecer.
(Se levanta.)
NICOLAS.-Aquí... es más fino.
(Mutis de SERGIO al jardín. Por la derecha entra CRISTINA. Treinta y pocos
años. Viste uniforme de tenis. Porta una raqueta.)
CRISTINA.-No se quede usted de pie.
(Mutis al jardín. Se sienta. Por la derecha entra CAROLINA.)
CAROLINA.-¡Mi querido don Nicolás!
(Se levanta.)
NICOLÁS.-¿Es... a mí...?
CAROLINA.-¡Qué gran acontecimiento recibir a un mendigo de su alcurnia!
(Le ofrece la mano para ser besada.)
NICOLÁS.-¿La mano...? ¿Se... le puso... así?
CAROLINA.-Oh, no. Mi mano, inerte o con muñón, estaría tan disminuida para
las fórmulas sociales...
NICOLÁS.-Entonces... Usted... ¿También... pide?
CAROLINA.-Plausible ocurrencia, don Nicolás. Decir que yo... ¡Ja, ja, ja! No
tema en mí la competencia. Bese usted mi mano.
NICOLÁS.-La puedo contagiar...
CAROLINA.-Por el alma de sus difuntos.
(Se la coge y muerde.)
NICOLÁS.- ¡¡Haaam!!
(Hace una genuflexión y la suelta.)
CAROLINA.-¡Aaah! Jamás mi mano ha sido besada con tanto donaire.(Le
observa con impertinentes.) Igualito, es usted igualito que me lo imaginaba.
Tan exquisito, tan presentable, tan equilibradamente helénico.
NICOLÁS.-Sólo quería...
(Se sienta en un sillón de al lado.)
CAROLINA.-Lo sé, lo sé. Pero siéntese usted y gocemos de esta entrañable
tertulia.
(Se sienta.)
NICOLÁS.-Voy a coger el vicio de sentarme así.
CAROLINA.-Mi adorable amigo... Comprendo que se sienta confuso ante esta
situación. A un mendigo, y le considero mendigo en el mejor sentido de la
palabra, no se le acoge como si fuera una visita.
NICOLÁS.-Muy lejos de eso, señora.
CAROLINA.-No me llame señora, Nicolás. No me humille usted. Llámeme...
Carolina.
NICOLÁS.-Me resulta difícil.
CAROLINA.-Dios se lo pagará.
NICOLÁS.-Está bien... Carolina.
CAROLINA.-¡Correctísimo! Ay, comenzamos a aproximarnos, a intentar ser
iguales. ¿Es que entre usted y yo hay alguna diferencia?
NICOLÁS.-Entre usted y yo... El sexo es lo que menos nos distingue.
CAROLINA.-Procedemos de la misma fábrica. ¡La gran fábrica de la
naturaleza! Una Empresa modelo por su producción. La que creó los mares,
los ríos, las flores, los animales, los astros... ¡El hombre! Los dos nos
beneficiamos del milagro. No me va a decir que todo esto se lo pidieron a la
Virgen de Lourdes.
NICOLÁS.-Venimos de alguna fábrica, no se lo discuto. Pero de la que
provengo yo... estaba en Suspensión de pagos.
CAROLINA.-¡Qué gran herejía! Obsérvese. Haga un inventario de su ser.
¿Cuántas cositas encuentra?
NICOLÁS.-A simple vista... Brazos, piernas, ojos...
CAROLINA.-¡Coincidimos!
NICOLÁS.-Escarbando algo... Corazón, un poquito de sangre...
CAROLINA.-¡Somos dos cuerpos gemelos! ¿Entiende ahora por qué podemos
ser contertulios de la misma sociedad? A nuestros esqueletos, el día de
mañana, ¿les van a poner el nombre en la tibia para diferenciarlos?
NICOLÁS.-Desgraciadamente carezco de esqueleto. Una vez me miraron por
Rayos X y, como soy pobre, el médico no me lo vio.
CAROLINA.-A los pobres, querido, se les percibe el esqueleto sin necesidad
de examinarlos por Rayos X. Ah, ¡la hora!
(Toca una campanilla. Se levanta.)
NICOLÁS.-¿Tengo que... irme?
(Por la derecha entra FLOR. Porta una bandeja con dos servicios de té.)
FLOR.-Señores: el té está servido.
CAROLINA.-¡Qué dicha compartir el té con un pordiosero!
(NICOLÁS se sienta. FLOR deja la bandeja sobre la mesita, que hay delante
de ellos, y sirve.)
FLOR.-¿Terrones?
CAROLINA.-Uno.
FLOR.-¿El señor?
NICOLÁS.-Medio.
CAROLINA.-Estamos en confianza. No se reprima usted.
NICOLÁS.-En este caso... ¡Media docena!
FLOR.-... cuatro, cinco y seis. Que le siente bien a los señores.
(Mutis por la derecha. Grotescos.)
CAROLINA.-¡Delicioso!
NICOLÁS.-¡Tan dulce!
(Beben. UN MOMENTO.)
CAROLINA.-¡Ay...!
NICOLÁS.-¡Oh...!
CAROLINA.-Nunca me he sentido tan bien relacionada a la hora del té.
NICOLÁS.-Mi sentimiento... es semejante.
CAROLINA.-Hemos hecho de esta hora una feria de trivialidades. Lo ideal
sería intercambiar temas trascendentales. Que Dios es ateo, por ejemplo.
Pero sin distinción de clases. El acaudalado con el pobre, el general con el
soldado enemigo, el Papa con la prostituta, el verdugo con el condenado... ¡El
mundo unido por una tacita de té!
(Dejan las tazas. Lleva dolorido las manos al estómago.)
NICOLÁS.-Me duele mucho... esto. ¿Cómo se llama?
CAROLINA.-Estómago. ¿Come usted de un modo desmedido?
NICOLÁS.-Tengo... náuseas... ¡¡Aaah!!
(Devuelve el té y le pone rápida una servilleta en la boca.)
CAROLINA.-Mi gentil Nicolás..., no vomite usted nuestra civilización.
(Por la derecha entra FLOR.)
FLOR.-¿El señor se encuentra mal?
CAROLINA.-Una ligera indisposición. Puede retirar el servicio.
(Recoge todo.)
FLOR.-Que el señor se recupere para honra de la sociedad.
NICOLÁS.-Muchísimas gracias.
(Mutis de FLOR por la derecha.)
CAROLINA.-Me congratulo de verle un hombre nuevo.
NICOLÁS.-Sin el té... vuelvo a ser el de siempre.
(Por el jardín entran SERGIO y CRISTINA. Visten igual. Portan sus raquetas.)
CRISTINA.-Estás en plena forma, papá.
SERGIO.-Me conservo. ¡Oh! El señor era un invitado. Buenas tardes.
(Se levanta.)
NICOLÁS.-Buenas... tardes.
CRISTINA.-Dispense que antes... ¿Un amigo de la infancia, mamá?
(Se levanta.)
CAROLINA.-Una preclara amistad recién estrenada. Nicolás es un mendigo
que nos ha hecho el honor de llamar a nuestra puerta.
CRISTINA.-¡Un mendigo! ¿Son así? No se le nota nada, nada, nada...
SERGIO.-Debe de ser un mendigo de incógnito. ¿No nos engañas, cariño?
CAROLINA.-¡Os juro...! Amadísimo... Mi hija Cristina.
(Le extiende la mano y se la besa cortés.)
NICOLÁS.-Es un placer.
(Genuflexión.)
CRISTINA.-¡Cuánta donosura, Nicolás!
CAROLINA.-Sergio, mi marido, a pesar de todo.
(Le extiende la mano y se la estrecha.)
NICOLÁS.-¡Don Sergio!
SERGIO.-No me discrimine, Nicolás. Llámeme simplemente Sergio.
CRISTINA.-Y a mí sólo Cristina. Nosotros somos de lo más sencillos por
miedo a los terroristas.
SERGIO.-¡Cómo envidio su linaje! Con su árbol genealógico, un escudo. ¡Lo
adivino! Una palma de la mano extendida sobre un campo de plata.
NICOLÁS.-Mis inquietudes por la heráldica...
CRISTINA.-Pero estudiaría los orígenes de su pobreza. En algunos pedir es
hereditario. ¿Sigue usted la tradición familiar o presume de ser autodidacta?
NICOLÁS.-Ignoro cualquier vínculo familiar. Soy hijo único del mundo. Yo creo
que me trajo en el pico una cigüeña negra y me dejó aparcado en un
rinconcito de la vía pública.
CAROLINA.-¡Noble aterrizaje a la vida! El problema sería amamantarse. O
usted... ¿no lo precisaba?
NICOLÁS.-Mis recuerdos de la lactancia son muy confusos. Cuando lloraba
en mi parcelita... ¡je!, la señora que me veía... sacaba un pecho y me daba
una rica limosnita. Quedaba dormido y así que despertaba... , como aquello
era un maná, lloraba con todas mis fuerzas. Tenía que estimular a la clientela.
¡Pasen, señoras, pasen! Se paraba otra alma caritativa... ¡y nueva racioncita!
SERGIO.-¡Cuántas madres tuvo usted!
CRISTINA.-Su lactancia fue de lo más surtida.
CAROLINA.-¡Probó leche de todas las marcas!
NICOLÁS.-A veces, al pedir, me equivoco y les suplico a las señoras: "Hoy no
he ido al restaurante. Un pecho, por el amor de Dios".
(CRISTINA saca un pecho.)
CRISTINA.-Yo con sumo gusto, pero...
NICOLÁS.-De ninguna manera. No lo puedo consentir.
(Lo guarda.)
CRISTINA.-Con su permiso voy a mudarme. Luciré un vestido acorde con su
prestancia.
(Mutis por la escalera.)
SERGIO.-Seguiremos conversando, Nicolás. Tengo la sensación de hallarme
ante una pieza de museo. Creía, perdone mi ignorancia, que personalidades
como usted eran fruto de otra época.
(Mutis por la escalera. Se aproxima a la baranda.)
CAROLINA.-¡Qué bello crepúsculo de otoño! Disfrute de él como yo. Usted
también puede contemplarlo.
(Se aproxima.)
NICOLÁS.-¿Es gratis?
CAROLINA.-La naturaleza, por ahora, sigue estando libre de impuestos. ¿Le
gusta?
NICOLÁS.-¡El mejor de mi humilde colección! Este crepúsculo quita las ganas
de pedir.
CAROLINA.-Toda una frase lapidaria. Mi apreciado Nicolás... hay que
prolongar este momento. ¡Eternizarlo! Precisa la música adecuada como un
majar su salsa. (Pone un disco.) ¡La Pastoral! ¡Beethoven! ¡Un gran privilegio!
NICOLÁS.-¡Incita al ayuno!
(Permanecen extasiados en la baranda. UN MOMENTO.)
CAROLINA.-¡Sublime!
NICOLÁS.-Me encantaría que este instante no tuviese fin. Parece... que ya
soy un inquilino del cielo. Me veo allí ocupando el sillón que nos tienen
reservado a cada pobre.
(Por la escalera bajan SERGIO y CRISTINA. Visten lujosos.)
CRISTINA.-¡Oh! Nuestro ilustre amigo es un devoto del milagroso Beethoven.
(Retira el disco.)
CAROLINA.-No se puede esperar otra cosa de un espíritu tan refinado.
SERGIO.-La música amansa a los mendigos. Nada mejor como ofrecerles
muchos conciertos.
NICOLÁS.-Llenaríamos todos los teatros del mundo sin necesidad de
vestirnos de etiqueta.
(CAROLINA y CRISTINA se sientan en sillones del primer término. Se
abanican.)
SERGIO.-Siéntese, por favor.
NICOLÁS.-Usted primero.
SERGIO.-Sería una ofensa.
(Se sienta próximo a las señoras.)
NICOLÁS.-Muchísimas gracias.
(SERGIO se sienta formando grupo. Ofrece su pitillera.)
SERGIO.-¿Un cigarrillo?
NICOLÁS.-No puedo aceptarlo. Mis ingresos me prohíben fomentar vicios.
CRISTINA.-Ay, resulta deliciosa esta velada con un indigente. ¡Qué suerte
tienen ustedes que las pueden celebrar todos los días!
NICOLÁS.-Hago una vida tan marginada...
CAROLINA.-No se debe menospreciar ante los suyos. Piense, por lo que nos
ha contado de su lactancia, que usted fue un pobre prodigio.
NICOLÁS.-Muy lejos de la realidad. Mi vocación de pobre se despertó
tardíamente. ¡Era tan dichoso jugando en la calle con los niños de mi edad!
Me consideraba superior a ellos. Sus mamás, al anochecer, los castigaban sin
seguir jugando y los encerraban en sus casas. Yo, en cambio, permanecía
solito en la calle hasta la salida del Sol. Era maravilloso vivir y dormir así.
¡Solo bajo las estrellas! Me creía dueño del mundo. Me otorgaba la propiedad
de todo lo que veía a mi alrededor. Una noche coincidí con unos señores.
"Mira - le dijo ella a él - tan pequeñito y ya es pobre". Me sonrojé. ¡Me dio
mucha vergüenza! Mi ser había estrenado un trauma.
SERGIO.-¿Por esa calumnia?
NICOLÁS.-No iba a querellarme...
SEGIO.-En su lugar..., ¡ni caso! Usted era un niño muy susceptible.
NICOLÁS.-Empleé ardides para superar mi conflicto psíquico. Les respondía a
los transeúntes: "¿Yo pobre? Me tomáis el número cambiado. Mi abuelo
posee grandes plantaciones de tabaco en Cuba".
CRISTINA.-Pero la gente... ¿La embaucaba?
NICOLÁS.-¡Naturalmente! Y, para que no dudasen, les regalaba un habano a
cada uno. Me curé sin ir al psiquiatra y acabé creyéndome millonario.
CAROLINA.-¡Qué infancia más feliz la suya!
NICOLÁS.-El trauma se albergaba en mi interior. Me obligaba a deshojar la
margarita de la fortuna: "¿Soy pobre? ¿No lo soy?" Salió sí. ¡Qué disgusto
tuve! Se desvanecieron mis morbosas fantasías. Pensé que la pobreza era
una enfermedad infantil. Un sarampión negro y contagioso por no haberme
vacunado contra la miseria. "Así que sea mayor..., desaparecerá totalmente".
Erró mi ojo clínico. Crecía, crecía, crecía... No fue un sarampión. ¡Era un mal
congénito!
(Llora amargamente.)
SERGIO.-¡Nicolás!
CAROLINA.-¿Por qué llora usted?
NICOLÁS.-Lloro... porque soy un menesteroso.
CRISTINA.-¡Qué emoción! Nunca he visto llorar por eso.
NICOLÁS.-Mi realización existencial es de una monótona penuria. No hago
nada más que pedir. Un día, otro día... ¡Es muy aburrido!
SERGIO.-Nadie está contento con su suerte. Reconozca que vale más lo malo
conocido...
NICOLÁS.-La mendicidad desgasta mucho. Los colegas débiles duran muy
pocos años. Yo empiezo a acusar el estrés. Tengo que seguir cumpliendo con
mi deber. Morir en acto de servicio. Continuar así sin ningún protagonismo.
Oscuro, silencioso, derrotado. Sólo aprendí a pedir con una mano. ¿Qué otra
cosa puedo hacer?
CRISTINA.-Tantas cosas...
CAROLINA.-Puede, por ejemplo...
(SERGIO, CAROLINA y CRISTINA se van levantando lentos.)
SERGIO.-¡Pedir con las dos manos!
CRISTINA.-¡Creer en Dios!
CAROLINA.-¡Votar en unas elecciones libres!
SERGIO.-¡Seguir las cotizaciones de Bolsa!
CRISTINA.-¡Declarar a Hacienda!
CAROLINA.-¡Contemplar escaparates!
SERGIO.-¡Ir a una guerra!
CRISTINA.-¡Ver la fotografía de Miss Universo!
CARLONA.-¡Tener un cáncer!
SERGIO.-¡Peregrinar al Vaticano!
CRISTINA.-¡Suicidarse en la Capilla Sixtina!
CAROLINA.-¡Todo! ¡Absolutamente todo! También puede... conocer nuestra
sobria mansión. Venga, acompáñeme. Es una vivienda sencillita, tan
sencillita...
(Mutis de NICOLÁS y CAROLINA, que lo lleva del brazo, por la izquierda.)
SERGIO.-Nunca me he imaginado que existiese esta especie humana. Creía
que eran artistas de circo. Nicolás es una vergüenza para nuestra civilización.
¡Estamos obligados a redimirle!
CRISTINA.-Le estoy cogiendo un cariño... Podría venir a comer todos los
domingos. De postre, le haríamos un flan. Y más adelante...
SERGIO.-Pasaría la Navidad con nosotros. Cantaríamos juntos los villancicos.
Colgaríamos su limosnita del árbol de Noel.
CRISTINA.-Escribiría su carta a los Reyes y dejaría aquí su zapatito... Claro
que si sólo tiene los puestos..., esa noche va a andar a la pata coja. Le
eximiremos de su zapatito.
SERGIO.-Los Reyes Magos no les regalan a los pobres porque la mayoría no
tienen zapatos. Ahora comprendo que, los mendigos con pierna amputada, se
las ofrecieron para un obsequio grande, y Sus Majestades se las dieron a
comer a sus camellos. Tendrá que dejar su zapatito. Así poco a poco...
(Por la derecha entran CAROLINA y NICOLÁS.)
NICOLÁS.-¡Viven en un palacio!
CAROLINA.-¿Para qué nos sirve? El día de mañana arribamos ante San
Pedro, con la casa bajo el brazo, y usted cree... ¿qué pasamos la aduana?
¿Qué nos dejan entrar con ella? Estoy segura de que nos dice: "El cielo tiene
un montón de metros cuadrados, pero ubicamos aquí vuestra vivienda
terrenal... y nos quedamos sin solar".
SERGIO.-Estimamos que darle una limosna a Nicolás sería hacerle una
vejación. Nos ilusionaría más...
CAROLINA.-¿Qué?
CRISTINA.-Nos honrase comiendo el domingo con nosotros.
NICOLÁS.-¿¿Yo??
CAROLINA.-Ahora... ¿Vamos a devolverlo al arroyo? ¿Darle con la puerta en
las narices? Nosotros, sólo nosotros, somos los culpables de fabricar
desheredados. Siento por él tanto afecto... ¡Está pidiendo a gritos su
redención! Por favor, Nicolás, pasee ante nuestras almas generosas.
¡Muéstrese! Exhíbase como si cruzase la pasarela de un desfile de modas.
NICOLÁS.-Se están mofando de mí. Mi ser no está esculpido por la alta
costura de ustedes. ¿Voy a pasar mi miseria y esta ropa andrajosa?
(Se oye música pop apropiada.)
SERGIO.-Ante ustedes: ¡Nicolás!
CRISTINA.-¡El gran modelo humano!
CAROLINA.-¡El estilo social que se lleva esta temporada!
(NICOLÁS, resignado y sin fuerzas, desfila grotesco como si lo hiciese ante
una pasarela imaginaria. Los demás aplauden dichosos.)
SERGIO.-¡Un mendigo muy original!
CRISTINA.-¡Me fascina este capricho! Ay, me gustaría lucirlo en familia.
(Cesa la música. NICOLÁS se para.)
NICOLÁS.-¿Es verdad lo que estoy escuchando? ¿No soy víctima de una
broma cruel? ¿Desean acogerme entre sus lujosas paredes?
CAROLINA.-Tutéanos, Nicolás. Eres uno más de los nuestros. Las fronteras
entre nosotros...
NICOLÁS.-¿Tutearles...? ¿Cómo... se dice? No sé...
CRISTINA.-Tienes que cambiar el usted por el tú. Sólo eso. ¡Facilísimo!
NICOLAS.-Quiere usted que cambie... No. Quieres... tú...
(Lo abraza.)
SERGIO.-¡Hermano!
NICOLÁS.-Me parece un sueño enfermizo. Los pobres soñamos únicamente
con subsistir cada jornada. Nos está prohibido tener delirios de grandeza
mientras dormimos. Mi triste realidad...
CRISTINA.-Tu realidad se tornará placentera como la nuestra. ¡Tienes el
mismo derecho!
NICOLÁS.-No acabo de creerlo. Vuestra filantropía no es de este mundo.
Nunca podré pagar tanto altruismo. Os confiaré un secreto: carezco de fortuna
personal. ¿En qué os voy a ser útil?
(Los demás se miran serios. SILENCIO.)
SERGIO.-Serás útil a la sociedad que te recupera. Te realizarás plenamente
en ella. Tienes la fortuna de existir, de estar vivo. ¡Todo tú eres una gran
fortuna!
CAROLINA.-Ven, mírate en este espejo. ¡Ese eras tú!
NICOLÁS.-¡Sigo siendo igual!
CAROLINA.-Pronto, muy pronto, volverás a contemplarte en este espejo y
serás... ¡tú! ¡El que debiste ser siempre!
NICOLÁS.-Nunca seré como vosotros. Esta ropa... nació conmigo. Me
perseguirá hasta muerte. Se adhirió a mi cuerpo como si fuera mi propia piel.
¡No se puede arrancar la piel a pedazos!
CRISTINA.-¿Has visto alguna vez un strip-tease?
NICOLÁS.-¿Un... strip-tease? No. ¿Qué es?
SERGIO.-Algo erótico, excitante, único... Suena una música insinuante y una
atractiva mujer se va quitando, poco a poco y al ritmo de la orquesta, su
ropa... hasta mostrar su cuerpo. ¡Haz strip-tease, Nicolás! Un strip-tease en el
que te desprendas de tu mísera piel.
CAROLINA.-¡Un strip-tease en el que te despojes de tu pobreza!
(Suena la música de strip-tease. NICOLÁS, grotesco y frente al público, se va
quitando frívolamente su indumentaria, que va dejando caer al suelo. Los
demás lo observan fascinados. Quita un zapato. No lleva calcetines.)
SERGIO.-¡¡El otro zapato!!
(Quita el segundo zapato.)
CRISTINA.-¡¡Más!!
(Quita la chaqueta.)
CAROLINA.-¡¡Oh!!
(Quita la camisa.)
CRISTINA.-¡¡Así!! ¡¡Sigue!!
(Comienza a bajarse el pantalón. Se inhibe.)
SERGIO.-¡¡Sin miedo!!
CAROLINA.-¡¡Ahora!! ¡¡Todo!!
CRISTINA.-¡¡Todo, Nicolás!!
(Quita el pantalón y queda solamente con unas breves bermudas tan sucias
como todo su cuerpo. Cesa la música.)
NICOLÁS.-No me miréis. ¡Me repugno! Estoy impresentable.
CRISTINA.-¡Es un Apolo!
CAROLINA.-¡Fijaos! Tiene un cuerpo semejante al nuestro.
SERGIO.-¡Muchísimo mejor! Por eso los pagan tan bien en las Facultades de
Medicina.
(Por la derecha entra FLOR. Se tapa la cara con las manos.)
FLOR.-¡Qué vergüenza!
CAROLINA.-Don Nicolás, desde hoy, será uno más de esta familia. Prepárele
un baño calientito.
FLOR.-Ahora mismo, señora.
(Mutis por la derecha.)
NICOLÁS.-Lo... de bañarse... ¿es... inocuo? ¿Me puede crear hábito?
SERGIO.-El gran error de los pobres, te hablo como a un familiar, ha sido
reivindicar sus derechos con huelgas de hambre e higiene?
(Mutis por la izquierda.)
NICOLÁS.-Jamás he utilizado un baño. Ahora le tengo miedo. A los niños de
mi promoción los bañaban sus mamás. Como a mí no me la presentaron... Iba
por las calles y les rogaba a las señoras: "Por caridad, báñenme un poquito,
aunque sea los sábados". Las señoras me respondían: "¡Que te bañe tu
madre!". Y me arrojaban carbonilla.
CRISTINA.-¡Qué mujeres sin entrañas!
(Mutis por la izquierda.)
NICOLÁS.-Tuve que aprovechar los días de lluvia para lavarme como los
gatos. Mira, Carolina.
(Va a la baranda. Se aproxima.)
CAROLINA.-¿Qué es?
NICOLÁS.-¡Cuántas nubes! Con un poco de suerte... ¡lloverá torrencialmente!
CAROLINA.-¿Qué pretendes? ¿Hacer agujeritos a un paraguas y ser el
inventor de la ducha?
(Mutis por la izquierda. Abre la puerta de la calle y hace mutis por el foro.
Entra, coge su ropa y vuelve a la puerta. Entran por la izquierda: CAROLINA
con un spray de desodorante, otro de colonia y una esponja. CRISTINA con
un frasco de gel y un gran estropajo. SERGIO con un peine y una toalla de
baño. Deja caer la ropa y cierra la puerta.)
SERGIO.-¡Nicolás!
CRISTINA.-¿Vas a retornar al mundo que te ensució?
NICOLÁS.-Os juro... que no soy un exhibicionista.
(Por la derecha entra FLOR. Empuja una bañera de colores con ruedecitas.
Tiene adosada una ducha. No contiene agua.)
FLOR.-Don Nicolás: el baño está servido.
(Deja la bañera en el centro de la escena, paralela al público, y hace mutis por
la izquierda. CAROLINA, CRISTINA y SERGIO dejan las cosas sobre unas
sillas.)
CAROLINA.-Te dejamos aquí todas las herramientas...
(Van a hacer mutis por la derecha. Se arrodilla implorante.)
NICOLÁS.-¡Por caridad! No me obliguéis a actos heroicos. Tengo mucho
trabajo atrasado de aseo. Cuando esté limpio seré un anciano. Saldré de la
bañera encorvado y con un bastoncito.
(Van a agarrarlo. Corre por la escena. Le persiguen.)
SERGIO.-¡Nadie se murió de eso!
CRISTINA.-¡Recapacita!
NICOLÁS.-¡En la bañera, no!
CAROLINA.-¡Reaccionas así por la mala educación recibida!
(Lo cogen y llevan forzado a la bañera.)
NICOLÁS.-No, no me conduzcáis al patíbulo. ¡Tened compasión de esta alma
inmaculada!
(Lo introducen en la bañera y estiran.)
CAROLINA.-Si te hubiesen llevado a veranear en la costa...
NICOLÁS.-¡¡Ay!!
(Se desmaya.)
SERGIO, CAROLINA y CRISTINA.-¡¡No!!
(Por la izquierda entra FLOR.)
FLOR.-¿Ha perecido en la bañera?
(NICOLÁS vuelve en sí. Respira fuerte.)
SERGIO, CAROLINA, CRISTINA y FLOR.-¡¡Respira!!
(Mutis de FLOR por la derecha. Se incorpora.)
NICOLÁS.-No me he ahogado. ¡Estoy vivo!
(Los demás cogen rápidos: CRISTINA el gel. CAROLINA la esponja. SERGIO
el estropajo.)
SERGIO.-¿Habrá que anestesiarlo?
NICOLÁS.-¿Más... suplicios?
(Suena la música de strip-tease. Lo bañan aceleradamente. La van quitando
la suciedad del cuerpo.)
CRISTINA.-Vas a quedar como recién salido de la fábrica.
NICOLÁS.-¡Me duele mucho!
SERGIO.-¡Valor!
CAROLINA.-No te van a reconocer ni tus padres.
NICOLÁS.-Cede... Va cediendo... ¡Soy de la raza blanca!
SERGIO.-Abrimos la ducha...
(Simula hacerlo. Mira a lo alto.)
NICOLÁS.-¿Os llueve en casa?
(Intenta quitarle las bermudas. Se resiste.)
CAROLINA.-¡Así procreas un negrito!
NICOLÁS.-¡No miréis!
(Se las quita y arroja en la bañera. Lleva otras bermudas blanquísimas. Cesa
la música. SERGIO simula cerrar la ducha.)
CRISTINA.-¡Quién te ha visto y quién te ve!
(Dejan las cosas en las sillas. Sale arrogante de la bañera.)
NICOLÁS.-Os hablo con absoluta confianza: Nunca comprenderé a la gente
reacia al baño.
(Cogen la toalla y lo secan prestamente. Se sorprenden.)
SERGIO.-¡Oh!
CAROLINA.-¿Es posible?
NICOLÁS.-¿Qué os sucede?
(CRISTINA, como la Verónica, muestra al público la otra cara de la toalla. Se
ve la imagen del antiguo Nicolás con la palma de la mano extendida.)
CRISTINA.-¡La fotografía de su antiguo cuerpo!
(La arroja en la bañera.)
NICOLÁS.-Ese... ¿era yo?
(CRISTINA coge el peine. CAROLINA la colonia. SERGIO el desodorante. Lo
aplican con celeridad.)
CRISTINA.-¿Algún peinado especial?
NICOLÁS.-Lo dejo a tu elección. ¿Eso...? ¿Es para hacer cosquillas?
SERGIO.-Se llama desodorante.
CAROLINA.-Con esta colonia... ¡Ah...! Hueles como un fragante jardín.
(Dejan las cosas en las sillas. Comienza a desfallecer.)
NICOLÁS.-Siento... que me falta vida.
(Lo sientan en una silla.)
CRISTINA.-Hijo, sientes carencia de todo.
NICOLÁS.-Aire, ¡aire!
CAROLINA.-Lo mejor será abanicarlo.
(Lo hacen.)
SERGIO.-Inspira. Más. Tú también tienes pulmones.
(Por la derecha entra FLOR.)
NICOLÁS.-¡Me asfixio!
FLOR.-¿Será alérgico a la colonia? Huela. ¡Huela!
(Le da a oler su ropa andrajosa y se levanta recuperado.)
NICOLÁS.-¡Ah! ¡No hay nada para la salud como el cambio de aires!
(CAROLINA, CRISTINA y SERGIO recogen las cosas. FLOR arroja la ropa en
la bañera. La empuja.)
FLOR.-¡Dios mío! Naufraga en las aguas de este océano toda la miseria del
mundo.
(Mutis así por la derecha.)
SERGIO.-Debes cultivar el olfato. Nos has dado un susto...
(Se oye llorar a un recién nacido. Asombro en NICOLÁS.)
CRISTINA.-No llores, tesoro. Estás tiritando. Ven a nuestros brazos.
(Lo cogen. Cesa el llanto.)
NICOLÁS.-No... os comprendo...
CAROLINA.-Una cigüeña blanca te acaba de dejar aparcado en nuestro
hogar. Sólo falta... ¡tu presentación en sociedad!
(Mutis de los personajes por la izquierda. Baja la luz. Se escucha débil: "Begin
the begin". Por la derecha entra FLOR. Trae un mantel, una servilleta,
cubiertos, pan, una botella y un vaso. Coloca todo sobre una mesita delante
de los sillones izquierdos. Coge dos candelabros, los sitúa sobre el mantel y
enciende las velas. Cesa la música. Por la izquierda entran CAROLINA,
CRISTINA, SERGIO y NICOLÁS, que viste un smoking amplio y le da un
aspecto grotesco. Está afeitado. Mutis de CRISTINA por el jardín.)
FLOR.-¡Milagro! ¡Le han hecho la estética social!
CAROLINA.-Te dije que volverías a contemplarte en este espejo...
NICOLÁS.-¿Pero...? ¿Este... soy yo? Don Nicolás: Encantado de conocerle.
(Simula darle la mano. Por el jardín entra CRISTINA. Trae una rosa blanca y
se la pone a Nicolás en el ojal.)
CRISTINA.-Un detalle insignificante. Así... ¡Guapísimo!
SERGIO.-¿Prefieres comer a la carta o...?
NICOLÁS.-Ah... ¿Escribís una carta suplicando la comida?
CAROLINA.-Flor, sírvale la especialidad de la casa.
FLOR.-Sí, señora.
(Mutis por la derecha. Lo llevan ceremoniosos ante la mesita.)
SERGIO.-¿El señor tiene mesa reservada?
NICOLÁS.-¿Yo...?
CRISTINA.-Siéntese confortablemente en ésta, señor.
NICOLÁS.-Gracias.
(Se sienta. CAROLINA coge un jarrón con flores y lo deja sobre el mantel.)
CAROLINA.-Queremos que el señor no añore las comodidades de su
vivienda.
(Por la derecha, y haciendo grandes equilibrios, entra FLOR. Porta, en cada
mano, una exagerada fuente repleta de manjares diversos.)
FLOR.-Don Nicolás: el almuerzo está servido.
(Deja todo sobre el mantel.)
NICOLÁS.-¿Hacéis... concursos gastronómicos... entre pobres?
FLOR.-¡Buen provecho, señor!
(Mutis por la derecha. CAROLINA le ata la servilleta al cuello. CRISTINA le
pone el cuchillo y tenedor en las manos. SERGIO corta pan y sirve vino.)
SERGIO.-Estoy seguro de que ganarías una olimpiada de hambrientos sin
necesidad de doping para abrir el apetito.
NICOLÁS.-Lo malo es que no me ensañaron a comer. ¿Cómo se hace?
Tendré que ir a una academia.
CRISTINA.-Llevas la comida a la boca con los cubiertos. Masticas bien. La
remites al estómago como si fuera un obsequio... Oirás que el estómago,
siempre agradecido, te dice emocionado: "Gracias. ¡Muchas gracias!"
(Va a coger la comida se inhibe y deja los cubiertos.)
NICOLÁS.-Me resulta imposible. Nunca he comido. En Beneficencia nos
ponían una inyección para todo el mes.
CAROLINA.-Abre la boca.
NICOLÁS.-¿Así?
SERGIO.-¡Más!
NICOLÁS.-¡Aaah...!
(Abre exageradamente la boca. Los demás le dan la comida con los
cubiertos.)
CRISTINA.-Esto por tu santa madre...
NICOLÁS.-Estoy... inapetente.
SERGIO.-¿Sufres una indigestión? Un leve esfuerzo... ¡Bravo!
CAROLINA.-Esto por tu honorable padre...
NICOLÁS.-¡¡Riquísimo!!
(Se oye con fuerza un cancán. Devora exageradamente con las manos. Los
demás llevan las manos a la cabeza. UN MOMENTO. Baja la música.)
SERGIO.-¡Qué fiera!
NICOLÁS.-Siento... que algo nuevo nace en mí. Crece..., crece... ¡Se dilata!
Se está convirtiendo en eso que denomináis estómago. Es muy educado...
¿Sabéis? No se cansa de repetirme: "Eternamente agradecido, don Nicolás.
Me ha tenido usted tan abandonado..."
CRISTINA.-La cantidad de cosas que poseemos y se atrofian por no hacer
uso de ellas. El marido de una amiga no tenía sexo... ¡y le brotó a los
cincuenta años!
(Cesa la música y deja satisfecho de comer. Quita la servilleta y se limpia
boca y manos. Vuelve la luz de antes. SERGIO y CRISTINA cogen los
candelabros y apagan las velas. CAROLINA coge el jarrón. Dejan todo en sus
sitios.)
NICOLÁS.-¡Me siento feliz! Somos una caja de sorpresas. Con el estómago
lleno sólo ansío hacer el bien a la humanidad.
CAROLINA.-¡Estaba tan segura de tus nobles sentimientos...!
(Se sientan próximos a él.)
SERGIO.-Por eso, amigo Nicolás, creemos que es el mejor momento para
pedirte un pequeño favor. Bueno..., un regalito...
NICOLÁS.-Contad incondicionalmente conmigo. Siempre que esté en la palma
de mi mano...
CRISTINA.-Acabas de comprobar que tu cuerpo alberga la misma fortuna que
los demás. Únicamente somos útiles a la sociedad cuando ponemos a
disposición del prójimo esta cuenta corriente. Si nos firmases un cheque en
blanco...
NICOLÁS.-Tengo la sensación de haberme transformado en un nuevo rico.
CAROLINA.-Mi sangre está muy delicada. Precisa transfusiones. Si me
donases unas gotitas de la tuya... Hazme ese obsequio, Nicolás. ¡Una
limosnita de sangre, por el amor de Dios!
(Extiende la palma de la mano.)
NICOLÁS.-¿Para eso...? ¡No faltaba más! Tienes mi sangre a tu entera
disposición.
(Los demás se levantan emocionados. Lo besan.)
CAROLINA.-¡Un millón de gracias!
SERGIO.-¡Qué caritativo eres!
CRISTINA.-El Señor te lo pagará en la otra vida.
(Mutis de SERGIO y CRISTINA por la derecha. CAROLINA le remanga el
brazo.)
CAROLINA.-Sólo es un ligero pinchacito. No te dolerá nada. Como cuando te
ponían la inyección en Beneficencia.
(Suena la música de strip-tease. Por la derecha entran SERGIO, con una
jeringa exageradamente grande, y CRISTINA con una gran bola de algodón.
Se asusta.)
NICOLÁS.-Teníais una jeringuilla y... ¿os ha crecido?
(SERGIO le pincha y extrae sangre.)
SERGIO.-Tranquilo... Un litro no es para alarmarse.
NICOLÁS.-¿Un... litro?
CRISTINA.-Más o menos... Si te mareas mira al cielo. (Obedece.) ¡El litro!
CAROLINA.-¡Extráele la propinita! Posee una sangre preciosa.
NICOLÁS.-Dejadme algo... Por si precisan hacerme un análisis.
SERGIO.-O estoy muy torpe... No sale más. Insistir sería un abuso. ¿Sigues
animado?
NICOLÁS.-Bueno... Yo creo que corre la sangre por mis venas.
(Cesa la música. SERGIO retira la jeringa. CRISTINA le aplica el algodón.
CAROLINA le baja la manga.)
CRISTINA.-Mamá: la sangre está servida.
CAROLINA.-Si no fuera por ti, me moriría de hambre.
NICOLÁS.-No proceden tus cumplidos. Por algo tan insignificante...
SERGIO.-¡Ahora te toca el turno en el banquete!
(Mutis de CAROLINA, CRISTINA y SERGIO por la izquierda. NICOLÁS
desfallece. Suena débil una Marcha fúnebre. Lucha desesperado con la
muerte. UN MOMENTO. Por la izquierda entran CAROLINA, CRISTINA y
SERGIO. Corren hacia él.)
CAROLINA.-¡Nicolás!
NICOLÁS.-Habláis... con... un... aprendiz... de cadáver... ¿Debo... hacer... el
testamento?
CRISTINA.-¡Come!
(Come sin fuerzas. Cesa la música.)
SERGIO.-¡Come como antes!
(Se oye con fuerza el cancán. Devora como antes y se va recuperando.
Alegría en los demás. UN MOMENTO. Cesa la música. Se limpia boca y
manos.)
NICOLÁS.-¡He resucitado! ¿Tengo que donar más sangre!
CAROLINA.-¿Hoy? ¡Qué cosas se te ocurren!
CRISTINA.-Nosotros no somos unos vampiros.
(SERGIO le pone un habano en la boca y se lo enciende.)
SERGIO.-Este habano es de la fábrica de tu abuelo.
NICOLÁS.-Siempre le he admirado mucho.
(Fuma satisfecho. Por la derecha entra FLOR. Empuja un carrito y recoge todo
lo de la mesa.)
FLOR.-El señor goza de un apetito excelente.
(Se levanta muy dolorido. Deja el habano y lleva las manos al vientre.
Sorpresa en los demás.)
NICOLÁS.-¡¡Ay!! ¡¡Ay!! ¡¡Ay!!
FLOR.-¡Santo Dios! ¡Apendicitis!
NICOLÁS.-¡¡Ay!! ¡¡Ay!! ¡¡Ay!!
SERGIO.-¿Te duele... aquí? ¿Hacia la derecha?
NICOLÁS.-No, no. ¡Aquí! ¡¡Ay!! ¿Cómo bautizasteis esta zona?
CAROLINA.-Intestino.
CRISTINA.-¡Qué alivio...! Flor: prepárele el retrete a don Nicolás.
FLOR.-Sí, señora.
(Empuja el carrito. Mutis así por la derecha. Recorre la escena. Le siguen.)
NICOLÁS.-¡No soporto este dolor! ¡Un calmante!
SERGIO.-Es para festejarlo. ¡Está naciendo en ti el intestino!
NICOLÁS.-¡Vaya parto!
CRISTINA.-¿Nunca lo has hecho?
NICOLÁS.-¿El... qué?
CAROLINA.-Hijo...
(Por la derecha entra FLOR. Empuja un retrete con ruedecitas. Hace juego
con la bañera. Lo deja frente al público.)
FLOR.-Don Nicolás: el retrete está servido.
(Mutis por la izquierda.)
NICOLÁS.-Eso... ¿es el retrete? ¿Para qué... sirve? ¿Está de moda... en
París?
(Los demás van hacia la derecha.)
SERGIO.-Dispensa que te dejemos. Es un acto tan íntimo...
(Les suplica de rodillas.)
NICOLÁS.-¡Por caridad! No me abandonéis. ¡Me duele mucho! Vosotros
sabéis. ¡Enseñadme!
CRISTINA.-No precisa ninguna ciencia. Hasta ahora ha estado al alcance de
todas las clases sociales.
CAROLINA.-De los ricos, de los pobres, de los reyes... No sé si los ángeles...
(Se levanta.)
NICOLÁS.-¡Tened piedad! ¡Vosotros conocéis el secreto!
(Suena un minué. Los demás como en una parodia versallesca, actuarán con
grotesco refinamiento sin caer nunca en lo soez ni exhibicionista. Se sienta en
el retrete.)
CAROLINA.-Te sientas con exquisita naturalidad. ¡Oh! (Baja las bragas hasta
los tobillos.) Te despojas de la indumentaria pertinente. Le dices con
delicadeza al intestino: "Caballero, ¿tendría la gentileza de concederme esta
merced?"
(Sube las bragas y se levanta. SERGIO se sienta en el retrete. Baja los
pantalones hasta los tobillos.)
SERGIO.-El intestino accederá cortés. ¡Ah! Emplead ahora la vehemencia.
¡Fuerza! ¡Sublime fuerza!
(Sube los pantalones y se levanta. CRISTINA se sienta en el retrete. Baja las
bragas hasta los tobillos.)
CRISTINA.-Entregaos armónicamente a esta dulce sinfonía. Con donosura...
¡Ay...! ¡Siempre con elegancia versallesca! Intentadlo vos. No desfallezcáis en
tan noble empeño.
(Sube las bragas y se levanta. Cesa la música.)
NICOLÁS.-¿Tengo... que decirle... al intestino? ¡Ay! ¡Qué dolor tan grande! No
sé... ¡Es muy difícil!
(Los demás lo cogen a la fuerza, lo sientan en el retrete y le bajan entregado
los pantalones.)
SERGIO.-A la una..., a las dos... ¡Animo!
NICOLÁS.-¡El dolor es muy intenso!
CAROLINA.-Cederá... ¡Te pasará en un instante!
NICOLÁS.-Llamad a un médico... ¡¡Ay!!
CRISTINA.-Ahora... ¡Energía! ¡¡Todo tu vigor!!
NICOLÁS.-¡Me muero! (Feliz.) Oh... Parece... Me estoy recuperando... ¡No
tengo dolor!
(Suena fuerte el Aleluya de Haendel. Los demás lo alzan dichosos en el
retrete. Mutis así de los personajes por la derecha. Cesa la música. UN
MOMENTO. Se oyen trinos de pájaros. Por la derecha entra CRISTINA. Se
apoya soñadora en la baranda. UN INSTANTE. Por la derecha entra
NICOLÁS y va a su lado. Vibra.)
CRISTINA.-Oye, oye el trino de los pájaros. ¡Qué hermoso concierto natural!
(Cesa su trino.)
NICOLÁS.-¿Los... pájaros?
CRISTINA.-Necesitas aprender tantas cosas bellas... Dime, Nicolás, ¿qué
sabes del amor?
NICOLÁS.-Son las vacaciones amargas de los pobres. Un turismo gratuito, en
la Costa Negra, que invade el mundo de criaturas desamparadas como la que
fui yo.
CRISTINA.-Algunos padres piden con sus raquíticos herederos. ¡Qué
edificante estampa ver a la familia unida!
NICOLÁS.-No se diferencia de los que llevan a sus bebés al mercado. Hay
una gran clientela de matrimonios estériles. Comienza la subasta: "¡Este
angelito de quince días y dos kilos! ¿Cuánto dan por él? ¿Trescientas nada
más? ¿Cuatrocientas cincuenta? ¿¿Seiscientas?? Seiscientas a la una,
seiscientas a las dos, seiscientas... ¡Adjudicado! ¡El angelito para la señora!"
CRISTINA.-¡Me encantan los niños! Soy muy feliz con mi marido. Tenemos
todo. Todo... menos poder tener un hijo juntos.
NICOLÁS.-Sería padre si cambiase el sistema. Si cada vez que extendiese la
palma de la mano..., me socorriesen con originales limosnas. Un apartamento
sin pretensiones, ropita azul o rosa, una cuna, biberones, su trajecito de
primera comunión, un vale para la universidad... ¡Mi descendiente sería el
fruto de mi unión con una sociedad humana!
CRISTINA.-Comprendo tus legítimas aspiraciones. Pero tú eres joven,
atractivo... Tendrías muchas fans pobres. ¿Las llevabas a un hotelito?
NICOLAS.-Mis apetencias... Yo creo que la inyección de Beneficencia me
servía para todo.
CRISTINA.-¿Te gusto, Nicolás?
NICOLÁS.-Siempre he visto a las mujeres como la comida en el escaparate
de un restaurante.
CRISTINA.-Mírame bien... Contémplame... Mi cuerpo es tan deseado...
NICOLÁS.-¿Por... los caníbales?
(CRISTINA le coge las manos. Las desliza sensual por su cuerpo. NICOLÁS
se va transformando. Se escucha débil el trino de los pájaros.)
CRISTINA.-¿Te excita mi piel? ... Es fina... Suave... Muy suave...
¡Irresistible...!
(Se suelta tímido.)
NICOLÁS.-Resulta... divertido.
(Lo abraza y besa apasionada.)
CRISTINA.-¡Mendigo mío!
(Se oye fuerte el trino de los pájaros. Se suelta.)
NICOLÁS.-¿Qué... me sucede...? Una fuerza placentera inunda mi ser... Es...
como ver el escaparate y ansiar acceder al restaurante... Oigo... Oigo ahora...
¡el trino de los pájaros!
CRISTINA.-¡El sexo acaba de nacer en ti! Estaba oculta esa fortuna. Tu sexo
puede ser tan útil... Nicolás, no me niegues este pequeño obsequio.
Ampárame con una limosnita... ¡Un hijo, por el amor de Dios!
(Le extiende la palma de la mano.)
NICOLÁS.-No, Cristina. No me siento tan espléndido. Te haré otro regalo. ¿Te
ilusiona una sombrilla? Nos descubre tu marido y me devuelve al arroyo.
(Baja la mano.)
CRISTINA.-Mi marido está ausente. Lo requieren sus negocios. Cuando
regrese... ¡Ay! Estaré embarazada de él. ¡Va a llevar una gran alegría!
NICOLÁS.-Desconfiará así que des a luz. Han sido muchos años pidiendo.
Vuestro vástago debutará en la Tierra con la palma de la mano extendida.
CRISTINA.-Se la bajaremos con cuidado. Despacito... ¡Mamá! ¡Papá!
(Por la derecha entran SERGIO y CAROLINA.)
CAROLINA.-Os encuentro rebosantes de felicidad.
CRISTINA.-Toda la que exterioricemos es poca. Nicolás y yo hemos
decidido...
SERGIO.-¿Qué?
NICOLÁS.-¡No!
CRISTINA.-Asúmelo, cielo. ¡Tener un hijo de mi idolatrado esposo!
(SERGIO y CAROLINA abrazan a Nicolás.)
SERGIO.-¡Al fin, Nicolás! ¡Mi yerno me va a hacer abuelo!
CAROLINA.-Yo llevo tu sangre, mi nieto también portará la tuya. No ocurre ni
en las mejores familias. ¡Flor!
(Por la izquierda entra FLOR.)
FLOR.-Señora...
CAROLINA.-Don Nicolás se siente fatigado del viaje. Han sido muchísimos
kilómetros desde su país al nuestro. Le confortará descansar. Prepárele la
cama.
FLOR.-Sí, señora.
(Mutis por la derecha.)
NICOLÁS.-¿Tenéis... una... cama?
(Cesa el trino de los pájaros. Corre hasta la puerta de la calle. Se sitúa
delante.)
SERGIO.-Tu gesta será gloriosa.
(Corre hasta la izquierda. Se sitúa delante.)
CAROLINA.-¡Digna de una epopeya!
(Corre hasta la derecha. Se sitúa delante.)
CRISTINA.-Vida mía... ¡Te inmortalizarás!
(Por la derecha entra FLOR, Empuja una cama señorial de matrimonio con
ruedecitas. Su ropa es lujosa. La deja con los pies frente al público.)
FLOR.-Don Nicolás: la cama está servida.
(Mutis por la derecha.)
CAROLINA.-Je... Os dejamos solitos. Es un acto tan íntimo...
SERGIO.-Y de lo que hemos hablado... ¡Chist! Un secreto entre nosotros
cuatro.
(Mutis de SERGIO y CAROLINA por la escalera. CRISTINA destapa la cama.)
NICOLÁS.-Lo de la cama... ¿Es inocuo?
CRISTINA.-No se han descrito contraindicaciones.
NICOLÁS.-Nunca la he utilizado. Los médicos visitan a los enfermos por
haberse acostado en una cama. Preferiría...
CRISTINA.-Chico, desplazarse ahora debajo de un puente...
(Se sienta en la cama frente al lateral derecho.)
NICOLÁS.-Si deseas un bebé... Te puedo acompañar a la subasta. Conservo
muy buenas amistades.
(Se sienta en la cama frente al lateral izquierdo.)
CRISTINA.-Quiero un niño mío. ¡Mío! Un ser engendrado en mis propias
entrañas.
NICOLÁS.-Saca la plaza a concurso. Convoca oposiciones...
CRISTINA.-¿No anhelabas un hijo que no padeciese tus infortunios?
NICOLÁS.-Un hijo mío, sí. Pero éste será tuyo y de tu marido. ¡No se puede
vender la sangre!
(Va hacia la puerta de la calle. Se levanta.)
CRISTINA.-Mi dulce semental...
NICOLÁS.-Prodigas tus elogios...
CRISTINA.-¿Vas a desertar de esta buena familia?
NICOLÁS.-De gente bien nacida es ser agradecida.
(Lo coge en brazos.)
CRISTINA.-¡Dios te lo pagará!
(Lo acuesta a la derecha de la cama. Se tapa hasta el cuello.)
NICOLÁS.-¡Qué confortable es este invento! Y no siento síntomas de fiebre.
¡No tendréis que llamar al médico!
(Acciona el interruptor. Baja la luz.)
CRISTINA.-A media luz los dos seremos uno.
(Comienza a desnudarse. Va dejando su ropa en un sillón izquierdo.)
NICOLÁS.-¡No!
(Se tapa totalmente. Queda en ropa interior y se acuesta a la izquierda de la
cama. Descubre la cabeza de NICOLÁS, que duerme profundamente. Lo
zarandea.)
CRISTINA.-Nicolás... ¿Duermes...? ¡Bah! Sois todos iguales. En cuanto os
acostáis... ¡Despierta!
NICOLÁS.-¿Dónde... estoy? He tenido una pesadilla... Soñaba... que venía tu
marido.
CRISTINA.-Relájate...
(Se abre la puerta de la calle y se tapan totalmente. Por el foro entra
ALFREDO. Cuarenta años. Cierra la puerta. Acciona el interruptor y vuelve la
luz de antes.)
ALFREDO.-¡Cristina!
(Mutis por la izquierda. Asoman sus cabezas. Voces bajas.)
NICOLÁS.-¿Quién... es?
CRISTINA.-Mi... marido.
NICOLÁS.-Señor mío Jesucristo...
CRISTINA.-Si lo hacemos rápido...
(Por la izquierda entra ALFREDO. Se tapan totalmente.)
ALFREDO.-¡Flor!
(Por la derecha entra FLOR.)
FLOR.-Bienvenido, don Alfredo.
ALFREDO.-¿Mi esposa?
FLOR.-Pues...
ALFREDO.-Parece... que hay alguien en la cama.
FLOR.-Sí, señor. Don Nicolás.
(Asoma la cabeza.)
NICOLÁS.-Buenas... noches.
ALFREDO.-Buenas noches. Pero... ¿Y estas ropas?
(Las coge. Asoma la cabeza.)
CRISTINA.-Son... mías.
FLOR.-Yo con el permiso de los señores...
(Mutis por la derecha. Arroja las ropas al suelo. Se tiran de la cama. Los
persigue.)
ALFREDO.-¡Adúltera!
CRISTINA.-No es la palabra apropiada.
NICOLÁS.-¿Por qué... ha regresado... ahora?
ALFREDO.-¿Encima...? ¡No va a quedar de usted ni una gota de sangre!
(Por la escalera aparecen SERGIO y CAROLINA.)
CAROLINA.-¡La sangre, no!
SERGIO.-No procede reaccionar así. ¡Es para celebrarlo!
ALFREDO.-¿Celebrarlo...?
SERGIO.-Nicolás es un mendigo venido a más. Ha tenido la deferencia de
llamar a nuestra puerta. Lo bañamos, perfumamos y vestimos. Le dimos de
comer. Le nombramos miembro honorario de la familia. ¿Vamos a tolerar que
se frustre su proyecto existencial?
ALFREDO.-De ninguna manera. ¡Sería una deplorable injusticia!
CAROLINA.-Nicolás es tan detallista... ¿Sabes qué me ha regalado? ¡Litro y
medio de sangre!
ALFREDO.-¡Qué obsequio más fino!
CRISTINA.-Nicolás es un filósofo. Dice que un matrimonio sin hijos es como
una sociedad sin pobres. Queríamos darte una sorpresa. Tener un niño... ¡tú y
yo!
(Se abrazan.)
ALFREDO.-¡Amor mío!
NICOLÁS.-En ese caso, don Alfredo...
(Se suelta.)
ALFREDO.-¿Don... Alfredo? Tutéame, Nicolás. ¡Dame un abrazo! ¡Somos
consanguíneos!
NICOLÁS.-Gracias, Alfredo. Jamás he conocido una familia tan uniforme. No
hay una sola oveja negra.
(Suena débil la Marcha nupcial de Mendelssohn. NICOLÁS está serio. Los
demás se tornan emocionados.)
ALFREDO.-¿Te acuerdas, Cristina? Nos van a casar. La catedral
resplandecía. ¡Toda adornada de flores! Había cientos de invitados. ¡Lo mejor
de cada casa!
CRISTINA.-¡Sí!
ALFREDO.-Después... ¡Qué memorable banquete! Estabas muy hermosa.
Nos mirábamos tan enamorados... Nos despedidos uno a uno de aquellos
dioses selectos...
CRISTINA.-Fuimos a un lujoso hotel. Entramos en la habitación. ¡Era
preciosa! (ALFREDO la coge en brazos. Suena fuerte la música.) Me cogiste
en brazos...
(La deja a la izquierda de la cama.)
ALFREDO.-Te dejé emocionado en el lecho nupcial.
(Cesa la música. Los personajes están aislados entre ellos. CRISTINA se tapa
hasta el pecho. ALFREDO se sienta en el sillón izquierdo. CAROLINA se
sienta en el sillón derecho. Calceta una labor azul. SERGIO observa a
NICOLÁS, que está confuso. GRAN PAUSA. SERGIO lleva a NICOLÁS y lo
acuesta a la derecha de la cama.)
SERGIO.-Tranquilo... Sin prisas... Estamos en familia.
(NICOLÁS se tapa hasta el pecho. SERGIO se sienta en un sillón derecho y
lee un periódico.)
CAROLINA.-¡Qué gran día el de hoy! ¡Ay! ¡Veo a mi nieto con los patucos!
(NICOLÁS, como un autómata, se sienta en la cama. Mira al público.)
NICOLÁS.-No sé.
(Los demás miran serios a NICOLÁS, que sigue igual. SILENCIO LARGO.
Luego se abstraen de él. ALFREDO y CRISTINA se dirigen al público.)
ALFREDO.-¡Qué atractiva eres, Cristina! ¡Te deseo tanto!
CRISTINA.-Estate quieto... ¡Déjame, Alfredo! Me da mucha vergüenza. Así...
con esa luz...
(Baja la luz.)
ALFREDO.-Mujer... Tendremos un bebé de oro. ¿No sientes mi misma
ilusión?
CRISTINA.-Oh, sí. Me gustan mucho los niños. Me moriría si no los tuviese.
Ah, nuestro afortunado heredero será de exposición. ¡Se parecerá a ti!
ALFREDO.-¡Cristina!
CRISTINA.-Me vas a asfixiar... ¿Qué... haces?
ALFREDO.-Lo normal... ¡Quitarme el smoking de la boda!
(Miran ilusionados al público. Los demás continúan igual. Suena fuerte la
música de strip-tease. NICOLÁS, resignado, comienza a quitarse la chaqueta
de su smoking.
Rápidamente cae el

T E L Ó N

La Coruña, 10 de junio de 1.989

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