viernes, 6 de julio de 2012

FEDRA



Fedra


Domingo Miras Molina

A Fedra también le imprime el dramaturgo caracteres que la
apartan del modelo helénico y la colocan en una doble posición:
de una parte posee, como las otras heroínas de Domingo Miras,
el carácter feminista que las hace rebelarse contra lo que las
somete e intentar buscar un camino que les permita ser ellas
mismas; por otra, al final ya de la pieza, deja su aspecto de
personaje para encarnar un s ímbolo, el de la lucha contra la
opresión. Entonces, adquiere todo su valor porque queda de
manifiesto que lo que el dramaturgo ha llevado a cabo no es
solamente una nueva versión del mito clásico, sino que lo ha
utilizado como elemento metafórico, por virtud de lo cual, el
derecho al amor por el que muere Fedra no es sino el derecho
a la libertad por el que incita a luchar a los demás hombres,
representados en las almas que pueblan el averno.
Como es habitual, en el trazado de los personajes, Miras ha
configurado al femenino con firmeza en sus deseos y decisiones
y fuerza para llevar a cabo sus propósitos, mientras que
Hipólito, medroso e irresoluto, duda, miente o no se atreve a
obrar de acuerdo con sus deseos. En el momento final, cuando
ambos protagonistas pierden sus atributos individuales para
dejar paso al nivel simbólico que representan, Hipólito, incapaz
de enfrentarse con su destino de hombre en lucha, pide a Fedra
que lo lleve con ella, como lo había hecho, al comienzo, durante
la primera narración de sus relaciones en el palacio de Trecene.
Fedra, siempre fuerte, lo toma en brazos y comienza con el así
su camino.
Una diferencia sustancial entre esta pieza y las anteriores
estriba en que lo maravilloso no hace su aparición en momentos
aislados, sino que es un constituyente básico de la trama, puesto
que la acción tiene lugar después de la muerte de los
protagonistas y por tanto son sus espíritus atormentados los que
emergen desde los infiernos para declarar su historia. De esta
forma, el espectador se verá implicado en el punto de vista de
Hades y Perséfone al recibir, como ellos, informaciones
diversas y, como ellos, habrá de dilucidar sobre dónde se
encuentra la verdad. Pero, por la posición que Fedra ocupa en
el espacio escénico, también quedará incluido en el grupo
indiferenciado del resto de los moradores infernales, por lo que
la llamada de atención de Fedra lo incluye ineludiblemente:
FEDRA.- (Las sombras de los muertos, que han
quedado a sus espaldas, la miran. FEDRA se detiene y se
vuelve hacia ellas, dando cara al público. Vibrante.) Y
vosotros , ¿qué esperáis? ¿Preferís seguir durmiendo? [...]
¿Hasta cuándo os conformaréis con oír his torias? ¿Cuándo
llegará el tiempo en que las hagáis? No nos dejéis solos, venid
a nuestro lado».
En este Teatro mitológico se pueden apreciar ya los que, en
adelante, serán valores consolidados del teatro de Domingo
Miras: la hábil utilización de la lengua, convertida en signo de
caracterización dramatúrgica; la pres encia de espacios
subconscientes que colocan al receptor en posición omnisciente,
capacitándolo p ara la reflexión; la construcción de figuras
dramáticas que, a la vez que comportan caracteres humanos,
están dotadas de una enriquecedora dimensión simbólica; la
utilización del mito -después será la historia- como cantera
temática, y todo ello al servicio de una idea que ocupa toda su
obra, la de la acción del poder. V S.
Dramatis Personae
(Por orden de intervención)
HADES, dios de los muertos.
PERSÉFONE, su esposa.
FEDRA, esposa de Teseo y madrastra de Hipólito.
LA NODRIZA, confidente de Fedra.
HIPÓLITO, hijo de Teseo.
TESEO, rey de Atenas.
SOMBRAS y PORTADORES.
La acción, en el Averno e, indirectamente, en Trecene,
ciudad de la Argólide.

PRIMER ACTO

El reino de los muertos. Cavernas rocosas en la
penumbra. Al fondo, la oscura boca de una estrecha
galería. En una oquedad en alto, a la derecha, el trono de
HADES y PERSÉFONE. HADES viste ropas talares; sus
cabellos y su barba son muy largos, negros y rizados.
También PERSÉFONE viste de negro; tiene los brazos y la
garganta desnudos, y es muy joven y hermosa. Ambos
están sentados y sostienen un larguísimo cetro; la cabeza
de HADES se adorna con hojas de álamo. En el suelo, a un
nivel mucho más bajo, se halla de pie FEDRA, que viste
grandes y flotantes ropas harapientas de color gris
oscuro. El centro y la izquierda de la escena están libres.
En la proximidad de la galería del fondo y, en menor
número, por el resto del espacio escénico, hay bastantes
sombras de muertos de pie o, preferentemente, sentadas
en el suelo; no se les ve el rostro, oculto por las ropas
análogas a las de FEDRA, que les tapan la cabeza.
HADES.- Has venido a esta morada antes de tiempo. Por la
mitad de su curso iba el hilo de tu vida, cuando tú misma lo
cortaste. (Conmiserativo.) ¿Por qué lo hiciste, mujer? ¿Acaso
ignorabas que eso irrita a los dioses? (Pausa. Severo.) ¿O es
que la irritación de los dioses te tenía sin cuidado? (FEDRA,
erguida, no contesta.) Contéstame.
PERSÉFONE.- (Persuasiva.) Contesta, Fedra, sin temor. En
cualquier caso, tu suerte aquí no será peor que la de cualquier
otro. Habla, no tengas miedo.
FEDRA.- (Tranquila.) No tengo miedo.
HADES.- Eso quieres aparentar, pero por dentro est ás
temblando igual que un perro recién nacido. ¿Crees que vas a
engañarnos a nosotros? No te esfuerces en disimularlo, no es
malo temblar ante los dioses.
PERSÉFONE.- ¿Por qué te quitaste la vida?
FEDRA.- Porque ya no la tenía.
HADES.- ¿Qué dices? Eras una mujer joven, aún te quedaba
mucho tiempo.
FEDRA.- Tiempo, no sé; pero vida, ninguna.
PERSÉFONE.- (Tras corta pausa.) Pudiste equivocarte.
HADES.- Te matarías por miedo, como hacen casi todos.
Hiciste algo que te asustó, y por eso te mataste. Por pura
cobardía. Vamos, confiésalo. (Silencio.) ¿Te propones, acaso,
probar mi paciencia?
PERSÉFONE.- (Amable.) No te conviene irritar al señor de
los muertos, nada ganarás con ello. Di si es cierto eso: ¿has
venido aquí en busca de refugio? ¿Querías esconderte?
FEDRA.- ¿Esconderme?
PERSÉFONE.- (Insinuante.)De ti misma, tal vez...
FEDRA.- (Indiferente .) Nunca fui yo buscadora de
escondrijos.
HADES.- Y, sin embargo, estás en el más seguro. Nadie
puede ya hacerte nada; los vivos están bajo el sol, y nosotros
bajo la tierra. Pero, aunque nada te hagan, ¿qué pensarán de ti?
¿No te inquieta la fama que hayas dejado?
FEDRA.- No me importan las cosas que quedaron atrás. Lo
que quiero está aquí, y por eso he venido.
PERSÉFONE.- (Cariñosa.) ¿Y qué es lo que quieres, di?
HADES.- No hay aquí nada que sea tuyo.
PERSÉFONE.- (Tras una pausa, maternal.) ¿Reunirte con
Hipólito? ¿Es eso lo que quieres?
FEDRA.- Sí.
HADES.- ¿Y has pensado si Hipólito querrá reunirse contigo?
Porque debiste pensarlo, antes de venir aquí.
FEDRA.- Ese es asunto mío, no vuestro.
HADES.- Una respuesta torpe, que te perjudica a ti más que
a nosotros.
PERSÉFONE.- Hace muy poco y ahí mismo, Hipólit o
maldecía de ti, se llenaba la boca cubriéndote de ultrajes. ¿Para
reunirte con ese has bajado a los Infiernos? (FEDRA guarda
silencio, aunque está muy interesada.)
HADES.- (Paci e nte.) El reino subterráneo donde moran las
sombras de los muertos es muy grande, mujer. Si, como has
dicho, tienes necesidad de encontrar a es a sombra, debes
recordar que yo mando aquí.
FEDRA.- (Respetuosa.) No he olvidado que eres el rey de los
muertos.
HADES.- (Severo.) Y tú, ahora, perteneces a mi pueblo...
FEDRA.- (Bajando la cabeza.) Es cierto.
HADES.- (Con mayor severidad.) Sin embargo, estás
provocando nuestra cólera con tu insolencia.
FEDRA.- (Afectando humildad.) Perdón, poderoso Hades.
Perdonadme los dos.
HADES.- (Tras una ligera pausa. Pate rnal.) Necesitas
tenernos propicios, Fedra. Has venido al Infierno con un objeto
especial, y en eso te diferencias de los demás muertos. Tú nos
necesitas, los otros no. Y, no obstante, tú te llenas de orgullo
mientras los otros, cuando llegan, se arrastran y lloran.
FEDRA.- Lamento saber que también aquí hay que
envilecerse para agradar a los que mandan, pero me arrastraré
y lloraré, si así consentís mi reunión con la sombra de Hipólito.
HADES.- No es eso lo que queremos.
PERSÉFONE.- Los dioses subterráneos somos pacíficos y
benévolos, amiga mía. ¿Cómo podríamos reinar sobre esclavos,
si ya ni siquiera la vida podéis perder? Este es un lugar de paz
y descanso, no de humillaciones ni de lágrimas como aquel que
has dejado. Si quieres complacernos y ganarte nuestra voluntad,
no es necesario que te pongas de rodillas. Limítate a ser grata.
FEDRA.- Dulces palabras para esconder, sin duda, algún
anzuelo.
HADES.- Pero ¿qué dices? Un anzuelo, ¿para qué, pobre
muerta? Mírate a ti misma, mira qué te queda que te pueda ser
robado, de qué temes que te despojemos. ¿No ves que no eres
nada?
FEDRA.- No soy nada, es verdad. Aprendí que al confiado y
crédulo bien pronto lo dejaban desnudo, pero yo estoy ahora
más desnuda que el último mendigo.
PERSÉFONE.- Y también más segura. Puedes confiar en
nosotros sin ningún recelo, no queremos ni podemos
perjudicarte. (Pausa.) ¿Me crees ya? ¿O temes todavía que trate
de pescarte con anzuelo, como a un incauto pez?
FEDRA.- T e creo, divina Perséfone. Y si, como dijiste, sois
bondadosos y solícitos, os ruego que me dejéis ir ya en busca de
aquel por quien vine. No me neguéis esta única petición.
PERSÉFONE.- Espera. Antes te hemos pedido nosotros otra
cosa, ¿no lo recuerdas? Queremos conocer las circunstancias de
tu muerte.
HADES.- Pero háblanos antes de tus relaciones con Hipólito.
Él te ha acusado duramente y, sin embargo, tú le has seguido
como la sombra al cuerpo. No lo entiendo. (FEDRA inclina la
cabeza, pensativa. Pausa. Sin cólera.) ¿Te niegas a hablar?
PERSÉFONE.- ¿Por qué callas? ¿No quieres complacernos?
FEDRA.- (Vacilante.) Sí, sí quiero...
PERSÉFONE.- (Animándola.) No te avergüences de lo que
pasase allí arriba.
FEDRA.- No t engo de qué avergonzarme, pero accediendo a
vuestra petición, voy a prolongar mi pesadumbre y renovar un
gran dolor.
HADES.- No creas que el presente es mejor que lo pasado,
por malo que lo pasado pudiera ser. Aún no sabes cuán
miserable es la condición de los muertos, cuán triste va a ser tu
tiempo sin tiempo, en el reino de las sombras. Recordar su vida
pasada suele ser el consuelo de los que aquí se hallan, no te
lamentes de ella tú.
PERSÉFONE.- Vamos, comienza.
(Se concentra FEDRA y, al mismo tiempo, un foco
alumbra exclusivamente el rincón de le escena en que está
ella con los dioses, quedando el resto del escenario en
absoluta oscuridad. Al comenzar a hablar; se quita sus
ropas grises dejándolas caer. Lleva una túnica sin mangas
y muy sutil.)
FEDRA.- Nací en Creta y soy hija de Minos...
HADES.- (Interrumpiéndola, paternal y afable.) Sabemos
cuál fue tu cuna, y tenemos también conocimiento de tu
matrimonio con Teseo, el rey de Atenas... Allí tenías tu casa y,
sin embargo, tus días no acabaron en ella, sino en Trecene, ¿es
cierto eso?
FEDRA.- Sí, había peligro en Atenas, y mi marido nos mandó
a Hipólito y a mí a Trecene, a la casa de Piteo...
HADES.- Dinos, pues, lo que pasó en Trecene.
FEDRA.- (Conce ntrándose más.) Allí no estaba Teseo,
Hipólito me pertenecía solo a mí... o, al menos, eso era lo que
yo pretendía...
(Se ha ido cambiando la luz. Ahora se ilumina la parte
central del escenario, mientras se desvanece el foco que
alumbraba la escena anterior. La transición es gradual.
Ha descendido un decorado parcial que sugiere el interior
de un palacio micénico. Es la habitación de FEDRA. La
puerta, al fondo, a la izquierda. Cerca de ella, y también
al fondo, la cama, muy alta, y coronada por unas grandes
vigas pintadas con motivos geométricos en espirales;
algún tapiz más o menos recogido o plegado cuelga de
ellas, pero sin ocultar la cama en absoluto. A los pies de
dicha cama y en primer término, una piel de oso cuelga
hasta el suelo. La NODRIZA está sentada, quieta, en
actitud de trenzar una guirnalda de hojas y flores. De la
viga horizontal que, en primer término, hay sobre los pies
de la cama, pende un ceñidor muy largo. FEDRA se
aparta de los dioses, dirigiéndose despacio hacia la zona
del decorado; coge el ceñidor y se lo pone, con varias
vueltas desde debajo del busto hasta la cintura. Después
se sienta frente a la NODRIZA y coge del suelo ramas y
flores que pone bajo su falda; comienza a trenzar, pero se
interrumpe, quedando abstraída y preocupada. La
NODRIZA la mira.)
NODRIZA.- Pero, ¿qué te pasa esta tarde? No estás haciendo
nada.
FEDRA.- (De mal humor) No tengo ganas de trenzar en
balde. Esto es completamente inútil.
NODRIZA.- ¿No quieres tener la habitación adornada?
FEDRA.- ¡La habitación adornada! (Se levanta, tirando al
suelo de un manotazo las flores de su falda. Pasea
brevemente.)
NODRIZA.- Hija, no te entiendo. Estabas más alegre que un
pájaro cuando dejamos Atenas, y te has ido amargando tú sola.
(FEDRA pasea.) Tú sabrás por qué.
FEDRA.- (Se detiene.) ¡No estoy amargada! No estoy
amargada, pero lo estaré.
NODRIZA.- Ya sé que lo estarás, cuando volvamos. Pero
aún estamos aquí. No hace falta que te irrites sin motivo.
FEDRA.- (Más calmada.) No me irrito. Pero llevamos en
Trecene varios días, pronto volveremos a Atenas, y....
NODRIZA.- (Al ver que FEDRA se calla.) Y no soportas la
idea de estar con tu marido, ¿verdad, Fedra? Cada día le odias
más. Ya que tienes la desgracia de no quererlo, podrías, por lo
menos, resignarte.
FEDRA.- ¿Resignarme? ¿Y qué es lo que he hecho hasta
ahora?
NODRIZA.- Pero resígnate sin odio, mujer. Vivirás mejor.
FEDRA.- ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Si he de vivir bajo los pies
de un amo, lo menos que puedo hacer es maldecirle entre
dientes. Y como no puedo desahogarme alzando la voz, cada
día le odio más.
NODRIZA.- Te estás llenando las entrañas de ponzoña, te va
a salir el veneno por los ojos. ¿Es que no ves que llevas camino
de convertirte por dentro en un perro rabioso y nada más?
FEDRA.- ¡Bastante sabes tú!
NODRIZA.- Sé lo que veo.
FEDRA.- Y no ves nada.
NODRIZA.- Eras una criatura cuando te casaron con Teseo,
y a los pocos días de la boda ya te vi apretar los dientes y mirar
de través. Conque mira si veo. Pensé que te acostumbrarías,
pero han pasado muchos años y cada vez estas peor.
FEDRA.- ¿Que me acostumbraría? ¿Que me acostumbraría a
ser la sierva de ese, a cuidar de su casa y a obedecer sus
órdenes? ¿Cómo pudiste pensar que me acostumbraría a tal
cosa?
NODRIZA.- Otras muchas lo han hecho y lo siguen
haciendo.
FEDRA.- ¡Peor para ellas! Yo necesito ser libre, para eso he
nacido. Y si sigo viva, es porque espero serlo.
NODRIZA.- No seré yo quien te quite la esperanza. Pero,
entre tanto, piensa que tu marido no es peor que los demás
hombres... (FEDRA rí e .) No te rías, Fedra. Lo que digo es
verdad.
FEDRA.- ¿Y a mí eso qué me importa? Aunque fuera el más
bueno del mundo. El marido malo trata a su mujer como a un
asno, y el bueno como a un pajarito. Pero yo no quiero ser asno
ni pajarito, yo quiero ser Fedra. Y no tolero pertenecer a otro
solo porque nació varón.
NODRIZA.- Compárate con las demás mujeres, que no
tienen tu abundancia de casa, tus ganados y riquezas. Piensa que
tu suerte podría ser peor, y te costará menos acomodarte a ella.
FEDRA.- (Impaciente.) ¿No te he dicho que no quiero? ¡No
quiero acomodarme, no quiero conformarme! No quiero
envilecerme hasta el punto de creerme feliz, olvidándome de mi
falta de libertad. ¡Yo no puedo hacer eso! ¡No p uedo, y no
quiero!
NODRIZA.- (También impaciente.) ¿Y no ves que te haces
desgraciada?
FEDRA.- Prefiero ser desgraciada con los ojos abiertos que
feliz con los ojos cerrados. Y además, tú que sabes.
(Sonriente.) ¿Me creerías si te dijese que, ahora mismo, tengo
dentro un jardín?
NODRIZA.- Sí, un jardín de zarzas y cardos, con espinas
como espadas.
FEDRA.- (Dulce.) Un jardín de flores blancas y frutales
tiernos. Un jardín del que voy a recoger libertad y alegría. (Se
acerca a la NODRIZA, que sigue sentada, y la abraza.) ¿Por
qué no dices nada? ¿No oyes lo que te digo?
NODRIZA.- Preferiría no oírlo, te estás burlando de mí.
FEDRA.- (Abrazando más a la NODRIZA, que ya ha
dejado de hacer guirnaldas.) Sabía que no lo creerías y, sin
embargo, es verdad. Por una vez, la verdad puede ser así de
bella.
NODRIZA.- (Que no sabe si creerla o no.) Hace bien poco
estabas colérica solo de pensar en la vuelta a tu casa.
FEDRA.- Es que estoy excitada. (Se arrodilla junto a la silla
de la NODRIZA, para hablarle de cerca.) Y creo que tengo un
poco de miedo, ¿sabes? Pero un miedo agradable, hermoso.
Debe de ser la cercanía de la libertad, que me impresiona. Los
esclavos no tienen futuro, se lo dan hecho; en cambio, el futuro
de los libres debe de ser tremendo, ¿no es verdad? Su vida
puesta en sus manos para que ellos la hagan...
NODRIZA.- Fedra, no te entiendo. ¿No te estarás burlando?
(Acaricia los cabellos de FEDRA, que tiene la cabeza
apoyada en sus rodillas.)
FEDRA.- Pero tengo una dificultad, maná: no puedo yo sola
librarme de Teseo. Necesito que me ayude una persona, y no
estoy segura de ella ni por asomo.
NODRIZA.- ¿Cómo has podido decir eso? Me has hecho
daño.
FEDRA.- ¿Por qué? ¿Qué he dicho yo?
NODRIZA.- (Con amargura.) Apenas habías nacido cuando
te pusieron en mis brazos, y en mis pechos mamaste una leche
que negué a mis hijos para dártela a ti. Treinta y tres años han
pasado desde entonces, y en ese tiempo nunca he tenido más
vida que la tuya, siempre pendiente de tu salud, de tus deseos,
de tus caprichos; con mi cama junto a la tuya, comiendo tras de
tu puerta; sin distracción ni descanso, pensando en cuidarte y
servirte con toda la atención y todo el amor que puedo tener,
para que ahora te atrevas a decirme que no estás segura de mí...
FEDRA.- (Que la escuchó con sorpresa al principio y luego
divertida, la coge del codo para llamar su atención,
consiguiendo -con esfuerzo- que la NODRIZA lo advierta.)
¡Pero qué dices! Si no estoy hablando de ti, no eres t ú esa
persona... (La abraza.) ¡Ay, mamá, ojalá fuera tu socorro el
que necesito!
NODRIZA.- (Entre incrédula y defraudada.) ¿Que no soy
yo? ¿Y quién es, entonces?
FEDRA.- Pues, ¿quién ha de ser? Hipólito, por supuesto.
NODRIZA.- (Estupefacta.) ¿Hipólito?
FEDRA.- (Infanti l , medio jugando con la sorprendida
NODRIZA.) Sí, Hipólito. (La besuquea.) Me es necesario su
concurso. Sin él no podría hacer nada.
NODRIZA.- (De mal humor.) ¿Y eso es lo mejor que has
encontrado? ¡Un chiquillo! ¡Un chiquillo débil y miedoso! No,
no pongas esa cara, que es verdad y no vas a hacer que me calle.
No recurres a mí porque soy vieja, claro, pero no sabes tú que,
con todos mis años, valgo yo cien veces más que el hijo de la
amazona. ¡Y te quiero más que él!
FEDRA.- (Se levanta, un poco enfadada.) No le llames tú
también el hijo de la amazona, ¿has oído? No lo vuelvas a
hacer. Hipólito es mi hijo.
NODRIZA.- Di que le quieres como si fuera tu hijo, pero lo
parió una amazona...
FEDRA.- (Obstinada.) ¡Lo parí yo! (La NODRIZA la mira
como a un bicho raro.) No me mires así, que no estoy loca...
No salió de mis entrañas, pero es igual, pudo haber salido. Él no
se acuerda para nada de Antíope, no recuerda a ninguna más
que a mí, no ha tenido otra madre... ni yo otro hijo. Si dices que
no soy su madre, nos defraudas a los dos.
NODRIZA.- (Dulce y conciliadora.) No te enfades, yo
también quiero al muchacho... (Toma de la mano a FEDRA,
atrayéndola hacia sí.) Anda, niña mía, ven aquí... (Sienta a
FEDRA sobre sus rodillas y la besa.) Así... (La abraza.)
¿Verdad que quieres mucho a esta pobre vieja?
FEDRA.- (Devolviéndole los besos.)Tú no eres ninguna
pobre vieja.
NODRIZA.- Debo serlo, si no sirvo para ayudarte... ¿Qué
necesidad tienes de comprometer a tu hijo, que es débil y aún no
tiene el valor de los hombres? (La abraza más fuerte.) Querida
mía, déjame que sea yo. Al héroe más fuerte puedo mandar al
Averno sin que nadie sospeche nada... De mí sí podrías estar
segura...
FEDRA.- ¡Ay, si a ti te fuera posible!
NODRIZA.- Cualquier cosa es más posible para mí que para
Hipólito, Fedra. Te lo juro.
FEDRA.- (Mimosa, acariciando el rostro de la NODRIZA
con ambas manos.) Vas a convencerte, voy a explicarte mi
propósito...
NODRIZA.- Anda, sí, dímelo.
FEDRA.- Dime primero, ¿cuánto me quieres?
NODRIZA.- ¿A qué viene eso?
FEDRA.- ¡Oh, es important ís imo! Si no me quieres tanto
como yo a ti, no puedo decírtelo...
NODRIZA.- (Abrazándola.) ¿Tanto como tú a mí? Pero,
hija mía, si eso no es nada...
FEDRA.- (Siempre mimosa y deliberadamente infantil.)
¿Me quieres más que a ti misma?
NODRIZA.- ¡Infinitamente más!
FEDRA.- (Acariciándol a.) ¿Y si yo quiero una cosa, la
quieres tú también?
NODRIZA.- (Encantada.) Niña, yo moriría con gusto por
darte un capricho...
FEDRA.- (Besuqueándola.) Mamá, es que yo necesito que
me quieras a mí mucho más que a los dioses...
NODRIZA.- ¡Pero si yo no tengo más dios que mi niña!
FEDRA.- Bien, t e lo voy a decir... (Vacila.) ¡Yo quiero a
Hipólito!
NODRIZA.- (Sin entender nada.) Muy bien, eso ya lo
tienes... él también te quiere, aunque no tanto como yo...
FEDRA.- (Esconde se cara en el hombro de la NODRIZA.)
No, no... yo le quiero de otra manera... le quiero... (Sin levantar
la cabeza, señala con el índice la cama.) ahí...
NODRIZA.- (Estupefacta, sin reaccionar.) ¡Ah!
FEDRA.- (Sin atreverse aún a levantar la cabeza.) ¿Estás
escandalizada?
NODRIZA.- (Sin convicción.) No...
FEDRA.- (Como antes.) Es para mí más importante que mi
vida, te lo aseguro...
NODRIZA.- (Tras una pausa, acariciándola.) Te
comprendo muy bien, tesoro mío... Tu pasión te parece
monstruosa porque él es para ti un hijo... (FEDRA levanta la
cabeza y mira a la NODRIZA.) ¿No es cierto?
FEDRA.- (Enérgica.) ¡No, no es cierto! De ninguna manera...
Mi pasión no es monstruosa en modo alguno.
NODRIZA.- (Persuasi va.) Claro está que no, Fedra.
Recuerda que Hip ólito no es hijo tuyo... (Movimiento de
protesta de FEDRA.) ¡No, no lo es! Allá Teseo y la amazona,
¿a ti eso que te importa? Para ti, el muchacho es un extraño sin
ningún parentesco...
FEDRA.- (Nerviosa, se l evanta de las rodillas de la
NODRIZA.) ¡No, no, no me has entendido! Si le amo... si
quiero que sea mío es precisamente porque es mi hijo...
(Enérgica.) Si fuese un extraño, ni le miraría a la cara. ¿Por
quién me tomas? Un extraño es cualquiera: ¿me acostaría yo
con cualquiera?
NODRIZA.- (Estupefacta.) No sé qué decirte... no te he
entendido...
FEDRA.- Me has entendido muy bien: quiero a Hipólito
porque es mi hijo, y solo por eso.
NODRIZA.- Fedra, eso no tiene sentido. El hecho de quererle
te prueba que ese muchacho no es un hijo para ti. Jamás una
madre querría así a su hijo.
FEDRA.- Todas los querrían as í, si el horror no se lo
estorbase. A cualquier mujer la horrorizaría tanto el desear a su
hijo, que ni se le ocurre.
NODRIZA.- Porque es un crimen, p or eso se horrorizan.
Mira, s i todas las otras temen a las Erinnias, sé prudente y
témelas tú.
FEDRA.- Deja en paz a las viejas Erinnias. Solo roen los
huesos de los débiles . Ahí tienes a mi marido cargado de
homicidios, que jamás se ha preocupado por ellas. Si eso es un
crimen, es porque los maridos y padres así lo han decidido, y
nada más.
NODRIZA.- (Preocupada.) Yo no lo entiendo, niña, yo no
lo entiendo... ¿Por qué lo habrían de decidir?
FEDRA.- Porque les conviene, naturalmente. Limitando los
derechos maternos en beneficio propio, se apoderan a la vez del
hijo y de la madre. Hacen del uno su heredero y su imitador, y
de la otra una esclava que solo tiene a su cargo los cuidados
infantiles, y porque no hay más remedio, que si no... Para una
mujer, un hijo debiera ser un cielo abierto de gloria y libertad...
pero solo es un ventanuco por el que apenas entra algo de luz.
Si las otras se conforman con esa miserable ventana, yo no: yo
voy a saltar a través de ella. Voy a salir de mi pozo y a tener
aquello que es mío. Mi hijo, para mí y solo para mí. Ni un latido
suyo he de dejar para que mi marido pueda tomarlo.
NODRIZA.- (Tras una pausa.) ¡Ay, Fedra!... Yo p ensaba
que solamente estabas encaprichada por el hijo de la amazona
y no me parecía mal, pero ahora no sé qué pensar... me siento
inquieta...
FEDRA.- (Levemente irónica.) Sigues pensando que este
amor es un crimen, ¿verdad?
NODRIZA.- ¿Y estás tú segura de que no lo es?
FEDRA.- No, no lo es . No lo es. Pero aunque lo fuera, me
daría igual. Necesito a Hipólito todo entero, y mío tiene que ser.
No prescindiré de él por temor a mi marido, al contrario. Teseo
dejará de ser mi amo cuando yo impida que me despoje, y a mi
hijo no me lo va a quitar, eso sí te lo aseguro.
NODRIZA.- (Con terror.) Niña, niña mía, piénsalo... Tú no
puedes estar segura de encontrar a la libertad detrás del
crimen...
FEDRA.- (Impaciente.) ¡Te repito que mi amor no es un
crimen! No vuelvas a insultarlo, ¿me oyes? (En brusca
transición al afecto.) Escúchame. Quiero tanto a Hipólito que
aunque no obtuviese mi libertad lo haría de todos modos...
Aunque sé que la tendré, no hay la menor duda... ¿qué le
ofrecería a mi hijo, si no fuese capaz de darle el corazón de una
mujer libre? (Ilusionada.) ¿No lo comprendes? Mi hijo será
completamente mío, se volverá pequeñito y habitará dentro de
mi pecho como antes de que naciese; y yo seré solo suya, como
siempre he deseado... Teseo se quedará sin hijo y sin mujer, sin
nada que ver con nosotros, que seremos libres aparte de él, fuera
de él... Teseo será un extraño, un desconocido...
NODRIZA.- (Tras corta pausa.) Óyeme, escucha. (Vacila.)
¿No sería igual... y más seguro... que Teseo muriese?
FEDRA.- (Divertida.) ¿Matándole tú? Con veneno, ¿verdad?
(Ríe.) ¡Pero si tú temes a los muertos! ¿Qué harías cuando
vieses ante ti su espectro ensangrentado?
NODRIZA.- (Alegrement e.) ¡Ah, no hay peligro de eso!
Aplacaríamos su espíritu con frecuentes libaciones, se
celebrarían juegos y sacrificios en su honor... hasta podrías
levantarle un templo...
FEDRA.- (Riendo más.) ¡Oh, qué bien! Todo se arreglaría,
es cierto... (De jando de reír.) Menos para mí, que seguiría
siendo la esclava de Teseo.
NODRIZA.- (Estupefacta.) ¿De un muerto?
FEDRA.- Sí, de un muerto. No hay viuda que se libre de su
amo, si no es esclavizándose a otro. Si mi marido muriese antes
de mi victoria, ya ni mi hijo ni yo podríamos ser libres, porque
el recuerdo de aquel de quien nunca pudimos escapar nos
dominaría para siempre desde nuestros corazones... Y, por el
contrario, después que Hipólito y yo consumemos nuestro amor
y alcancemos la libertad, cuando Teseo sea un extraño para
nosotros, ¿qué nos importa que muera o que viva? Él ya no será
nadie, para nosotros ya estará muerto...
NODRIZA.- (Obstinada.) Le temeréis más que ahora... Cada
vez que os mire a los ojos os temblarán las manos...
FEDRA.- ¿Nos temblarán, dices? ¿Porque nos mire un pobre
hombre de quien nos reímos y que nada es para nosotros?
NODRIZA.- ¡Oh, Fedra! Ese p obre hombre, si tuviese tan
solo una sospecha, tomaría su espada de bronce y te la hundiría
sin piedad por el vientre adelante...
FEDRA.- Pero es que no tendrá sospecha alguna. La vida en
la casa s eguirá como siempre, Hipólito y yo le fingiremos
obediencia... su ignorancia le permitirá seguir creyéndose
nuestro amo, y eso le hará más pequeño aún a nuestros ojos:
¿cómo es posible temerle así?
NODRIZA.- La conciencia de vuestra culpa os delatará...
FEDRA.- (Alzando l a voz, con impaciencia.) ¿Qué culpa?
¿La conciencia de qué culpa? ¿Es acaso culpable el que s e
defiende?
NODRIZA.- (Triste.) No sé, hija, no sé... Ni tampoco sé ya
qué decirte... pero siento que algo está oscuro, algo saldrá mal...
y tengo miedo...
FEDRA.- (Severa.) Pues cuida de que no se te note.
NODRIZA.- Yo me lo tragaré, no es de mí de quien tienes
que temer.
FEDRA.- (Fingiendo alegría.) Ni de ti ni de nadie. Alégrate,
vamos a ser felices.
NODRIZA.- (Suspira.) ¡Ojalá sea ciert o! (Sombría,
mirando al suelo.) No estoy segura de Hipólito.
FEDRA.- (Repentinamente endurecida, se vuelve de
espaldas a la NODRIZA. Tensa.) ¡Ni yo tampoco! (Pausa.) El
miedo lo paraliza, apenas se atreve a nada p or más que le
provoco... ¡Y yo no puedo esperar más!
NODRIZA.- ¿Y por qué no? Dentro de algún tiempo, cuando
Hipólito sea más hombre...
FEDRA.- ¿No te he dicho que no puedo? Cuando él sea más
hombre, yo seré más vieja... (Animándose a sí misma.) Y
además, él ya está preparado, (Cogiéndose los brazos, tierna.)
Me quiere, y hasta con audacia... solo le falta llegar al final. (Se
queda abstraída. Pausa.) Quizá hoy mismo... (La NODRIZA
suspira hondo, y FEDRA reacciona.) Seguro que Hipólito ya
está rondando ahí, esperando a que salgas. Anda, y si le ves,
dile que ya puede pasar, que le estoy esperando...
NODRIZA.- (Disponiéndose a salir. Con miedo.) ¿Va a ser
ahora?
FEDRA.- No lo sé.
NODRIZA.- Mira que aún no ofrece seguridad... son muy
pocos años...
FEDRA.- (Empujándola suavemente hacia la puerta.) No
tengas miedo, no seas miedosa... anda...
(Sale la NODRIZA.)
(Al quedarse sola, FEDRA se concentra unos instantes.
Respira hondo, y se acerca al montón de guirnaldas que
hay en el suelo, del que coge una. Se sube de pie sobre la
cama, y comienza a colgar la guirnalda de una de las vigas
que la coronan. Casi en seguida, HIPÓLITO aparece en la
puerta y se para, de espaldas a FEDRA, mirando cómo
adorna las vigas. Trae una pequeña capa echada sobre un
hombro. FEDRA vuelve la cabeza, viéndole.)
FEDRA.- (De buen humor.) ¿Te complace trabajar?
HIPÓLITO.- (Apoyado en el quicio, se cruza de brazos y
sonríe.) Estás muy hermosa cuando haces eso.
FEDRA.- Entonces, ponte hermoso tú también. Coge una
(Señala las guirnaldas que hay en el suelo.) y cuélgala de esa
viga. (Indicando una de las que hay sobre la cama.)
HIPÓLITO.- (Arroja con negl i ge ncia su capa sobre la
cama, y la obedece.) ¿Así que hoy también jugaremos?
FEDRA.- (Terminando de col gar la guirnalda.)
Naturalmente, niño mío. ¿Sabes tú hacer otra cosa?
HIPÓLITO.- (Eufórico.) Yo sé cazar...
FEDRA.- (Bajando de un salto y cogiendo otra guirnalda
que prepara para tender a HIPÓLITO cuando termine de
colgar la que tiene.) Sabes jugar a que cazas.
HIPÓLITO.- (Inclinándose para recoger la guirnalda que
le tiende FEDRA, y riendo.) También sé hacer otras cosas...
FEDRA.- (Que ha cogido otra y trepa a la cama, para
ponerla ella.) ¿Otras cosas?, ¿qué cosas?
HIPÓLITO.- (Siguiendo el juego.) ¡Oh, pues muchas!
FEDRA.- (Del mismo buen humor.) Yo solo te he visto
hacer cosas de niño... de niño pequeño...
HIPÓLITO.- (Picare sco.) Pero hay algo que hacen los
hombres y que yo sí sé hacer... (Ha terminado de colgar la
guirnalda, baja de un salto, y coge las dos últimas, dejando
una sobre la cama, y trepando con la otra para decorar otra
viga. De pie sobre la cama, comenzando su trabajo sin mirar
a FEDRA.) Y tú me has dicho que lo hago muy bien...
FEDRA.- (Terminando de colocar su guirnalda y
recogiendo la última, que HIPÓLITO ha dejado sobre la
cama.) ¡Pero niño! ¿Cuándo te he dicho yo eso?
HIPÓLITO.- (Orgulloso, sin dejar su tarea.) Ah, ¿ya no te
acuerdas? (Con tono pícaro.) Pues fue ayer por la tarde...
FEDRA.- (Con la guirnalda aún en las manos.) ¡Ah, vamos!
¿Te refieres a esto? (Coge con l a guirnalda el cuello de
HIPÓLITO por sorpresa y, cuando él se vuelve, ella le abraza
y le besa en la boca mientras HIPÓLITO la abraza también.)
HIPÓLITO.- (Casi temblando, con un tono enteramente
distinto al petulante que hasta ahora ha tenido.) Ayer dijiste
que ya lo hago como un hombre...
FEDRA.- (Entre risueña y conmiserativa, señalando la
guirnalda.) Acaba con eso... (Se pone a colocar la suya, que
aún tiene en las manos. Mientras la está colocando, tras una
pausa y con tono irónico.) Así que ya sabes cómo tratar a una
mujer, ¿eh? (HIPÓLITO, sin volver la cabeza de su trabajo,
emite una risita pícara, aunque también algo cohibida.) Pues
lamento desilusionarte, pero te falta lo esencial.
HIPÓLITO.- (Que ha terminado de colgar su guirnalda,
pero finge acomodarla para darse tiempo a recobrar su
aplomo, se vuelve hacia FEDRA que, de espaldas a él, está
colocando la suya.) Y, ¿qué es lo que me falta?
FEDRA.- (Sin volverse.) La iniciativa, niño.
HIPÓLITO.- ¡Ah! (Audaz, con tono provocativo.) ¿Te
gustaría que yo tomase la iniciativa? (Sin esperar respuesta,
toma a FEDRA por los hombros, le dobla bruscamente la
cintura hacia atrás, y la sostiene un momento.) ¡Pues mira!
(La besa en la boca al tiempo que ella le abraza y, por su
difícil postura, caen ambos en la cama. HIPÓLITO se medio
incorpora, sin aliento y con cierto susto. FEDRA sigue
tendida, mirándole. Le señala la última guirnalda, que ella
estaba colgando y de la que queda un trozo que cuelga sin
sujetar.)
FEDRA.- Por haberme interrumpido, ahora tienes que
terminar lo que yo hacía. (HIPÓLITO, en silencio, la obedece.
Ella sigue tendida, y le mira. Pausa.)
HIPÓLITO.- (Terminando, y sin mirarla.) Hoy hemos ido
más lejos que otros días...
FEDRA.- ¡Pobrecito! No puedes mover un dedo sin asustarte.
¿A qué llamas tú ir lejos?
HIPÓLITO.- (Apoyado en la viga ya decorada, sin mirar
a FEDRA.) No sé... ¿a qué lo llamas tú?
FEDRA.- (Dulce.) Querido mío, para nosotros no debe haber
nada demasiado lejos...
HIPÓLITO.- (La mira, con prevención.) ¿Nada?
FEDRA.- ¿No somos libres para airarnos sin trabas?
HIPÓLITO.- Claro está que sí, pero... (Se interrumpe, con
visible preocupación.)
FEDRA.- (Sonriente.) Ese «pero» ya es una traba, y él basta
para dejarnos sin libertad. ¿O es que no quieres hacerte un
hombre? (Se estira, voluptuosa y provocativa.)
HIPÓLITO.- (Intentando vencer ser turbación y fijarse en
FEDRA, sin conseguirlo.) Sí...
FEDRA.- (Incorporándose rápidamente y bajando de la
cama, habla con tono ligero, aunque algo forzado.) Yo a ti no
te gusto, niño. (Da unos pasos.)
HIPÓLITO.- (Impetuoso y sincero.) ¡Solo me gustas tú!
FEDRA.- (Complacida.) ¡Pues cómo te gustarán las otras!...
¡Pobres mujeres!
HIPÓLITO.- (Más cortesano, aunque sigue siendo
sincero.) Eres más bella que todas las diosas...
FEDRA.- (Fingiendo buen humor, suspira irónicamente.)
De poco me sirve, mocito...
HIPÓLITO.- (Tras corta pausa, con un ligero esfuerzo.)
¿Por qué dices eso?
FEDRA.- Por nada. (Mira las vigas enguirnaldadas sobre
la cama.) Aún no has puesto las lámparas. (Sacude a
HIPÓLITO.) Anda, ponlas de prisa, que tenemos que jugar.
HIPÓLITO.- ¿A qué?
FEDRA.- (Abriendo un arcón que hay a la derecha de la
cama.) Ya lo verás.
HIPÓLITO.- Pero podemos hablar tranquilamente.
Cuéntame historias antiguas...
FEDRA.- (Agachada junto al arcón abierto.) No, nada de
historias. Yo prefiero jugar.
HIPÓLITO.- (Subiéndose de pie sobre la cama.) ¡Y tú me
llamas niño! (FEDRA ríe brevemente y saca unas lámparas
que va dando a HIPÓLITO, y este las coloca en la viga
frontal. La entrega y colocación se hacen con rapidez.)
¿También hoy jugaremos a que la piel de oso sea el Minotauro
y yo sea Teseo?
FEDRA.- (Dándole las ultimas lámparas.) No, eso ya lo
haces muy bien... hoy, la piel será Teseo, tu serás Hipólito, y yo
seré Fedra.
(Toma una paja, la enciende en una lámpara grande, y se
la tiende a HIPÓLITO, que simula ir encendiendo las
lamparillas que ha colocado. Pueden estas lamparillas
tener una hembrilla de enchufe que encastre con un
macho que sobresalga de la parte superior de la viga; al
mismo tiempo que HIPÓLITO aplica la paja encendida,
accionará un interruptor en la misma lamparilla,
encendiéndose así su lucecita eléctrica. Cuando ha
encendido la última, FEDRA apaga la lámpara en que
encendió la paja, quedando la iluminación ligeramente
más discreta.)
HIPÓLITO.- (Mientras va colocando las lamparillas.) ¿Un
juego en el que yo hago de mí mismo y tú haces de ti?
FEDRA.- ¿Qué te parece? ¿Disfrutaremos?
HIPÓLITO.- (Escéptico.) No sé... ¿en qué va a consis t ir?,
¿en reproducir nuestra vida habitual en Atenas?
FEDRA.- (Alegre.) Lo esencial del juego es que hagamos de
otro que no sea nosotros, ¿verdad, Hipólito?
HIPÓLITO.- Pues por eso me extraña... (Ha encendido las
seis u ocho lamparillas, y FEDRA apaga la grande.)
FEDRA.- Es que hoy, tu harás de un Hipólito que no serás tú,
y yo haré de una Fedra que no seré yo.
HIPÓLITO.- (Sentándose perezosamente en la cama, y
sonriendo.) ¡Ahora sí que no entiendo nada!
FEDRA.- (Gira sobre sí misma re pe tidas veces, al
principio despacio.) En la vida ordinaria, Teseo es nuestro amo
y nosotros no somos nada. Pero ahora, él es esa piel de oso, que
no es nada, y nosotros seremos sus amos... (Sigue girando, algo
más deprisa.)
HIPÓLITO.- (Que la mira encandilado.) ¿Cómo dijiste que
no me gustas? Eres más hermosa que las Gracias...
FEDRA.- (Sin dejar de bailar.) ¿Te gusta mi vestido?
HIPÓLITO.- Parece de tela de araña...
FEDRA.- (Girando.) Pero, ¿te gusta, o no?
HIPÓLITO.- (Embobado.) Nunca te lo vi en Atenas... es
maravilloso...
FEDRA.- (Bailando con más lentitud.) Es solo para ti.
HIPÓLITO.- Quisiera besarte...
FEDRA.- (Haciendo su giro más lento.) Pues ven y hazlo...
(HIPÓLITO se acerca despacio, devorándola con los ojos.
FEDRA señala repentinamente la piel de oso.) ¡Cuidado!
(Gira vertiginosamente.) ¡Tu padre! (HIPÓLITO se queda
paralizado, y FEDRA se deja caer sobre la cama, riendo a
carcajadas.)
HIPÓLITO.- (Algo embarazado.) Dime de qué te ríes, para
que ría yo también...
FEDRA.- (Sin dejar de reír.) ¡Te has quedado helado! Un
pellejo es suficient e, si piensas en tu padre, para que hasta
besarme sea un delito. (Ha dejado de reír y le mi ra con
ternura.)
HIPÓLITO.- (Entristecido, se sienta en el suelo, a los pies
de FEDRA.) He sido muy tonto, ¿verdad?
FEDRA.- (Dulce, pero sin la menor convicción.) No, amor
mío... (Acaricia los cabellos de HIPÓLITO.)
HIPÓLITO.- Pero ¿hasta cuándo me va a durar el miedo a
ese hombre? Y tú, ¿por qué no me ayudas?
FEDRA.- Tienes que hacer un esfuerzo, Hipólito... las cosas
no vienen solas.
HIPÓLITO.- (Resuelto.) Mira, vamos a jugar otra vez... no
me va a asustar ahora esa piel.
FEDRA.- (Emite una risita forzada. Con tono irónico.) No
será poco adelanto, si lo consigues...
HIPÓLITO.- (Mira a FEDRA, con tristeza.) No sirvo para
nada, ¿verdad?
FEDRA.- (También triste.) No digas eso, te lo ruego...
HIPÓLITO.- Es lo que piensas, madre... (Masoquista.) Soy
un inútil, no sirvo para nada, ¡para nada!
FEDRA.- (Con seguridad.) Sirves para lo que quieras, pero
tienes que querer.
HIPÓLITO.- (Arrodillado a los pies de FEDRA, que está
sentada en la cama.) Pero madre, si yo quiero...
FEDRA.- (Cogiendo la cara de HIPÓLITO y mirándole de
cerca.) Hay que querer con mucha más fuerza, amigo mío... hay
que querer con coraje, con rabia, sin desfallecimientos ni
flaquezas: lo que se quiere así, se consigue siempre... (Corta
pausa.) Endurece tu corazón y ponlo detrás de tu deseo,
Hipólito; únelos firmemente, y tendrás en tus manos un ariete
más fuerte que el bronce, con el que puedes derribar hasta los
muros del Destino...
HIPÓLITO.- (Le besa las manos en un arrebato.) ¡Madre,
eres magnífica!
FEDRA.- (Algo arisca.) ¿No te cansas de admirarme desde
el suelo? Yo no necesito tu admiración, lo que quiero es que me
imites. ¿Cuándo te decidirás?
HIPÓLITO.- (Con alegría.) ¡Ya estoy decidido! (Coge la
piel de oso y lo tira con fuerza contra el suelo.) ¡Se acabó!
(Le da un puntapié.) ¡Así! (Mira con odio el desplazamiento
de la piel y, cuando se inmoviliza, se vuelve sonriente a
FEDRA, que le mira con ternura y piedad.) ¿Ves?
FEDRA.- (Burlona.) Puesto que estás tan valiente, ¿quieres
que juguemos?
HIPÓLITO.- (Contento.) Naturalmente que quiero... Ya
verás si soy otro.
FEDRA.- (Recogiendo la piel de oso.) A ver si es verdad.
Ahora tienes que ser un Hipólito libre y fuerte... (Ri sue ña,
amenazándole con el dedo.) ¡No lo olvides!
HIPÓLITO.- (Petulante.) ¡Ahora soy un Hipólito libre y
fuerte! (Al ver que FEDRA saca un ovillo de hilo.) ¿Vas a
preparar la piel como ayer, cuando era el Minotauro?
FEDRA.- Sí, pero hoy a quien preparo es a Teseo...
HIPÓLITO.- (Con mucho menos entusiasmo.) ¡Ah, sí!...
FEDRA.- (Continuando, en tono de broma.) ...M i terrible
marido... (Abre la boca de la piel y la pone rodeando su
cuello, como si el oso la mordiese.)
HIPÓLITO.- (Con un estremecimiento, y procurando que
su tono sea despreocupado.) No te la pongas así, que parece
que te muerde de verdad...
FEDRA.- (Quitándosela, ri e ndo.) Pues de eso se trata.
(Jovial.) Haremos como si la bestia me tuviese en su poder, y
tú me salvases.
HIPÓLITO.- (Simulando indiferencia.) Pero, ¿no habíamos
dicho que esa piel sería mi padre?
FEDRA.- (Risueña.) Pero si es lo mismo: tu padre... la
bestia... (HIPÓLITO la mira, sorprendido. FEDRA le
revuelve el pelo con una mano.) Mira, niño: siempre que en
una historia veas a un héroe que salva a una mujer hermosa de
que una bestia la devore, y a sabes que a quien libra es a su
madre...
HIPÓLITO.- (Atónito.) ¿Y la libra del padre?
FEDRA.- (Tras varias afirmaciones lentas con la cabeza.)
Sí. (Corta pausa.) Del padre.
HIPÓLITO.- (Muy confuso, se sienta en el suelo, cerca de
FEDRA.) Entonces, cuando Perseo libertó a Andrómeda y mató
al monstruo del mar...
FEDRA.- (Suasoria.) Es como te he dicho, no lo dudes.
HIPÓLITO.- Lo que no entiendo es... el monstruo se iba a
comer a Andrómeda, pero el padre... (Vacila.) el padre no se
come a la madre.
FEDRA.- (Que, mientras hablaba HIPÓLITO, ha
introducido el cabo del hilo por la boca de la piel de oso y lo
está atando a algo que debe haber bajo la cabeza, se
interrumpe, con un ligero mohín de ofendida.) ¿A ti no te
parece que la tierna madre, tan frágil y bella, está a disposición
del marido como entre las garras de una bestia?
HIPÓLITO.- Pues yo no... no lo sé...
FEDRA.- (Mimosa, reclinándose sobre HIPÓLITO.) ¡Oh,
querido! Un marido no solicita, sino que exige... es brutal...
HIPÓLITO.- (Abrazándol a.) ¡Oh, madre, oh, madre! (Le
acaricia la cara.)
FEDRA.- Soy muy desgraciada, hijo...
HIPÓLITO.- (Acariciándola.) Tu situación es más
angustiosa que la mía, es mil veces peor... (Besándola y
abrazándola.) Tienes que soportar sus manos sobre ti... su boca
en la tuya y sus barbas en tu cara...
FEDRA.- Te juro que cuando entro en la es tancia conyugal,
me parece que paso al cubil de una fiera... (Junta su mejilla
con la de HIPÓLITO.) Me las tima, me trata mal... con sus
manos toscas y su olor a vino...
HIPÓLITO.- (Con decisión.) ¡Hay que acabar con eso, tú no
puedes seguir así! (Se levanta, agitado.)
FEDRA.- (Se reclina sobre la piel.) Tú puedes salvarme,
Hipólito. ¡Sálvame!
HIPÓLITO.- (Irresoluto, se vuelve a sentar, mientras
FEDRA se levanta.) Sí, pero ¿cómo?... Madre, ¿qué podemos
hacer?
FEDRA.- (De pie frente a HIPÓLITO, se pone las manos en
las caderas, en actitud provocativa.) ¡Jugar!
HIPÓLITO.- (Estupefacto.) ¿Jugar? (Corta pausa. Con
tono ligero.) Jugando disfrutamos, pero no se arregla nada...
FEDRA.- (En la misma actitud, balanceándose.) ¡Quién
sabe! (HIPÓLITO la mira, hechizado. Ella se arre gl a el
peinado o simula hacerlo, acentuando su figura.) Antes
dijiste que este vestido te gustaba... ¿o ya no te gusto con él?
(Adopta una actitud de seducción.)
HIPÓLITO.- (Feliz.) ¿Cómo podrías no gustarme? Gustarías
a una piedra: eres más hermosa...
FEDRA.- (Le interrumpe .) ¡...Que las Gracias! Ya lo has
dicho, amado mío. (Corta pausa. Con tono ligero.) Debes
recordar que Perseo se casó con Andrómeda después de librarla
del mons t ruo: ¡ese fue su premio! Tú tendrás que casarte
conmigo... (HIPÓLITO ríe con embarazo.) ¡Ah!, ¿te ríes?, (En
tono de broma.) ¡pues hablo muy en serio! (Se acerca a la piel
y recoge del suelo el ovillo cuyo cabo está atado al interior
de la boca.) Levántate y estira la piel, que está muy arrugada.
(Se aleja unos pasos, desenrollando hilo de l ovillo.
HIPÓLITO, entre tanto, ha extendido la piel del oso.)
Siéntate por ahí, que vamos a empezar. (Deja caer al suelo el
ovillo.) Tú intervendrás cuando creas que debes hacerlo... Y no
te olvides de lo que te he dicho, ¿eh? (Casi insensiblemente
comienza a bailar, con movimientos lánguidos y
voluptuosos. Va hablando sin dejar de moverse, con cierta
separación entre las frases.) Mi vida en Creta era suave y
grata... (Sigue bailando. De improviso gira rápida, agitando
su cabellera.) ¡Qué alegres eran las fiestas! ¡Qué libert ad!
(Paulatinamente, va imprimiendo lentitud a sus giros hasta
que, suavemente, vuelve al pasado ritmo anterior, ahora con
más se nsuales actitudes.) Pero había crecido demasiado de
prisa... ya pasaba de los quince años, era una mujer... (Su rostro
se ha ensombrecido, los movimientos de la danza son cada
vez más voluptuosos.) Tenía que casarme, y fui entregada a un
bárbaro aqueo... (Sin dejar de bailar; se pone de rodillas.
Mueve con ansiedad el torso y agita su cabellera.) Ya soy
una esclava lejos de su patria... ya las cadenas me at an a la
tierra... (Su danza continua de rodillas, doblando el torso
hacia atrás o adelante repetidas veces y barriendo el suelo
con la cabellera.) Pertenezco al sangriento Teseo, de torpes y
brutales manos encallecidas por la espada... (Prosiguiendo su
baile, se tiende, ya sobre la espalda, ya sobre un costado; sus
posibilidades de movimiento son ahora limitadas, pero
aumenta el erotismo de su actitud. En el curso anterior de
la danza, ha recogido del suelo, con disimulo, el ovillo del
hilo, que mantiene oculto detrás de su espalda.) Cuando
Teseo se me acerca... (Sin abandonar la voluptuosidad de su
postura, tirando del hilo provoca lentos avances hacia ella
de la piel del oso.) ...siento un escalofrío lento y helado que me
recorre el cuerpo... (Se estremece; en adelante, sus frases son
cortadas por aspiraciones penosas y gemidos; refleja
ansiedad y angustia, y tiene el cuerpo entero palpitante.)
...que se me anuda en la garganta como si t uviera dentro una
culebra... (Avanza el oso.) Y la ansiedad me deja el vient re
(El oso permanece quieto. FEDRA le mira.) ...sus ojos crueles
me miran sin piedad... (Sigue quieto el oso.) ...buscando por mi
cuerpo, escogiendo dónde morder... dónde clavar esos dientes
ensangrentados... (El oso avanza.) ¡Ay, no! ¡No me comas,
Teseo! (El oso, ya muy cerca, permanece quieto.) ¡No me
muerdas! (El oso avanza brevemente.) ¡No, no!
(Compungida.) Yo seré buena... te obedeceré... (El oso avanza
otro poco.) ¡Ay, no! No te acerques más... prométeme antes no
comerme... no me mat es ... (Tendida en el suelo, intenta
retroceder, pero lo hace muy poco; queda, como antes, con
las manos atrás y la postura provocativa.) Hueles a vino, me
das asco... (El oso avanza otro poco.) ¡Ay, no me hagas daño!
(Con voz desfalleciente y pecho palpitante.) Haz conmigo lo
que quieras, pero no me hagas daño... (Otro pequeño avance
del oso, cuyo hocico ya casi la toca.) ¡Ay! (Suplicante.) No,
no me mates todavía... ten lástima de mí... (El oso permanece
quieto.) Tómame, s i quieres, pero no me mates... Soy muy
bella, no me destroces... (Ti ra enérgicamente del cordel
girando al mismo tiempo sobre sí misma, con lo que se echa
la piel del oso encima y, a la vez, con las manos ya libres
coge la cabeza del animal y simula tratar de rechazarla;
simultánea y repentinamente, se oyen gruñidos de un oso a
los que se mezclan gritos de angustia de FEDRA, que parece
luchar bajo él. HIPÓLITO, que ha comenzado la
contemplación del juego con talante divertido, para pasar en
seguida a una clara ansiedad erótica y por último a una
angustia cre ci e nte, se precipita hacia ella, coge
violentamente la cabeza del oso que sigue intentando
rechazar, y de un tirón arranca la piel y la tira lejos,
dejándose caer junto a FEDRA. La abraza, cubriéndola de
besos y caricias. Permanecen así un corto espacio.)
HIPÓLITO.- (Emocionado.) ¡Ha s ido terrible! (Besándola
de nuevo.) ¡Oh, madre, madrecita!
FEDRA.- (Abrazada a HIPÓLITO.) Tómame en tus brazos,
querido mío... no me dejes nunca...
HIPÓLITO.- ¡Siempre estaré junto a ti, siempre! (La toma
en brazos, y se levanta con ella.) ¡Cómo me has hecho sufrir!
FEDRA.- (Débil, como una niña.) Llévame a la cama, estoy
angustiada...
HIPÓLITO.- (Tendiéndola en la cama con cuidado.) Los
dos hemos sufrido, no jugaremos más a esto, ¿verdad? (Se
sienta en el borde de la cama.) Prefiero verte bailar... (FEDRA
mira con angustia a HIPÓLITO, y desvía en seguida la vista,
con tristeza.) ¿Qué te pasa? ¿Por qué me has mirado así? Y te
has quedado triste... ¿por qué? (Cariñoso.) Dime qué te pasa...
FEDRA.- (Abatida.) No es nada, amigo mío... A lo que veo,
el juego ha terminado... y no te han quedado ganas de repetirlo.
HIPÓLITO.- (Alegre.) ¿Es por eso? ¡Pues lo repetiremos en
cuanto quieras! ¿Lo hacemos ahora mismo?
FEDRA.- (Sombría.) No lo repetiremos nunca. Ha sido un
completo fracaso...
HIPÓLITO.- (Perplejo.) ¿Por qué? Tú lo has hecho muy
bien, y yo te he salvado en el momento crítico...
FEDRA.- (Impaciente.) ¡Tú no has jugado! (Triste.) No has
intervenido en el juego, sino que lo has interrumpido, que es
muy distinto... (Pausa. HIPÓLITO está confundido.) Tu papel
era algo más que quitarme el oso de encima, te lo advertí antes
de empezar, pero lo has olvidado. (Incorporándose y bajando
de la cama por la parte opuesta a la que ocupa sentado
HIPÓLITO.) Tu mala memoria resulta ofensiva para mí, es
insultante... (Pasea por la habitación.) No habrá más juegos...
es evidente que jugar no sirve de nada, y ya me he cansado de
ser despreciada...
HIPÓLITO.- (Compungido.) ¡No, eso no!
FEDRA.- (Irritada.) ¡Sí, despreciada! ¡Despreciada!... ¡Oh!...
a ti te gusta ser esclavo, ¿verdad? Te gusta pasarte la vida
temblando y obedeciendo... pues bien, sigue así. Pero yo no he
nacido para eso, yo no lo pienso soportar. Si tú no me haces
libre, me haré libre yo misma, dándome la muerte...
HIPÓLITO.- (La interrumpe, precipitándose hacia ella y
abrazándose a sus rodillas.) ¡No, madre, no digas eso! ¡No lo
pienses siquiera! ¿Qué haría yo sin ti? (Llora, ocultando el
rostro en el cuerpo de FEDRA.)
FEDRA.- (Col é ri ca.) ¿Tú?... (S e inte rrumpe .
Repentinamente conmovida, acaricia la cabeza de
HIPÓLITO.) Hijo, hijo mío, niño... (Se inclina a su vez y le
abraza.) Niño, ¿qué es eso?... (HIPÓLITO solloza.) No, no, así
no... (Tierna.) vamos, ven, siéntate... (Se sientan sobre la
cama; FEDRA limpia las lágrimas de HIPÓLITO.) No quiero
verte así, (Dulce.) ¿me oyes?
HIPÓLITO.- (Que se ha serenado un poco.) Madre, no
digas nunca más lo que dijiste antes... (La abraza.) Dime lo que
tengo que hacer... yo haré lo que tú me digas...
FEDRA.- Nada, niño mío. No tienes que hacer nada, dejemos
eso... tranquilízate.
HIPÓLITO.- Ya estoy muy tranquilo... (Con cierto miedo.)
Ahora quiero saber... (Se interrumpe.)
FEDRA.- (Dulce, con esperanza.) ¿Qué quieres saber?... di.
HIPÓLITO.- ¿Cómo... (Vacila.) cómo serías tú libre?... ¿Ha
de morir Teseo?
FEDRA.- No... (Mirando intensamente a HIPÓLITO.) Pero
tengo que ser yo quien elija un amor.
HIPÓLITO.- (Pensativo.) Ya... tú no elegiste a mi padre, te
casaron con él por conveniencia...
FEDRA.- (Rápida.) ¡Oh, eso no hace al caso! Aunque le
hubiese elegido yo entonces, ahora estaría lo mismo... M i amor
solo lo tiene quien es mi único dios, el único a quien quiero...
(En un arrebato, toma con las manos la cabe za de
HIPÓLITO y le besa la boca ardientemente; él la abraza a su
vez.)
HIPÓLITO.- (Apasionado.) ¡Oh, madre! ¡Oh, madre mía!
Yo también te adoro... desde siempre... (Se separan un poco;
HIPÓLITO acaricia la cara de FEDRA.) Pero... esto... (Se
ensombrece y se separa, levantándose despacio, quedando
de pie ante FEDRA.)
FEDRA.- (Dulcemente.) Hijo, ¿qué te ocurre? Dímelo...
aunque ya lo adivino: a ti te parece... un poco extraño este amor
nuestro, ¿verdad?
HIPÓLITO.- (Se aprieta la frente con una mano, y gira
despacio, poniéndose de espaldas a FEDRA.) Extraño... no,
madre... es mucho peor que extraño... es impío...
FEDRA.- (Con seguridad.) ¿Impío, dices? ¿Y por qué? ¿Por
qué ha de ser impío que tú y yo nos queramos hasta donde el
amor nos lleve? ¿Por qué hemos de poner límites a nuestro
amor?
HIPÓLITO.- Madre, ese amor no incluye... (Se detiene.)
FEDRA.- Debe incluirlo todo, si no quieres mutilarlo...
(Dulce, pero apremiante.) Hipólito, ¿quién pone barreras a
nuestro cariño? Solo Teseo, ¿no? ¡Pues bien, luchemos contra
él! (Corta pausa. Suasoria.) Los dos queremos ser libres... ten
valor...
HIPÓLITO.- (Tras corta pausa. Irre soluto.) Entonces...
¿es imprescindible que tú... seas mi mujer?
FEDRA.- (Entristecida, sin mirarle.) Si no me deseas como
mujer, no solo no es imprescindible, sino ni siquiera
conveniente. En ese caso, busca a otra que provoque tu deseo y
será para ti una representación mía... ¡También yo podría
sustituirte por una representación, pero no pienso prostituirme,
prefiero quedarme como estoy. (Pausa muy corta.) Busca
otra...
HIPÓLITO.- Solo te quiero a ti, ya lo sabes...
FEDRA.- He dicho como mujer.
HIPÓLITO.- Pues como mujer... ¿hay alguna en el mundo
que pueda compararse a ti? No podría buscar otra aunque
quisiera... Si he de entregarme a una mujer, no puede ser a nadie
más que a ti... las demás no valen nada...
FEDRA.- (Pausa. Besa a HIPÓLITO tiernamente. Después,
ríe.) A tu padre empezaba a molestarle tu virginidad... No sabía
el bruto que me la guardabas a mí...
HIPÓLITO.- (Confuso.) Yo mismo no lo sabía...
FEDRA.- Pero ahora lo sabes... (Coge con ambas manos la
cara de HIPÓLITO.) y lo sé yo... (Le besa.) No creo haber
tenido en mi vida un momento de felicidad como este.
HIPÓLITO.- (Vacila.) Entonces... ¿tú y yo... tenemos que...?
(Se interrumpe.)
FEDRA.- (Mimosa, se vuelve de espaldas a HIPÓLITO,
muy cerca de él.) Por sup uesto, querido mío. (Al mismo
tiempo, levanta la cabeza ofreciendo los labios. Los besa
HIPÓLITO suavemente, y habla en seguida.)
HIPÓLITO.- (Sin separarse de FEDRA.) Debe de es t ar
cayendo la noche...
FEDRA.- (Sin oírle, en la misma postura. Dulce.) ¡Cuánto
te has resistido!... Era el miedo, ¿verdad?
HIPÓLITO.- No sé... Ya debe de ser de noche...
FEDRA.- Será nuestra noche de bodas... Esta tarde, el trabajo
de adornar nuestro tálamo no habrá sido baldío...
HIPÓLITO.- (Intranquilo.) Pero si no vamos a cenar... y yo
me quedo aquí... lo van a not ar... Piteo y Etra van a
comentarlo...
FEDRA.- (Lánguida.) Y qué nos importa...
HIPÓLITO.- Pueden extrañarse... y mi padre...
FEDRA.- ¡Bah! No pienses ahora en tu padre... (Apoya las
manos en la cama.) Esta noche, él tiene que morir aquí, para
que nazcamos nosotros...
HIPÓLITO.- (Absorto.) Morir...
FEDRA.- (Acariciándole.) Nosotros le mataremos... nuestro
amor le destruirá...
HIPÓLITO.- (Se sienta ere la cama. Angustiado.) ¡Oh,
madre...!
FEDRA.- (Risueña.) Pero no le compadezcas... ni siquiera se
va a enterar...
HIPÓLITO.- (Casi temblando.) ¿Qué es lo que vamos a
hacer?
FEDRA.- (Le echa los brazos al cuello.) ¿M e quieres
mucho? (HIPÓLITO la besa sin contestar; y luego suspira
hondo.) Me p arece que sí... (Besa, rápida y breve, a
HIPÓLITO, y se levanta.) Tenemos que darnos prisa...
(Levanta las ropas de la cama. Risueña.) ¡Estoy impaciente!
(Se medio sienta junto a las almohadas y tiende una mano
a HIPÓLITO, con una sonrisa alentadora.) ¡Ven!
(HIPÓLITO comienza a incorporarse para acercarse a ella,
pero vacila.) No hagamos esperar a la libertad... (Acariciando
las almohadas.) ella esta aquí, esperándonos... (Con tono muy
dulce.) Yo te adoro... (HIPÓLITO coge una mano de FEDRA
y cae hacia adelante, quedando su cabeza en el regazo de
FEDRA, que se inclina y le habla muy cerca, casi al oído, con
voz susurrante, pero muy clara.) ¿Tienes miedo de la libertad,
niño mío? ¿Verdad que no? Cuando estés en ella, sí que te dará
miedo mirar atrás y ver la oscuridad en que ahora vives...
porque la libertad es luz, la libertad es sabiduría, siendo libre
serás hombre... ¡qué maravillosa aventura! ¡Seremos seres
humanos! ¿No te seduce? Aunque no me amases, tendrías que
entusiasmarte. (HIPÓLITO abraza la cintura de FEDRA.) Ser
hombre y ser libre es lo mismo, Hipólito, es poder elegir... (Ha
alzado la vista, como en éxtasis, HIPÓLITO la esta mirando
intensamente.) Sin que nadie decida por nosotros, con arreglo
a nuestro propio criterio, distinguiremos entre el bien y el mal...
¡Seremos como dioses! (Corta pausa. Baja la vista, y se
encuentra con la mirada de HIPÓLITO. Con tono de dulce
reproche.) Niño, tú no me quieres... ¿por qué?, ¿por qué me
haces esperar? Yo ya he hecho mi parte, haz tú la tuya... ¿No
ves que es para mí más importante que mi vida? Y para ti
también, aunque aún no lo sepas... (Le besa con ternura.) No
tengas miedo ya de Teseo, vamos a ser como él... (Se pone de
pie.) Ven, dame un beso. (HIPÓLITO se levanta, abrazando
la cintura de FEDRA en tanto que esta le abraza el cuello. Se
besan largamente, mientras FEDRA obliga a HIPÓLITO a
girar poco a poco; cuando siente que tiene la cama detrás,
se deja caer de espaldas, arrastrando a HIPÓLITO sobre
ella. Quedan tendidos de través, besándose aún. Se oye un
doliente gemido.)
HIPÓLITO.- (Incorporándose, atemorizado.) ¿Qué ha sido
eso?
FEDRA.- (Serena.) ¿El qué?
HIPÓLITO.- (Procurando e scuchar, mientras se
tranquiliza.) Ese gemido... tienes que haberlo oído... alguien se
ha quejado...
FEDRA.- (Ríe.) Sí, alguna puerta...
HIPÓLITO.- (Más tranquilo.) ¿Una puerta? ¿Qué puerta?
FEDRA.- (Riendo.) Si corriste el cerrojo al entrar, la nuestra
no ha s ido... y otra cualquiera no nos importa... (Irónica y
dulce.) ¿Te asusta el ruido de una puerta, valiente cazador?
HIPÓLITO.- (Totalmente tranquilizado, al parecer.) La
nues tra está bien cerrada, eso es seguro... (FEDRA ríe.) Te
parezco muy miedoso, ¿verdad? (FEDRA ríe más alto.
HIPÓLITO ríe también, y la toma en sus brazos, girando
sobre sí mismo.) Eres tú muy risueña...
FEDRA.- (Excitada.) Ponme seria tú. (Excitado a su vez,
HIPÓLITO la cubre de be sos mi e ntras la palpa con las
manos, dejando escurrir el cuerpo de FEDRA sobre el borde
de la cama.) Ven... vamos. (Le arrastra consigo sobre el
lecho.)
HIPÓLITO.- (Sin dejar quietas las manos ni la boca.) Sí...
Sí... (Trepa a la cama, echándose sobre FEDRA sin dejar de
tocarla y besarla.)
FEDRA.- (Abraz ándole con toda su fuerza.) ¡Ay, ven
aquí!... ¡Te voy a comer, te voy a tragar! (Ambos se abrazan
apasionadamente, tendidos a lo largo.) He de comerte y
volverte a tu sitio... dentro de mí... ¿p or qué te escapaste,
malvado?
(Se oye un estridente alarido. HIPÓLITO se incorpora, y
mira hacia la puerta. Junto a ella ha aparecido el
ESPECTRO DE TESEO, cubierto de sangre y harapos. Su
aspecto lamentable no oculta, sino que resalta una
apostura digna y noble. HIPÓLITO, paralizado por el
terror, gime.)
HIPÓLITO.- ¡Ay, padre, padre!
FEDRA.- ¡Hijo, qué dices! ¿Qué tienes?
HIPÓLITO.- (Se levanta poco a poco, por lo parte opuesta
a la puerta, sin dejar de mirar al ESPECTRO, y señalándole
con un dedo tembloroso.) ¡Ahí!... Ahí es t á mi padre,
asesinado...
FEDRA.- (Incorporándose también, mirando a HIPÓLITO
muy afectada.) ¡No hay Nadie!... ¡No hay nada!...
HIPÓLITO.- (Ya de pi e , de se ncajado, continúa
señalando.) Está detrás de ti... el espectro de mi padre...
FEDRA.- (Sentada en la cama, nerviosa.) Tu padre está vivo
en Atenas... eso es solo una broma del miedo... (Mueve el
rostro, ve el ESPECTRO, y se estremece.)
HIPÓLITO.- Madre, ¿lo ves tú?
FEDRA.- (Procurando ser fuerte.) Eso que ves no es real...
ni siquiera es una sombra escapada del Hades... es solo un
espectro creado en nuestra mente... (No deja de mirar al
ESPECTRO y, poco a poco, se le vanta, acercándose a
HIPÓLITO.) Te parece que está parado junto a la p uerta,
¿verdad? ¡Pues no es cierto, no está ahí! Solo está dentro de
nosotros... (Intentando vencer su propio miedo.) Es un pobre
delirio, un malestar de tu alma que me has contagiado a mí...
¡Hipólito, no le hagamos caso!
HIPÓLITO.- (Temblando, al ESPECTRO.) ¡Padre, padre!
¡Te juro que no ha pasado nada! (Extiende sus manos
temblorosas.) Esa sangre tuya yo no la he derramado, mira...
Siempre te he respetado, siempre... (Se tapa el rostro con las
manos.)
EL ESPECTRO.- (A HIPÓLITO.) Y si siempre me has
respetado, ¿por qué ocultas tu rostro? No te tapes, mírame: mira
lo que has hecho con tu padre, esta es tu obra. ¿Por qué lo has
hecho, hijo? ¿Tan malo fui yo para ti? ¿Por qué?
HIPÓLITO.- No t e dirijas a mí, padre... yo no he hecho
nada, soy inocente... (Señala con el dedo a FEDRA.) Trajiste
a esa mujer de Creta para dármela como madre... tú me la diste,
y ella lo ha hecho todo... Me ha seducido con malas artes, me ha
engañado, ¡me ha engañado!
EL ESPECTRO.- (A FEDRA, que ha perdido el valor
mientras hablaba HIPÓLITO.) ¿Qué dices tú, mujer? ¿No has
oído cómo ese te acusa? (Pequeña pausa, en que el
ESPECTRO avanza hacia FEDRA, y esta retrocede
desmoralizada.) ¿Eres tú quien atenta contra mí?
FEDRA.- (Descompuesta.) ¡No! ¡Yo no he sido!
(Suplicante.) Yo he sido más víctima que culpable...
EL ESPECTRO.- (Sarcástico y amargo.) Entonces, ¿quién
es el culpable? ¿A quién acusas tú?
FEDRA.- (Señalando a HIPÓLITO.) A esa serpiente que tú
engendraste... M írala. es rastrera y sinuosa, t oda su vida ha
buscado el calor de mi pecho para morder ahora traidoramente,
cuando me decido a darle abrigo... y a ti t e ha envidiado
siempre, desde su rincón te miraba anhelando suplantarte, y
solo por su cobardía salvaste la vida... Cuando te movías, se
escurría por una rendija para ocultar su justo miedo con pretexto
de la caza, y apenas tú dejabas el palacio, se deslizaba en mi
aposento ondulando por el suelo, para calentar en mi regazo su
sangre de hielo... Así consiguió engañarme...
HIPÓLITO.- ¡Oh, padre, no la escuches! ¡Todo eso son
mentiras!
EL ESPECTRO.- Ya os he escuchado a ambos.
Escuchadme ahora vosotros a mí: los dos sois culpables. Los
dos.
HIPÓLITO.- (Cayendo de rodillas, mientras FEDRA se
tapa la cara con las manos.) No, no... yo, no... yo, no...
EL ESPECTRO.- (Con desprecio.) Una conjuración
repugnante. (A FEDRA, que se ha descubierto el rostro y
trata de reaccionar.) Aunque la oscura conducta de Hipólito
fuera para t i una invitación, tú has sido la instigadora...
(FEDRA vuelve la cabeza a un lado. A HIPÓLITO.) Y tú... tú
te has dejado seducir muy fácilmente, demas iado fácilmente,
porque tus naturales inclinaciones estaban de acuerdo con las
sugerencias de tu madre...
HIPÓLITO.- (Poniendo la cara en el suelo.) No, no es
verdad, no... (Solloza.) Yo te quiero, padre...
EL ESPECTRO.- (Retrocediendo traci a l a puerta.) Vida
por vida... Ambos moriréis en esta misma noche.
(Sale. HIPÓLITO, caído en el suelo, solloza más fuerte.
FEDRA se pasa la mano por la frente, tratando de
reaccionar)
FEDRA.- Nunca hubiera creído que el miedo obrara tales
prodigios... ¡Por Hécate, aún tiemblo! ¿Quién lo diría? No me
tenía por miedosa, pero el pavor se contagia como la lepra...
Veía a Teseo en forma de espectro, cuando él está ahora en la
colina de Erecteo, allá en Atenas, emborrachándose con
Pirítoo... Cuando él me ofende a mí, ¿verá mi fantasma? (Ríe
levemente.) ¡Seguro que no! (A HIPÓLITO, que sigue en el
suelo aunque ya no solloza.) Querido mío, tenemos que ser
más fuertes, esto ha sido vergonzoso... Aún tiene todo arreglo,
basta con proponérselo... (Se acerca a HIPÓLITO, apoyándole
una mano en el hombro.) Ven...
HIPÓLITO.- (Huyendo rápido del contacto de FEDRA.)
¡No me toques!... No me toques...
FEDRA.- ¡Cómo! ¿Aún ves al espectro? (Recorre, con algo
de inquietud, la habitación con la vista.) Yo ya no lo veo... Si
vences tu temor, tampoco tú lo verás. Vamos, levántate...
(Acerca de nuevo la mano a HIPÓLITO, y este la huye como
antes, poniéndose en pie.)
HIPÓLITO.- ¡Te he dicho que no me toques! (Pausa.
FEDRA está consternada.) Tú ya no lo ves, y estás otra vez
muy tranquila, ¿verdad? ¡Pues yo lo veré ya siempre! ¡Lo tengo
aquí! (Se golpea la frente con la mano.)
FEDRA.- (Con acento tranquilo.) También lo tenías ahí
antes, nunca ha estado en otro sitio... Cuando un perro ha
robado un pan y espera que su amo lo castigue, se forja sin duda
un espectro de su amo como ahora hemos hecho nosotros...
¡Somos los perros de Teseo! ¿Vamos a seguir así?
HIPÓLITO.- (Dirigiéndose hacia la cama y recogiendo su
capa, que sigue sobre ella.) Tú puedes hacer lo que quieras, yo
no tengo nada que ver contigo... (Se echa la capa sobre los
hombros.)
FEDRA.- (Que se ha acercado también.) ¿Que no tienes
nada que ver conmigo? ¿Pues no eres tú mi hijo?
HIPÓLITO.- Ya no soy hijo de nadie... quiero ser solo yo.
Me iré lejos, donde nadie me conozca ni sepa el nombre de mis
padres... donde la gente pueda pensar que nadie me engendró...
(Va a marcharse, pero FEDRA le sujeta por detrás del cuello
cogiendo la capa que, sobre sus hombros, cae por delante a
ambos lados del pecho. Sugieren la imagen de José y la
mujer de Putifar.)
FEDRA.- ¿Y yo qué? (Se queda con la capa en las manos.)
HIPÓLITO.- (Al otro lado de la cama, se detiene .) ¿Tú?
Bastante tengo con pensar en mí mismo, ¿no crees?
FEDRA.- (Irritada.) ¿Pensar en ti mismo? Los mejores años
de mi vida no los pasé pensando en mí, sino en ti.
HIPÓLITO.- (Irritado a su vez.) ¡Te lo agradezco mucho!
Pero, ¿sabes qué te digo? (Acercando la cabeza a FEDRA por
encima de la cama, con odio.) ¡Que me voy!
FEDRA.- (Despechada.) ¡Pues anda y vete, ingrato! ¡Vete y
déjame tirada, si crees que ya no te puedo ser útil! (HIPÓLITO
alarga la mano para coger la capa que FEDRA conserva en
las suyas, pero esta la oculta detrás de sí.) Espera, no tengas
tanta prisa.
HIPÓLITO.- (Por la capa.) No pienses que me retienes, me
iré sin ella. (Se dirige a la puerta.)
FEDRA.- (Corriendo tras él.) ¿Te vas de Trecene?
HIPÓLITO.- (Deteniéndose.) Sí, ya te lo he dicho.
FEDRA.- Pero es de noche, no irás a viajar a oscuras.
HIPÓLITO.- Hay buena luna, y me ahorro despedidas.
FEDRA.- (Dulce.) ¿Y no sería mejor que esperases a mañana,
y entre tanto hablaríamos para ver de ent endernos como
siempre nos hemos entendido?
HIPÓLITO.- No, no sería mejor. Ya te he dicho cuanto tenía
que decirte, y no tengo nada que añadir.
FEDRA.- (Colérica.) ¡Lo único que me has dicho es que no
tienes nada que ver conmigo!
HIPÓLITO.- Lo suficiente. (Se dirige a la puerta.)
FEDRA.- (Sujetándole por un brazo.) ¡Nada de suficiente!
(HIPÓLITO se desase, y va hacia la puerta.) ¡No te vas a
librar de mí, te lo juro. (HIPÓLITO sale, y FEDRA se asoma
a la puerta.) ¡No te irás! ¡No corras! (Sale ella también; se la
oye gritar.) ¡Hipólito, no te vayas! ¡Ven aquí! (Más fuerte.)
¡Ven aquí, te digo! ¡Te arrepentirás de esto, ingrato! ¡Yo haré
que t e p ese! (Más fuerte.) ¡Vuelve! (Aún más fuerte.)
¡Vuelve, maldito!
(Silencio. Se hace el oscuro.)

SEGUNDO ACTO

El espacio escénico ha recobrado el aspecto que tenía al
comienzo del acto anterior. Han desaparecido los
elementos ambientales o funcionales que, si se ha
considerado oportuno, hayan podido utilizarse durante el
relato de FEDRA. Esta se halla ante los DIOSES
SUBTERRÁNEOS, vistiendo de nuevo los grises ropajes
de los muertos. Las sombras de los difuntos continúan
vagando en torno y, de vez en cuando, dejan oír algún
suspiro.
HADES.- Mujer, tu relat o me ha sorprendido grandemente.
No es esa la idea que teníamos de la historia, en absoluto. Yo
reino sobre los muertos y amo la tranquila paz, por eso gusto de
lo seguro y uniforme, y aborrezco la contradicción y la duda.
No sé qué pensar de ti, y eso me molesta.
FEDRA.- No habré sido hábil narradora, pero he dicho la
verdad.
HADES.- Puede ser... Pero, en t odo caso, lo que nos has
contado no concuerda con nuestras noticias.
FEDRA.- (Temblando de emoción.) Os habían hablando de
mí... Fue Hipólito, ¿verdad?
PERSÉFONE.- (Afectuosa y triste.) Sí, fue Hipólito.
HADES.- También nos repitió su última conversación
contigo... pero su versión es muy distinta de la que tú nos has
dado.
FEDRA.- (Con extrañeza y desaliento.) ¿Muy distinta?
PERSÉFONE.- Calló detalles que tú has dicho y, en cambio,
dijo otras cosas... quizá por pudor...
HADES.- (Algo burlón.) Hipólito era muy p udoroso,
¿verdad?
LA SOMBRA.- (De las varias que hay en escena, con voz
doliente.) ¡Basta, basta, os lo suplico!
HADES.- (Todos han mirado a LA SOMBRA.) ¡Oh, ahí le
tenemos!
LA SOMBRA.- Os ruego que no sigáis removiendo esos
sucios recuerdos y, si es posible, que os olvidéis de mí...
Compadecedme, y dejadme con mi dolor...
FEDRA.- (Con gran ansiedad da un paso hacia la sombra
y esta, aunque aún está lejos, la rechaza con un gesto de las
manos. FEDRA se queda quieta, pero habla con ternura.)
¡Hipólito, hijo! ¿Qué dolor es el tuyo?
HADES.- (HIPÓLITO no ha intentado contestar.) ¡Oh, es
el dolor de estar muerto!... Es muy común aquí.
LA SOMBRA.- (A los DIOSES, con tono lastimero.)
Olvidad los sucesos de Trecene, ¿qué pueden importar ya?
HADES.- A mí sí me importan. (Severo.) Y tú no lo has dicho
todo, pues Fedra ha dado detalles que no diste tú.
LA SOMBRA.- (Con vehemencia.) Sí, sí lo dije todo... Es
ella quien ha mentido...
PERSÉFONE.- (Algo despectiva.) ¿Has oído entero el
relato de Fedra?
LA SOMBRA.- (Afirmando levemente.) Hay en él muchas
mentiras...
HADES.- Pues vas a repetir tus verdades delante de ella...
Veamos si la convences. Estoy decidido a saber la verdad de
todo esto.
LA SOMBRA.- Hablaré y mira, poderoso Hades, que lo que
yo diga será la única verdad...
PERSÉFONE.- (Como antes.) ¿Y cómo sabes que será la
única? A lo sumo, será la tuya...
HADES.- (A PERSÉFONE.) La verdad debe ser una y la
misma para todos. (A la SOMBRA.) Empieza.
LA SOMBRA.- (Se hace el oscuro, y solo queda un foco
que ilumina exclusivamente a HIPÓLITO, que se quita la
harapienta veste. Está vestido como en la escena en que
apareció vivo, sin la capa.) Era yo muy niño cuando Teseo
celebró segundas nupcias con esa mujer de la fatal estirpe de
Minos. Pasaron los años, y crecí en el amor y la veneración a mi
padre, y en el respeto y la deferencia a su nueva esposa, bien
ajeno por cierto al desastrado destino que me estaba reservado
por causa de la lujuria de mi madrastra cretense.
(Se hace la luz, poco a poco. Ha reaparecido el dormitorio
de FEDRA en Trecene. Esta se halla inmóvil y semiechada
en la cama, con la indumentaria que tenía en la acción
anterior.)
M irando por nuestra seguridad, mi padre nos había enviado
a los dos a la ciudad de Trecene y, a los pocos días de estar allí,
ella me ordenó que fuese a verla a su aposento, de donde apenas
salía...
(Se apaga el foco que alumbraba a HIPÓLITO. Pausa.
Entra este por la puerta de la habitación con la capa
sobre los hombros, como la otra vez que entró.)
Tu sierva me ha dicho que venga, pues tienes algo que
decirme...
FEDRA.- (Incorporándose, nerviosa.) Sí... te he llamado
porque estoy intranquila... No tenemos noticias de tu padre...
HIPÓLITO.- Las tendremos pronto. Él no nos olvida y no
querrá que pasemos angustias innecesarias... Es aún muy poco
tiempo, ten paciencia.
FEDRA.- Tienes razón... Debes pensar que soy muy necia...
HIPÓLITO.- Pienso que te tiene impaciente y en cuidado el
amor que sientes por tu esposo.
FEDRA.- Eso es verdad... le quiero más que él a mí.
HIPÓLITO.- Tampoco es justo que digas eso, madre...
FEDRA.- (Triste.) ¿No es jus t o decir la verdad? (Dulce.)
Pero no me llames madre, ya te lo he dicho otras veces...
Reserva tan dulce título para honrar la memoria de aquella que
te llevó en su vientre...
HIPÓLITO.- También tú lo mereces por tu bondad, y tienes
derecho a él como esposa de Teseo.
FEDRA.- Si de esposa de Teseo vengo a ser su viuda, tendré
que vivir bajo tu amparo y más pareceré tu hija que tu madre...
HIPÓLITO.- ¿Y cómo se te ocurre pensar tan sin motivo en
la muerte de un padre? Tiene ante sí muchos años de vida.
FEDRA.- Nos ha enviado a Trecene para que estemos seguros
mientras él se queda luchando, ¿cómo podría no temer?
HIPÓLITO.- ¿A qué sufrir por un mal que no se ha
producido?
FEDRA.- De discretos es estar siempre p revenidos para lo
peor.
HIPÓLITO.- Pues no es discreción el permanecer encerrada,
turbando el pensamiento con tristes presagios, sin ver la luz del
día ni tomar el aire; así vas a enfermar... ¿Por qué no sales a la
ciudad, ni a pasear por el campo? Ni siquiera te reúnes a comer
con la familia de aquí...
FEDRA.- ¿Comer? ¿Y acaso crees que me es ya posible? No,
no puedo salir de aquí... Con más luz, la vista de mi semblante
sería motivo de aflicción.
HIPÓLITO.- (Alarmado.) ¡Pero qué dices! ¿Estás enferma?
FEDRA.- (Asintiendo tristemente.) Y demasiado tiempo he
estado de pie, me echaré un poco... (Se reclina en la cama.) Y
tú, siéntate aquí... (Señala el borde de la cama, donde
HIPÓLITO se sienta. Con tono de dulce reproche.) Eres igual
que tu padre... ni siquiera hubieses advertido mi estado de no
decírtelo yo...
HIPÓLITO.- (Con tono de torpe excusa.) Sí, sí que lo vi...
¿Por qué no has avisado? Ha de venir alguien que te cure,
necesitas cuidados...
FEDRA.- Lo que yo tengo, Hipólito, no lo pueden curar los
cuidados de los médicos. Y puedo asegurarte que, a pocos días
que demore tu padre su venida, habrá de saludarme vertiendo
libaciones en mi túmulo...
HIPÓLITO.- (Ríe, para animarla.) Sigue, sigue insistiendo
en pensar siempre lo peor.
FEDRA.- Ojalá fuera eso... Ven, acércate... (HIPÓLITO se
sienta más cera de la cabecera. FEDRA se incorpora un poco
y, alargando una mano, acaricia sus cabellos.) Tendrás que
cortar esos lindos cabellos para honrar mi sepultura...
HIPÓLITO.- No se te ocurra p ensar esas cosas. (Coge la
mano que FEDRA tiene en su cabeza y la besa con sumo
respeto. Al mismo tiempo, ella, con el brazo libre, rodea el
cuello de HIPÓLITO.)
FEDRA.- Bien mío, ¿de verdad, sentirás mi muert e? ¿Me
quieres un poco?
HIPÓLITO.- (Desligando de su cuello, con cuidado pero
sin vacilación, los brazos de FEDRA.) ¿Cómo puedes dudarlo?
Pero no lo pienses más, te pondrás bien en seguida.
FEDRA.- (Reclinándose despacio.) Sí, algo me quieres, algo
me tienes que querer... Verdaderamente, jamás he sido una
madrastra para ti...
HIPÓLITO.- Siempre has sido una madre, y lo seguirás
siendo.
FEDRA.- (Con viveza.) No; una madre, tampoco... Digamos
una hermana, o mejor una compañera, una amiga...
HIPÓLITO.- Más que eso: una verdadera madre.
FEDRA.- (Impaciente.) Más que eso, sí. Pero una madre, no.
HIPÓLITO.- (Ingenuo.) ¿Pues qué, entonces? No te
entiendo.
FEDRA.- ¿No me entiendes? Ven, deja que vea tu cara...
(Incorporándose, enmarca con sus dos manos el rostro de
HIPÓLITO.) Tú no sabes cómo era tu padre cuando era más
joven, cuando fue a Creta por mí... Era algo mayor de lo que tú
eres ahora pero, de todos modos, si quieres saber como era
entonces Teseo, mírate a ti mismo...
HIPÓLITO.- Cada vez que hablas de ese parecido me llenas
de orgullo.
FEDRA.- De aquel juvenil Teseo son esos límpidos ojos ,
suy os tus frescos labios y esa forma del rostro, que aún no
oculta la agreste maraña de la barba... ¿Cómo no amarte, si eres
él?
HIPÓLITO.- Ojalá mi conducta le imite tan fielmente como
un rostro...
FEDRA.- Pues aplícate a ello... Ven, acércate más... reclínate
un poco aquí, a mi lado... (HIPÓLITO la obedece a medias,
con extrañeza.) ¿Quieres imitar a Teseo, dices? Haz, entonces,
lo que él hace: ejercítate con sus armas cuando él no las usa,
recorre y labra sus heredades, utiliza todo lo suy o... en fin,
imítale dentro de casa antes de hacerlo a lo ancho de Grecia...
HIPÓLITO.- (Volviéndose a sentar era la cama, donde
estaba semiechado.) Ese es un consejo que me complace, y he
de seguirlo...
FEDRA.- Pues, ¿a qué esp eras? (Pone sus manos en los
hombros de HIPÓLITO.) Ven... Ya has vencido tu primer
combate porque, verdaderamente, para mí no hay más Teseo
que tú...
HIPÓLITO.- (Aunque sin comprender del todo, se levanta
de un salto, asustado.) ¿Qué estás diciendo, madre? ¿Qué
quiere decir eso?
FEDRA.- (Incorporándose a su vez, y quedando sentada en
la cama.) ¿Es posible que no lo hayas comprendido? (Ya sin
autodominio, que ha ido perdiendo a lo lago de la escena.)
¿No quieres parecerte a tu padre? Pues , ¿por qué no te le
pareces amándome a mí?
HIPÓLITO.- (Paralizado por el estupor) ¡Madre!... madre,
¿cómo puedes decir eso? Sin duda es la enfermedad lo que te
hace hablar así...
FEDRA.- No, no es la enfermedad la causa de mis
sentimientos, sino su consecuencia... Son muchas lágrimas
tragadas sin que broten, son muchas palabras amordazadas en
mi pecho, son muchas ansiedades estranguladas en mi corazón,
son muchos deseos ahogados en mis entrañas... y muchas
noches sin dormir, y muchos días sin descanso, y mucho terror,
y mucha indignación, y mucho combate en mi alma, con
victorias, con derrotas... y ya no puedo más, ya he enfermado y
en breve moriré... Pero antes de morir te lo digo, quiero
decírtelo, que sepas que en mi muerte tú tienes tu parte, que no
que darás limpio de ella si no te apiadas de mí... (Se echa a los
pies de HIPÓLITO pero, a la vez, este retrocede rápido,
quedando FEDRA arrodillada lejos de él.) Te amo y no puedo
vivir ya más sin ti... te lo suplico, no me rechaces, aunque solo
sea por lástima... Mirar que es de verdad que me voy a morir...
¡Oh, Hipólito!, te juro que esto no ha sido voluntad mía, soy tan
inocente como tú mismo: son los dioses quienes me han traído
a es te estado, ellos me han echado aquí a tus pies, ellos me
obligan a mendigarte que seas mi amo... Compadéceme, pero no
me desprecies. No sabes cuánto he sufrido, no puedes saberlo...
Y voy a perder la vida, te lo juro... pero eso no me importa, al
contrario: espero la muerte como un beneficio, pues esta tortura
es superior a mis fuerzas, es mil veces peor que el Averno... no
está el sediento Tántalo, junto al agua que no puede tocar, tan
castigado como yo aquí, viéndote siempre y sin poder llegarme
a ti... ¡Oh, cómo he luchado para no llegar a esto!, ¡qué agonía
en mí misma, para evitar esta vergüenza!... Pero ya no me
importa nada, estoy a las puertas de la muerte y tengo derecho
a defenderme... tengo derecho por los menos a tu piedad, si es
que no puedo aspirar a tu amor... y si tampoco soy digna de un
poco de piedad, entonces moriré como si no te hubiese hablado,
y por causa de mis palabras nada se habrá perdido...
HIPÓLITO.- ¿Nada se habrá perdido, dices? ¿Es que tu
honor no es nada? ¿O quizá crees conservarlo después de tan
vergonzosa confesión? Si hubieses callado hubiese muerto una
mujer honrada; pero así, menos vales viva que muerta... Y con
ese llamamient o a mi compasión, ¿pretendes que profane el
tálamo de mi propio padre, para evitar que muera una perdida?
¡Muérete mil veces, y ojalá hubieras muerto antes de abrir la
boca!
FEDRA.- ¡Oh, Hipólito! ¿Cómo tienes corazón para hablarme
así? ¿No ves cómo estoy?
HIPÓLITO.- Sí lo veo, p or desgracia. Para vergüenza tuya
y asco mío...
FEDRA.- (Levantándose, colérica.) ¿Conque te doy asco?
HIPÓLITO.- (Hiriente.) ¡Sí! ¡Asco, asco, perdida!
FEDRA.- ¡Pues esta perdida te va a perder a ti! ¡Eso es lo que
va a hacer!... Si tú, que eres tan virtuoso, no has tenido lástima
de mí, yo, que soy una perra, no tengo por qué tenerla de ti...
Hablaré con tu padre en cuanto le vea, o le mandaré un
mensajero, para que sepa cuanto antes lo criminal que eres...
HIPÓLITO.- (Irritado y burlesco.) ¿Vas a acusarme de no
haber querido acostarme contigo?
FEDRA.- (Concentrada, con odio y frialdad.) Voy a
acusarte de haberme violado.
HIPÓLITO.- ¡Mereces que te mate! (Hace ademán de salir,
y FEDRA le coge la capa, como en la misma circunstancia de
la anterior escena.)
FEDRA.- ¡No, no te vayas! ¡Espera! (Intentando sujetarle.)
No he dicho nada. Haz cuenta de que no he dicho nada...
HIPÓLITO.- (Desasiéndose y sal iendo a toda prisa.)
¡Demasiado has dicho!
(Oscuro total. Mezclada con el ruido de un fuerte viento, y
medio oculta por él, se oye la VOZ DE FEDRA.)
VOZ DE FEDRA.- (Cada vez más débil.) ¡Hipólito, no te
vayas! ¡Ven aquí!... ¡Ven aquí, te digo! ¡Te arrepentirás de esto,
ingrato! ¡Yo haré que te pese!... ¡Vuelve!... ¡Vuelve, maldito!
(Se oye un fuerte galopar de caballos y el estrépito de un
carro; algún relincho. Ruido de tormenta. Al tiempo que
va volviendo el silencio, se enciende un foco aislado que
ilumina a HIPÓLITO, ya revestido de sus grises harapos,
frente a los DIOSES.)
HIPÓLITO.- Con el corazón ardiendo de cólera, corrí cuanto
pude y salí de la ciudad en mi ligero carro. Era muy clara la
noche y, al llegar junto al mar, vi en su orilla un resplandor
rojizo y un monstruo que, con los pies sumergidos en el agua,
subía hacia la playa dirigiéndome su mirada. Yo sentí al pálido
espanto apoderarse de mis miembros, y fui tan apris a como
pude, fustigaba a mis caballos sin cesar p or correr más, pero
siempre not aba junto a mis espaldas la presencia de aquella
terrible bestia. Un cubo golpeó en el tronco de un olivo, y el eje
se quebró deshaciéndose el carro. Como iban mis brazos
envuelt os y enredados por las largas riendas, los feroces
caballos arrastraron mi cuerpo en su veloz carrera, dándome la
más cruel de las muertes. Las puntas de las piedras y los nudos
de los troncos desgarraban mi carne, oía el sonido de mis
huesos al quebrarse, y fui sintiendo cómo se rompían y saltaban
mis nervios y tendones y cómo mis vivientes entrañas salían de
mi vientre y se enredaban en mis piernas, hasta que al fin las
Parcas cort aron mis hilos. Esta es toda la verdad, oh, dioses
infernales. Ved si me ha hecho sufrir esa mala mujer que tanto
dice amarme...
(Se desvanece la luz del foco, sustituida por la iluminación
habitual. Entretanto, ha desaparecido todo elemento
decorativo que sugiriese la habitación de FEDRA, el
aspecto del espacio escénico es idéntico al del comienzo
del acto.)
HADES.- (Corta pausa.) Tras oír vuestros dos relatos, solo
una cosa aparece razonablemente clara: que uno de los dos
miente.
HIPÓLITO.- (Con vehemencia, señalando a FEDRA.) Sí,
ella os ha mentido con toda su boca... ha mentido para
mancharme a mí, para hacerme partícipe de su culpa y cómplice
de su crimen... Para atribuir a mi miedo la repulsa que recibió
de mi virtud...
PERSÉFONE.- (A FEDRA, que permanece cal lada.) ¿Y
tú, qué dices, Fedra? ¿No contestas nada? Puedes decir a tu vez
que él miente para salvar la fama de su pureza...
HIPÓLITO.- ¡Oh, venerandas deidades de los muertos! Yo
os suplico que me creáis, pues no tengo más bien que mi
inocencia, y seríais injustos si me despojaseis de ella por
complacer a una malvada...
FEDRA.- (Triste.) ¡Hijo mío, qué ciego estás! Ama a tu
madre, y serás inocente...
HIPÓLITO.- A mi madre, pero no a ti. Tú no me pariste.
FEDRA.- Tan hijo mío eres como si hubieses vivido en mis
entrañas.
HIPÓLITO.- ¡Ah, no decías eso cuando me llevabas a tu
cama!
FEDRA.- (Dolida.) Ya te he oído, esa ha sido la más odiosa
de tus mentiras.
HIPÓLITO.- ¿Mis mentiras, dices?
FEDRA.- (Violenta.) ¡Sí, tus mentiras! Has dicho que yo te
quería por tu parecido con Teseo: ¡eso es mentira! Yo te quería
porque eres mi hijo, por tu parecido conmigo. Te quería porque
te sentía como a parte de mí misma, por eso te necesitaba para
mí, y solo para mí... (Con desprecio.) ¡Tu semejanza con tu
padre! Si pensando eso halagas la vanidad de ese hombre de
quien tu miedo ha hecho un dios, puedes creer que por eso te
quise, yo no puedo impedirlo...
HADES.- Sin embargo, Fedra, es frecuente en las madrastras
el amor a los hijos del esposo porque en ellos ven a este cuando
era un hombre joven... y cuando son rechazadas, transforman su
amor en odio...
FEDRA.- (Señalando a HIPÓLITO.) Eso es lo que dice, pero
no pasa de ser un transparente disfraz... El amor pleno y total
que las madres no se atreven a sentir por sus hijos pueden, sin
embargo, sentirlo por los del marido, aunque enmascarando sus
motivos para dejar bien oculta la cruda verdad de que el hijastro
representa al hijo.
HADES.- Y s i eso es lo común, ¿por qué te has atrevido a
hacer de Hipólito tu hijo sin disimular esa crudeza que debe ser
evitada?
FEDRA.- Porque jamás tuve miedo a la verdad.
HADES.- Pudiste, al menos, tener vergüenza de ella.
FEDRA.- No es vergonzoso amar a un hijo.
HADES.- Como tú le amas, sí.
PERSÉFONE.- (A HADES.) No la recrimines, te lo ruego.
(A FEDRA.) Tú amabas a Hipólito en cuanto que era tu hijo, y
esto no lo puede objetar él, puesto que no pretenderá conocer
tus sentimientos mejor que tú misma. ¿No te parece esto
razonable, Hipólito? Aunque nos obligará a no tomar en cuenta
una parte de tu relato... me refiero a las palabras que atribuías
a Fedra sobre tu parecido físico con Teseo...
HIPÓLITO.- Me llamas mentiroso sin otra prueba que lo que
Fedra dice, pero yo insisto en cuanto dije y nada retiro, aunque
no se me crea...
PERSÉFONE.- No te he llamado mentiroso, ni tampoco te
he pedido que me retires nada: tú mismo has dicho en tu
narración que merecía el título de madre, puesto que lo era para
ti.
HIPÓLITO.- Sí, es cierto, como a una madre la quería yo.
Ojalá ella me hubiese querido a mí como a un hijo.
PERSÉFONE.- Si se comportaba como una madre, podemos
presumir que como a un hijo te quería.
HIPÓLITO.- Eso parecía, pero al final resultó otra cosa.
PERSÉFONE.- Ella ha dicho repetidas veces que no debe
existir límite alguno en el amor entre una madre y un hijo, ¿no
es cierto, Fedra? Para ti, el amor de una madre comprende en sí
todas las formas del amor, incluso el conyugal...
FEDRA.- Para mí no hay formas de amor, ni partes, ni clases
de amor. Hay amor, o no lo hay.
PERSÉFONE.- (Ligeramente irónica.) Y, por eso,
esperabas recibir de tu hijo un amor como el que tú le dabas,
¿no? Sin límites ni mutilaciones...
FEDRA.- Tenía derecho a esperarlo.
PERSÉFONE.- Pero él no te lo dio...
FEDRA.- Su corazón me lo ofrecía, y su miedo me lo negó.
HIPÓLITO.- ¡No es verdad! Eso es una calumnia. Antes
dijisteis que yo no pretendería conocer sus sentimientos mejor
que ella misma... ahora, que no pretenda ella conocer los míos
mejor que yo.
HADES.- (A PERSÉFONE.) Es muy razonable lo que dice el
muchacho.
PERSÉFONE.- (Burlona.) Pues oigamos al muchacho. (A
HIPÓLITO.) Habla.
HIPÓLITO.- Ya dije cuanto tenía que decir.
PERSÉFONE.- (A FEDRA.) Entonces, habla tú. ¿Por qué
piens as que Hipólito te deseaba? Porque lo cierto es que te
rechazó: en eso habéis coincidido ambos.
FEDRA.- Él mismo me lo decía, aunque ahora lo niegue.
PERSÉFONE.- Pues ese es el caso, que ahora lo niega...
Nosotros no oímos vuestras conversaciones privadas, y aquí las
contáis cada uno a vuestra manera...
FEDRA.- (A HIPÓLITO.) ¿Es que ya no te acuerdas de
cuando me pedías que bailara?
HIPÓLITO.- ¡Calla, ramera, no te eches más barro encima!
FEDRA.- Tú te lo echas, insultando a t u madre. Cuando me
amabas, valías más que ahora.
HIPÓLITO.- Si te dejé de amar, no fue por culpa mía, sino
tuya. Tu lujuria te hizo aborrecible.
FEDRA.- Di que el miedo que tenías a tu padre se interpuso
entre nosotros, y habrás dicho la verdad.
HIPÓLITO.- Desde que te has podrido, manchas todo cuanto
tocas. Por eso llamas miedo a la virtud.
FEDRA.- ¿Es que también vas a negar el miedo que tenías a
Teseo? ¡Si temblabas ante él como las hojas de los árboles!
HIPÓLITO.- (A los DIOSES.) Para esta mujer, es miedo el
respeto que a un padre se tiene.
FEDRA.- ¿Y por causa del respeto huías de él como de la
peste? Cuando venía a casa, salías a toda prisa con el pretexto
de que ibas a cazar... Todo Atenas lo veía...
HIPÓLITO.- Como no sabes ver la grandeza de los hombres,
ignoras el sagrado tensor con que su presencia cohíbe a quien
les ama... (HADES y PERSÉFONE se miran. HIPÓLITO se
alarma.) ¡Pero eso no significa nada! ¡Yo no le temía!... Es
decir, sí... le temía como los buenos hijos temen a su padre... el
terror moderado que es preciso para educarse en la virtud... Pero
yo le amaba: sobre todo, le amaba...
HADES.- (Sin poderse contener, enternecido casi.) Muy
bien, hijo. Eso que dices está muy bien. Al padre hay que
amarle y temerle. (Corte pausa. HIPÓLITO está confundido
por su propio éxito.)
PERSÉFONE.- (Fría.) Así, pues, le temías...
HADES.- (A PERSÉFONE.) Y le amaba, no lo olvides.
HIPÓLITO.- (A PERSÉFONE.) Sobre todo, le amaba.
FEDRA.- (A HIPÓLITO.) Sobre todo, le temías.
HIPÓLITO.- (A FEDRA, exasperado.) ¡Le amaba, maldita,
le amaba mil veces más que a mí mismo!
FEDRA.- (Irónica.) Y como le tenías tanto amor, le tomaste
por un monstruo en la playa de Treceno... (HIPÓLITO se queda
aplastado.) ¿No dices nada?
HIPÓLITO.- (Inseguro.) Estoy seguro de que se trataba de
un monstruo...
FEDRA.- (Con hastío.) ¡Hijo, no seas necio! Todos los
muertos se reirían de ti, si los muertos pudieran reír... ¡Un
monstruo!... En la playa no viste sino a Teseo, que había
descendido de la nave y ganaba la tierra con los pies metidos en
el agua.
HIPÓLITO.- (Confuso.) No se veía muy bien, era de
noche... había una claridad rojiza que oscilaba como el fuego...
FEDRA.- (Tras una pausa. A los DIOSES.) Su padre era
para él una pesadilla. Le temía porque me deseaba, y no llegó
a poseerme porque le temía.
HIPÓLITO.- (Implorante.) No la creas, inexorable
Perséfone, solo dice mentiras... Yo admito que a mi padre le
temía, pero también le amaba, sentía las dos cosas a la vez...
PERSÉFONE.- (A FEDRA.) A mí me parece sincero. Es
evidente que tenía miedo de Teseo, pero quizá también le
amaba, y ese amor junto con el miedo le impidió desearte como
a una mujer...
FEDRA.- (Encogiéndose de hombros.) Pero eso no es cierto.
Hipólito me deseaba como a una mujer.
HIPÓLITO.- (Exasperado.) ¡Mentira, mentira! ¡Embustera,
impúdica!
HADES.- (A HIPÓLITO.) No niegues con tanto calor, que
eso no te beneficia. Muéstrate más paciente y confiado en que
se demuestre tu virtud.
FEDRA.- (Con calma, a HADES.) ¿Llamas virtud a que mi
hijo no me ame?
HADES.- (Conmiserativo.) A que no te ame torpemente y
con deseos impuros.
FEDRA.- (Iróni ca.) Entonces, esa virtud no la puede
reivindicar Hipólito... se le caía la saliva de los labios cuando
me veía bailar con una túnica transparente...
HIPÓLITO.- (Con las manos en la cabe z a.) ¡Oh, qué
ramera!
FEDRA.- (A HIPÓLITO.) ¿No me pedías tú que bailase?
HIPÓLITO.- Da náuseas oírte...
FEDRA.- No, las náuseas te dan de haberme amado... eres tú
quien te das náuseas a ti mismo, no yo. Y esas náuseas
testimonian contra ti, porque acreditan que me deseabas y ahora
quisieras no haberme deseado... Pero esos antiguos deseos los
tienes dentro de ti como una pesadilla que no está del t odo
olvidada, que a veces se revuelve y te da angustia...
HIPÓLITO.- (A los DIOSES.) ¿Tengo que oír esto? ¿No es
posible morir de nuevo y bajar a un lugar más profundo?
HADES.- (Con las cejas fruncidas.) No, no es posible. Mira
si tienes algo que contestar a Fedra.
HIPÓLITO.- ¡Que diga lo que quiera!
FEDRA.- (A HIPÓLITO.) Has dicho que me amabas como a
una madre...
HIPÓLITO.- ¡Pero nunca con miras deshonestas!
FEDRA.- (Cínica.) Ya lo creo, que con miras deshonestas...
¡deshonestísimas!
HIPÓLITO.- ¡Oh! Si tuviera cuerpo, vomitaría...
FEDRA.- Disimula ese asco: ya t e he p revenido que
testimonia contra ti, no contra mí...
HIPÓLITO.- Si no tienes otras pruebas...
FEDRA.- Claro está que las tengo.
HIPÓLITO.- (Asustado.) ¿Y dónde están?
FEDRA.- Aquí, delante de todos.
HIPÓLITO.- (Mirando en derredor.) Algún testigo falso...
FEDRA.- Tú mismo eres mi testigo.
HIPÓLITO.- ¿Yo?
FEDRA.- Tu presencia aquí es la más evidente de las pruebas.
PERSÉFONE.- No te entendemos muy bien, me temo...
¿Puedes explicarte?
FEDRA.- (A HIPÓLITO.) Si tú no me deseabas, ¿por qué
estás aquí?
HIPÓLITO.- ¿Qué relación hay? Me maté en mi carro...
FEDRA.- ¡Tú lo has dicho! Te mataste... ¿Por qué te mataste?
HIPÓLITO.- Por nada... Fue un accidente... ¡Yo no me maté
voluntariamente, si es eso lo que quieres decir! Huía
precipitadamente y era de noche... a cualquiera le hubiese
ocurrido.
FEDRA.- No, amigo mío, a cualquiera, no... Las Parcas
disponen lo que le ocurre a cada uno, y a las Parcas las llevamos
dentro de nosotros desde que nacemos. ¿Le has preguntado a las
tuyas por qué pereciste en el olivar de Piteo? Porque yo lo sé
muy bien...
HIPÓLITO.- Y todos lo saben... Fue una causalidad...
FEDRA.- ¡Una casualidad! ¡Cuánt as cosas ocurren por una
casualidad! ¿Por una casualidad corrías como el viento por un
camino peligroso en plena noche? ¿También por una casualidad
te habías enrollado las riendas a los brazos con tanta vueltas?
¿Y por una casualidad no viste el saliente tronco del olivo en el
camino blanco de luna?
HIPÓLITO.- Estaba aterrorizado, ya lo he dicho...
FEDRA.- Sí, estabas aterrorizado de ti mismo... el horror que
por ti sentías lo proyectabas hacia tu padre y huías, pero ese
horror iba contigo porque el monstruo eras tú... (Con doliente
reconvención.) ¡Tan espantoso te parecía el haber
correspondido en tu corazón al amor de tu madre!
HIPÓLITO.- ¡Juro que no pensaba en matarme!
FEDRA.- No lo pensabas con la cabeza, lo pensabas con el
corazón. Lo pensabas sin saberlo, pero lo pensabas y lo hiciste...
¿Por qué tendrías que castigarte si fueses puro? Pero no lo eras,
sentías a tu conciencia culpable allá en el fondo de tu alma
haciéndote insoportable la vida, y en aquella carrera en que
huías de ti mismo sin conseguir nada, expiaste esa culpa por el
autocastigo. ¡Y aún te atreves a llamarte puro! Hijo, ¿no
comprendes que solo eres puro para mí, que solo a mis ojos es
digno y noble ese amor que yo comparto?
HIPÓLITO.- ¡No, no! Ese amor es infame... yo niego y
negaré siempre haberlo sentido, aunque me envuelvas cien
veces más en sutilezas y no pueda darte más respuestas que el
silencio... ese amor es criminal, y tú lo sabes muy bien aunque
hagas alarde de él y digas que es un derecho de las madres...
FEDRA.- No, querido mío, ese amor solo es criminal porque
perjudica a los padres y ellos han impuesto su condena...
HIPÓLITO.- Te engañas, madre... para ti también es impío:
¿por qué estás tú aquí, si no?
FEDRA.- Porque este es mi sitio, hijo. Ya no me quedará otro.
HADES.- Fedra, sería conveniente que continuases tu relato
hasta el final.
FEDRA.- (Indiferente.) ¿Para qué? El resto lo conoce Teseo
y ya lo habrá divulgado. No tardaréis en saberlo.
PERSÉFONE.- (Amistosa.) Preferimos que nos lo digas tú.
HADES.- También Hipólito quiere saberlo, estoy seguro.
FEDRA.- (Se acerca a HIPÓLITO con precaución,
esperando que la rechace; HIPÓLITO, temblando, se limita
a bajar los ojos.) ¿Es cierto? ¿Quieres saber lo que pasó
después que t ú te fuiste? (Ha comenzado a levantar
suavemente la mano, con intención de ponerla en el hombro
de HIPÓLITO.)
HIPÓLITO.- (Espe ranzado.) Te arrepentiste, ¿verdad
madre? Te arrepentiste y por eso has venido...
FEDRA.- (Paraliza el movimiento de la mano, y la deja
caer con un gesto de renuncia. Sonríe tristemente.) No, no
me arrepentí ni me arrepiento de nada. hice lo que debía ser
hecho.
HIPÓLITO.- (Débil.) ¿Qué hiciste?
FEDRA.- Vas a saberlo.
(Se debilitan las luces.)
Aunque aumente el horror que me tienes, te lo voy a decir.
(Se enciende el foco que ilumina a FEDRA, mientras el
resto queda en la oscuridad.)
Fue inútil que corrieras, no se puede huir de mí. Yo estaba
en tu futuro tanto como en tu pasado, y necesariamente tendrías
que llegar de nuevo a mi regazo. No debiste abandonarme, me
despojaste de mucho más que de ti mismo, me despojaste de mí
también; me dejaste vacía como un pozo, y la cólera me llenó
hasta desbordar.
(Se va extinguiendo el foco.)
La cólera de los olvidados, de los hundidos, de los sin
esperanza.
(Se ha hecho el oscuro.)
La terrible cólera de aquellos para quienes no luce el sol ni
florece la tierra, la de los débiles que han sido echados a un lado
y no tienen voz para hacerse oír, sino dientes para morder y
muerden, muerden desesperadamente hasta que son aplastados.
(Vuelve la luz. Ha reaparecido el dormitorio de FEDRA.
Esta vacío. En la puerta aparece FEDRA, extremada, que
se apoya en el quicio. Pausa.)
FEDRA.- (A media voz.) Todo t erminado. (Se dirige a la
cama.) Se acabó. (Se sienta en la cama, y se deja caer de
espaldas sobre ella, tendiéndose de través. En voz alta.) Si yo
hubiese sido una serpiente de dientes venenosos, no hubiera
huido más deprisa. (Corta pausa.) ¡No hubiera huido más
deprisa! (Gira sobre sí misma, tendi é ndose de bruces, y
golpea la cama con el puño.) ¡El muy perro! Cuanto más le
llamaba yo, más corría él... (Se incorpora, quedando sentada.)
Ya habrá enganchado los caballos, en un momento estará fuera
de la ciudad... Y se irá lejos, se irá lejos... ni siquiera sabré de
él, si vive o está muerto... ¿Por qué le dejé que se fuera? ¡Soy
una estúpida! (Se vuelve a echar de bruces, golpeando la
cama.) ¡Ay! ¡Necia de mí! ¡Ay, necia!... Yo estaba a su lado y,
sin embargo, salió por esa puerta... lo dejé que saliera con la
misma tranquilidad que si fuera a volver mañana... ¡Pude
haberlo sujetado, haberme cosido a él! (Se medio incorpora,
denegando can l a cabe z a.) Pero no lo hice, no lo hice...
(Enderezándose, colérica.) ¡Pude haberle matado! ¡Debí
matarle, por los dioses! ¿Has despreciado a tu madre, malvado?
¡Pues bien, aquí tienes!... ¡Oh, qué inútil soy, qué inútil!...
(Pausa.) Ya estarán sus caballos devorando el camino a la luz
de la luna... alejándose de Trecene corriendo como el viento,
alejándose de mí... Si le hubiese matado, ahora estaría aquí
muerto... yo le miraría, le besaría... Toda esta noche solo para
mí... estrechándole en mis brazos, sintiendo en mi boca
enfriarse poco a poco la suya... Pero ni se me ha ocurrido, y ya
es tarde. Nunca sabré qué hará, dónde estará... Ahora está en un
camino, pero ¿y mañana? (Colérica.) ¡Libre en el ancho
mundo, libre de mí! ¡Libre como ot ro Teseo, después de
pisotearme! ¡Oh!... Ya no me necesita, y puede dejarme. ¿Qué
soy yo, que cuando hago falta se me toma y, cuando no, se me
deja? ¿Debo pedir a los dioses que necesite de nuevo de mí,
para que vuelva a tomarme? ¿Qué soy yo? ¿Por qué no me lo
has dicho antes de irte, perro? Ya no valía la pena gastar
palabras, ¿verdad?... ¡Y yo que pensaba salir a la libertad!
¡Necia de mí, estúpida!... En qué hora se me ocurrió confiar en
ese miserable... (Desesperada, echándose de nuevo de bruces
sobre la cama.) ¡Oh, el muy ruin, que me ha dejado sin nada!
¡Oh!...
(Entra la NODRIZA.)
NODRIZA.- (Exci tada.) ¡Fedra!... Fedra, tu marido está en
Trecene, ahora mismo ha entrado en la casa. (FEDRA sigue de
bruces en la cama, sin nacer caso. La NODRIZA le sacude
un hombro.) ¿Es que no me oyes? Teseo está aquí... (FEDRA
se incorpora y escucha, intentando entender.) Está saludando
a su madre y a Piteo, lo tendrás delante en seguida.
FEDRA.- (Incorporándose.) Pero, ¿no es de noche?
NODRIZA.- ¡Y qué! Lo cierto es que acaba de llegar... ¡Qué
aspecto tienes!
FEDRA.- ¿Sabes si se ha encontrado con Hipólito?
NODRIZA.- Hipólito se fue en su carro, y Teseo ha venido
en una nava... es difícil que se hayan encontrado.
FEDRA.- (Con ansiedad.) Pudieron verse en la playa...
entonces, su hijo habría vuelto con él. ¿No dices que ya está
Teseo en la casa?
NODRIZA.- Hipólito no venía, eso es seguro... (FEDRA se
tranquiliza.) Ha ocurrido algún desastre, ¿verdad? Ya te lo
advertí... Pero ahora no podemos hablar, tu marido llega... ¡si al
menos me diera tiempo de peinarte un poco!... Pon orden en ese
rostro, no lo tengas tan alterado... estás confesando con la cara.
FEDRA.- (Sombría.) Eso me conviene. (Pequeña pausa.)
Ahora márchate, quiero que mi marido me encuentre sola.
(Mientras dice la última frase, está empujando a la
NODRIZA hacia la puerta. Entra TESEO y sale la
NODRIZA.)
TESEO.- ¿Por qué quieres que tu marido te encuentre sola?
FEDRA.- No hacen falta testigos cuando dos esposos se
encuentran tras larga ausencia.
TESEO.- ¿A tres días llamas larga ausencia?
FEDRA.- Han sido para mí más que tres años.
TESEO.- Muchas veces he estado más tiempo lejos de ti, y no
has dicho eso a mí vuelta... (Recorre con la vista las
adornadas vigas de la cama. Lo advierte FEDRA, y habla
con rapidez y vehemencia.)
FEDRA.- Es que ahora ha ocurrido lo que jamás ocurrió
antes. (TESEO sigue mirando las vigas.) ¿No me has oído?
¡Aquí han ocurrido cosas graves!
TESEO.- Ya, ya... y tú me las vas a decir.
FEDRA.- ¿Las sabes ya? Porque si es así, puedes ahorrarme
el dolor y la vergüenza de decirlas... (Pausa. TESEO mira a
FEDRA, y esta aparta la mirada. Hay cierta distancia entre
ambos.) ¿Te has encontrado con Hipólito después de
desembarcar?
TESEO.- (Sin especial intención, da un paso hacia FEDRA
y esta lo retrocede.) No me hagas preguntas, soy yo quien está
preguntando: ¿qué ha pasado aquí?
FEDRA.- (Irritada, cruzándose de brazos.) ¡Aquí no ha
pasado nada!
TESEO.- (Sorprendido y contrariado.) ¿Qué quieres decir?
FEDRA.- (Como antes.) ¡Quiero decir que no te consiento
ese tono! ¡O preguntamos los dos, o no pregunta nadie! Y los
dos contestaremos, o nadie contestará.
TESEO.- (Yéndose hacia FEDRA.) ¡Pero qué! ¿Te vas a
engallar tú ahora?
FEDRA.- (Huye de TESEO.) ¡No me toques! ¡No me toques,
te digo!
TESEO.- (Agarrándola de un brazo.) ¿Que no te toque?
¡Ven aquí! (Le sujeta el cuello por la nuca.) Quieta, mujer, no
te excites... (A media voz, pero con tono duro.)
Tranquilízate... así... Vas a ser sumisa, vas a ser obediente... (La
sienta en la cama.) vas a hablar... (Acercando de improviso
su cara a la de FEDRA, con fuerte voz.) ¡Habla! (FEDRA se
sobresalta.) ¡Habla, Fedra, por los dioses! ¡No tengo más
paciencia! (La zarandea por los hombros.) Has dicho que han
ocurrido cosas graves: ¿que cosas?
FEDRA.- (Sin mirarla.) Si hubieras llegado una hora antes,
no habría pasado nada...
TESEO.- Pero, ¿qué ha sido? ¿A qué he llegado tarde? ¡Acaba
ya, por tus muertos!
FEDRA.- (Coge la capa de HIPÓLITO, que está sobre la
cama, y se la tiende a TESEO.) Toma esa capa, y dime si la
reconoces...
TESEO.- (Cogiéndola y mirándola con impaciencia.) No
sé... ¿Es la de Hipólito? ¿O de quién? (Arroja la capa sobra la
cama.)
FEDRA.- Sí, es la de Hipólito... se la dejó aquí cuando se
fue... ni pensó en ella...
TESEO.- A Hipólito se le olvidó la capa... (Irritado.) ¿Y eso
es todo?
FEDRA.- (Mirando a TES EO con gesto hosco.) Había
cometido un crimen, por eso la olvidó.
TESEO.- (Intimidado repentinamente.) ¿Un crimen? ¿Qué
crimen?
FEDRA.- (Se pone en pie, furiosa.) ¿Eres tan torpe que todo
hay que decírtelo? (Con voz y ademán rotundos.) ¡Tu hijo me
violó! ¡Aquí mismo, mira! (Señala la cama. TESEO retrocede,
FEDRA avanza.) ¿Quieres seguir oyéndolo? ¡He sido violada
por Hipólito! ¿Quieres detalles? ¡Me ató con esa capa!
(Abatida.) Ya he hablado, ya sabes lo que querías saber...
(TESEO, anonadado, da unos pasos, se inclina distraído,
recoge la piel de oso y la tira colérico contra el suelo.)
TESEO.- ¡Por eso estaba así! ¡Por eso era!
FEDRA.- (Con ansiedad.) ¿Qué dices? ¿De quién hablas?
¿Es que has visto a Hipólito?
TESEO.- ¡Sí le he visto! (Se endurece el rostro de FEDRA.)
Cuando yo desembarcaba cruz ó él la playa en su carro, y al
verme dijo mil desatinos antes de salir huyendo...
FEDRA.- Pero, ¿qué dijo? ¿Qué desatinos fueron esos?
TESEO.- (Abrumado, se sienta pesadamente en el arcón y
se pasa una mano por la cara.) Apenas sí se le entendió algo,
hablaba con lengua trabada... como alguien fuera de razón...
FEDRA.- (Al ver que TESEO no continua.) Dices que algo
le entendiste... ¿no recuerdas qué fue?
TESEO.- Locuras ... Me miró con el rostro desencajado y
encabritó a los caballos... Gritaba... que no me lo comiera, que
él era inocente... y me llamó varias veces «monstruo que sales
del mar»... Apenas se le entendía, pero creo que decía siempre
lo mismo... (Levantándose y paseando colérico.) Llevaba a las
Erinnias agarradas a la espalda, por eso parecía un loco y por
eso le di miedo... ¡Para esto lo engendré!... ¡Y el pérfido que
llamaba monstruo!...
FEDRA.- Te llamaría monstruo del mar porque te vio
desembarcar... Pero di, ¿no sabes dónde ha ido ese desdichado?
¿No te lo dijo en la playa?
TESEO.- No, en s eguida excitó a los caballos y salió a la
carrera del pequeño espacio que alumbraban las antorchas... la
oscuridad de la noche se lo tragó en un instante, y yo me quedé
helado de horror... Le llamé a voces, pero no contestó... (Pausa.
FEDRA y TESEO están cabizbajos. TESEO levanta al cielo
la vista y abre los brazos con los puños cerrados.) ¡Ojalá se
mate! ¡Dioses, oíd mi súplica! ¡Que se despeñe con el carro por
una torrentera! ¡Que se lo coman los cuervos y los lobos !
(Tapándose la cara con las manos.) ¿Por qué me ha ocurrido
esto a mí? ¿Por qué? ¿Es, acaso, un castigo? ¿Qué he hecho yo
para merecer esto? (Corta pausa.) ¿Hay alguien que jamás
haya sido tan malvado? No, nadie hasta ahora... porque a Edipo
le excusaba su ignorancia... (Se agarra, aterrado, la cabeza
con las manos.) ¡Ay, qué nombre se me ha venido a la boca!...
¡Edipo!... Yo le di asilo y sepulcro en Colono, y ahora los
dioses me castigan haciendo que mi hijo sea como él...
(Espantado.) Ya ha profanado el tálamo paterno, solo le falta
darme a mí la muerte, y lo hará sin duda, pues así deben las
Parcas haberlo decretado... Me ha llamado monstruo... y luego,
simulando confundirme con alguna salvaje alimaña, me herirá
sin ser visto, clavándome una saeta, con su arco de cazador... mi
muerte parecerá un accidente... (Con miedo.) y eso ya puede
ocurrir cualquier día, en el incierto futuro que ahora empieza...
¿Cómo podré librarme? Débil y casi un niño es Hipólito, pero
las terribles diosas que gobiernan mis hilos guiarán su mano...
¿De qué me servirá rodearme de guardias y llevar una coraza?
(Abrumado.) Porque fui piadoso con Edipo, porque fui bueno,
ahora me ocurre esto, ahora me veo así... Los dioses me
castigan por amparar a un impío, por favorecer a los malos...
siempre favorecí a todos... (A FEDRA, sin advertir el odio
triunfal con que le mira.) Te lo ruego, ayúdame. Dime qué
hago, qué puedo hacer... llamaremos augures , celebraremos
sacrificios... haré que mi vida sea más moderada...
FEDRA.- (Cruel, gozándose en el abatimiento de TESEO.)
Si las Parcas han decidido que Hipólito te mate, ya no eres más
que un cadáver... (Pausa. TESEO está aplastado.) Yo no puedo
ayudarte, soy una mujer y solo sirvo para hilar y tejer... haré tu
sudario...
TESEO.- (Temblando.) ¿Mi sudario, dices? No, aún debo
poder hacer algo...
FEDRA.- (Fría.) Ahórcate.
TESEO.- ¡No, no! (Se incorpora, vacilante. Pausa. Se
serena un poco.) Yo no participé en el crimen de Edipo, solo
le di Hospitalidad cuando era un anciano ciego... Si por eso
recibo un castigo tan grande, mucho más castigado ha de ser
Hipólito a su vez... Si mi plegaria, ¡oh, Parcas veneradas !,
puede influir en el destino que decretáis a los mortales, yo os
suplico que el castigo de mi hijo no sea tan tardo como lo fue el
de Edipo... que no alcance la vejez, que no llegue a engendrar
hijos... que los que a mí me han conocido puedan ver su
cadáver, que lo pueda ver yo mismo, aunque muera por su
causa... que el castigo siga al delito como la estela sigue a la
nave, no dejéis que el olvido se interponga entre el crimen y la
pena, pues no se os tendrá por justas... ¡Oh, diosas que regís el
destino de los hombres! Acceded a mi súplica: permitid que yo
vea el cadáver de mi hijo... (Apoya la frente en sus manos
juntas, concentrado. Pausa. Entra la NODRIZA.)
NODRIZA.- (Con prevención.) Un hombre ha llegado
trayendo una triste nueva...
TESEO.- (Mirándola con aire distraído.) No aumentará la
tristeza de esta noche...
NODRIZA.- (Mirando a FEDRA.) Ha hecho un relato
lamentable... (TESEO vuelve la espalda, con indiferencia.) Os
vais a afligir... Hipólito...
TESEO.- (Volviéndose.) Sigue.
NODRIZA.- Ha sufrido una caída... está muy mal...
FEDRA.- (Con ansiedad.) ¿Pero vive? ¿Está vivo? (La
NODRIZA ruega con la cabeza.) ¿Muerto? (La NODRIZA se
queda quieta.) ¡Habla! ¿Está muerto?
NODRIZA.- Sí... (FEDRA se sienta en la cama, despacio.)
TESEO.- ¡Muerto!... ¿Eso es seguro? ¿Ese hombre no
miente? (La NODRIZA ha contestado ambas cosas con la
cabeza.) ¡Oh, dioses, aún estáis en el cielo! ¡Aún puede el que
es padre respirar bajo el sol!... Ya no p asaré mis días en el
temblor de la mano escondida de ese criminal... vuelvo a tener
en paz mi corazón, y podré vivir como hasta ahora... Los dioses
me han protegido porque soy justo... (A la NODRIZA.) ¿Dónde
está el que lo ha dicho? ¿Lo ha visto él?
NODRIZA.- Ese hombre venía con ot ros por el camino de
Argos, y junto al olivar de Piteo y vieron destrozarse el carro de
vuestro hijo, y a él arras t rado por los caballos hasta quedar
deshecho... Los compañeros del mensajero vienen detrás con el
cuerpo de Hipólito...
TESEO.- (Mientras FEDRA queda cabizbaja.) Ya está
muerto mi hijo... no puedo creerlo, por los dioses... pero muerto
está, y no tengo ya que temer... Pronto traerán su cuerpo, y yo
lo veré tendido... (Pausa.) No sé, en verdad, si debo alegrarme
o entristecerme, pues si el triunfo de la justicia y la seguridad de
mi persona me alegran el corazón, también siento en el
estómago como una basca de angustia que no sé cómo echar
fuera... y es que, al fin, era mi hijo... por impío que fuera, yo fui
quien lo engendró, y algo de mí ha muerto al morir él...
FEDRA.- (A TESEO.) Tengo que pedirte... no quiero salir de
mi habitación en esta noche de vergüenza y de dolor, pero
también quiero yo ver al hijo cuya perversidad, ahora que está
muerto, quisiera olvidar... ¿p uedes hacer que lo pasen aquí
cuando lo traigan?
TESEO.- Lo que pides es justo. Lo traerán aquí, yo me
cuidaré de ello. El olivar que Piteo tiene junto al camino de
Argos está cerca, y por despacio que vengan, ya tienen que estar
llegando... voy a salir a su encuentro... (Como si hablase
consigo mismo, pero haciéndolo a FEDRA.) ¿Cómo
procederé? Porque este crimen no podrá ocultarse... ¿debo reír,
o debo llorar? La justicia me manda lo p rimero, pero ¿será
digno espectáculo un padre en mis circunstancias que no
mues t ra aflicción?... Puesto que ya no me puede perjudicar,
debo ser generoso y llorarle, pero ¿no me llamarán injusto por
llorar a un criminal aunque sea mi hijo? ¿Lloraría acaso al hijo
ajeno? Si yo mismo le hubiera castigado, podría llorar sin
menoscabo de la justicia, pero así, no sé qué hacer...
FEDRA.- (Con hastío.) Haz ambas cosas... deja hablar a la
justicia por tu boca, y al dolor por tus ojos...
TESEO.- (Conte nto por el hallazgo.) Sí, así lo haré... mis
palabras serán implacables, pero una lágrima resbalará por mi
mejilla... (Sale.)
FEDRA.- (Señalando con el mentón hacia la puerta, con
desprecio.) ¡Ahí lo tienes! Solo le preocupa la cara que tiene
que poner la gente...
NODRIZA.- Y tú, ¿por qué has pedido que traigan aquí el
cuerpo de Hipólito? ¿A qué viene eso? Lo que tú necesitas es
acostarte y descansar... Las demás mujeres nos ocuparemos de
lavarle y prepararle para las exequias.
FEDRA.- Necesito verle, no puedo creer que esté muerto... los
seres amados no mueren de verdad si no hemos visto su
cadáver...
NODRIZA.- ¡Pues mañana lo verás! Ahora debes p rocurar
dormir un poco...
FEDRA.- No, ¿cómo puedes pensar que dormiría? Necesito
verle ahora, en el estado en que quedó cuando le sorprendió la
muerte... antes de que las mujeres le laven ni le toquen...
NODRIZA.- Pero, ¿por qué tantos interés? Las esperanzas
que tenías fracasaron por su culpa, no necesito que me lo
digas... Huyó de ti, y huyendo murió.
FEDRA.- Murió por mi amor.
NODRIZA.- ¡Ment ira! ¿Y las voces que tú dabas en esa
puerta mientras él se iba? ¡Bien te oímos todos llamarle!
(FEDRA impone silencio repentinamente, y escucha. Se oye
un clamoreo lejano que se intensifica en seguida.) Ya están
en el palacio con el muerto... (FEDRA se oprime el corazón
con las manos.) ¿Te sientes mal? (FEDRA deniega con la
cabaza.) Mira, voy a decir que no lo traigan aquí.
FEDRA.- ¡No vas a decir nada! Estoy bien, no soy ninguna
niña. (La NODRIZA le abraza los hombros. FEDRA apoya
su frente en l a de la NODRIZA, con un ligero
desfallecimiento de ánimo.) ¡Ay!
(Entra TESEO.)
TESEO.- Los encontré ya en la ciudad... (Se hace a un lado.)
Pasad, y ponedlo ahí. (Señala un lugar en primer término.
Entran dos hombres que portan unas parihuelas con el
cadáver de HIPÓLITO, cuya ropa destrozada le deja casi
desnudo, todo manchado de tierra y de sangre.) He avisado
que no pase nadie. (FEDRA ha retrocedido unos pasos, y
mira fijamente al mue rto, que es depositado por sus
portadores donde TESEO ha indicado. TESEO hace señas a
los hombres para que salgan, y ellos obedecen. A FEDRA.)
Aquí está... mira cómo ha quedado...
NODRIZA.- Está destrozado, el pobre... no parece él... ¡Y
qué sucio!
TESEO.- (Se inclina sobre el cadáver, y lo examina casi
con delectación.) Parece que tiene barro, pero no es barro: es
tierra empapada en su sangre... (Le mira la cara.) ¡Ah,
Hipólito! Ya estás en el reino de las sombras, ya te has ido para
siempre... te has adelantado a tu padre para hacer el viaje sin
retorno... Siempre sentí curiosidad por saber lo que haya más
allá de la muerte, y he aquí que tú lo sabes ya...
NODRIZA.- (Insegura.) Voy a avisar que se caliente agua
para lavarle... Habrá que prepararle para las ceremonias
funerarias...
FEDRA.- (Que se ha acercado un poco a las angarillas, sin
dejar de mirar al muerto.) Sí, ve...
TESEO.- (A FEDRA.) ¿Merece acaso honores fúnebres? ¿No
basta con enterrarle en cualquier sitio?
NODRIZA.- (Escandalizada.) ¡Oh, qué temeridad!... Hay
que aplacar las almas de los muertos, son vengativas y crueles...
TESEO.- ¡Bah! Haced como queráis.
NODRIZA.- Voy a disponerlo todo. (Sale.)
TESEO.- (Se sienta al borde de las angarillas, a los pies del
difunto.) ¿Te acuerdas, Fedra, que ahora mismo suplicaba yo
aquí a las Parcas que me permitieran ver el cadáver de mi hijo?
(Con complacencia.) ¡Ya ves si los dioses me aman! ¡Aquí está
Hipólito, muerto! Parecía que se iba lejos, para tenderme
asechanzas... ¡no se ha alejado mucho! (Pausa.) Acércate, ven
y míralo... (FEDRA se acerca un poco.) Más cerca... (Pone la
mano sobre el borde de las parihuelas.) Siéntate aquí.
(FEDRA obedece.) Tenemos derecho a mirarle, a alegrarnos de
esto... nos hizo mucho mal este malvado...
FEDRA.- ¿No amabas a tu hijo?
TESEO.- Yo no puedo amar a los criminales.
FEDRA.- Parece que solo esta noche ha existido Hipólito para
ti. Te pregunto si le amabas antes.
TESEO.- (Vacila.) Sí... ¿quién no amará a su hijo? No se me
parecía mucho, pero... al fin, era mi sangre, lo engendré en mi
juventud... (Se detiene. Pausa.)
FEDRA.- (Mirando a HIPÓLITO.) Pues ya no tienes hijo. Ya
no tienes quien te llore cuando mueras, ni quien venere tu
recuerdo. (Mira a los ojos a TESEO, con cierta alegría
malévola.)
TESEO.- (Incómodo.) Este, de todos modos, no lo hubiese
hecho... Yo aún soy joven... puedo todavía engendrar hijos...
FEDRA.- (Con crueldad evidente.) No lo creo... ya vas
siendo viejo...
TESEO.- (Dolido.) No digas eso, no es verdad...
FEDRA.- Sí lo es... (TESEO, nervioso, se levanta e inicia
unos paseos. FEDRA le habla en voz más al ta.) Cuando
mueras, morirás del todo.
TESEO.- (Impaciente.) Si lo que quieres decir es que es triste
no tener hijos, eso ya lo sabía.
FEDRA.- Más triste aún es perder a los que ya se tienen.
TESEO.- (Entre irritado y amargo.) No éste...
FEDRA.- Al fin, era tu hijo... ¿No lo engendraste tú en una
noche de... amor?
TESEO.- ¿Y no lo han matado los dioses por su maldad? No
seré yo quien le llore.
FEDRA.- (Dura.) Tú has sido su matador, no los dioses.
TESEO.- Si han escuchado mi plegaria, es porque era justa.
FEDRA.- No le mataste con tu plegaria, sino con el miedo que
le dabas; el miedo que te tenía le mató.
TESEO.- ¿Te había dicho a ti que me tenía miedo?
FEDRA.- Sí, muchas veces.
TESEO.- No teme el que es inocente... Maquinaba su crimen,
por eso me temía...
FEDRA.- (Enérgica.) Pues te engañas: Hipólito era tan
inocente como la misma inocencia.
TESEO.- (Asombrado.) ¿Qué dices? ¿Después de violarte le
llamas inocente?
FEDRA.- Nunca me tocó. Y a ti te amaba más que a sí
mismo.
TESEO.- (Estupefacto.) ¿Qué hablas ahora? ¿Es acaso es t e
el momento para bromear, o es que has perdido el juicio? ¿Por
qué dices eso?
FEDRA.- Porque es la verdad. (Burlona.) ¿Temblabas de que
te matase él, que hubiera dado mil veces su vida por ti?
(Agresiva.) Su temor era el resultado de su admiración: ¡te
adoraba como a un dios!
TESEO.- (Tras corta pausa.) ¿Y a ti, no te hizo nada?
FEDRA.- ¡Ni en pensamiento, ni en sucios siquiera!
TESEO.- (Mientras, con cierta vacilación, se arrodilla
junto al cadáver.) O antes mentías, o mientes ahora...
FEDRA.- Antes te mentí... quería vengarme.
TESEO.- (Desconcertado.) ¿Vengarte? ¿De quién? ¿De
Hipólito, acaso?
FEDRA.- (Con los dientes apretados.) Sí, de Hipólito.
TESEO.- (Grita.) Pero si era inocente, ¿de qué te ibas a
vengar?
FEDRA.- (Sonríe con dureza.) De su inocencia. Esa
inocencia me ofendía... me ofendió. (Se levanta de las
angarillas y se sienta en la cama.)
TESEO.- (Sigue arrodillado junto al muerto, pero vuelto
hacia FEDRA.) ¡Pero explícate! ¿En qué te pudo ofender la
inocencia de mi pobre hijo?
FEDRA.- En mi orgullo de mujer. (Hablando a TESEO
como si l e insultase.) Mira los adornos con que decoré mi
lecho: lo había preparado para bodas más dulces que las tuyas.
Después le llamé y quise seducirle para que fuera mío; utilicé
todos los recursos de una mujer, le pinté vivamente la desdicha
de tener por marido a una bestia como tú, me ofrecí, supliqué,
le amenacé... (Pasa a un tono de involuntaria ternura.) El
horror le hacía palidecer y, cuando quiso huir, traté de sujetarle
y me quedé con su capa en las manos... Después, llegaste tú.
TESEO.- (Que está aterrado.) ¡Y le acusaste de tu propio
delito! (Se lleva las manos a la cabeza.) ¡Pero qué clase de
mujer eres tú! ¡Cómo pudiste...! ¡Y por qué! ¿Te habías vuelto
loca, acaso?
FEDRA.- Nunca estuve más en mi juicio: le quería para mí,
le necesitaba...
TESEO.- (Violento.) ¡Calla, calla...!
FEDRA.- (Con desprecio.) Callo.
TESEO.- No, no calles ... habla, explícate... ¿él rechazó tus
proposiciones? ¿No flaqueó?
FEDRA.- No, no flaqueó. Jamás hijo alguno ha amado a su
padre como este te amó a ti, sábelo ya. Tú eras su padre, su
madre y su dios.
TESEO.- (Afligido.) ¡T ris t e de mí! ¿Cómo nunca lo supe?
(Acercándose a la cabeza del muerto.) ¿Por qué no me lo
decías, hijo mío? ¿Es verdad que me querías tanto? ¿Era yo un
dios para ti? ¡Oh, hijo, hijo! ¡Qué tarde lo he sabido!... ¡Ay,
ahora daría mi vida por un abrazo tuyo! Ojalá estuvieras vivo
aunque no me quisieras... aunque fuera cierto tu crimen... No sé
si esto que digo es verdad o no, hijo, pero quisiera que lo
fuese... Tú no puedes oírme, por culpa mía estás muerto... pero
no, por mi culpa no, ¿verdad que no?... Di solo eso, abre una
vez la boca para decir que no...
FEDRA.- (Cruel y amarga.) No la abrirá.
TESEO.- (Sin oírla, a HIPÓLITO.) No fue culpa mía. Di que
no, hijo...
FEDRA.- (Dura.) Yo te digo que sí.
TESEO.- (Violento, a FEDRA.) No, no fui yo. Fuiste tú, tú
con tu lascivia, quien mató a mi Hipólito. Fue tu lujuria, perra.
FEDRA.- No fue a mí a quien encontró en la playa, ni a quien
llamó «monstruo del mar».
TESEO.- Eso tú se lo inculcaste... le impulsaste a la locura...
Tú misma has dicho que querías vengarte de él, de su
inocencia... (Se abraza al cadáver.) ¡De su inocencia! ¡Hijo
mío, hijo mío! ¡Ahora me doy cuenta de cuánto te quería! (Se
echa a llorar.) ¡Ay, qué tarde lo he sabido!
FEDRA.- (Muy fue rte, enloquecida de placer y dolor.)
¡Llora, Teseo! ¡Llora! ¡Llora abrazado a tu muerto! ¡Ha valido
la pena, sí! ¡Ha valido la pena! ¡Un hijo, por verte llorar así! No
ha sido demasiado, hubiera dado más. Llora, llora ya p ara
siempre, no vuelvas a reír... ¡Ah! ¡También los de abajo
podemos heriros! Estamos bajo vuestros pies, pero podemos
haceros llorar... ¿Sufres mucho, Teseo? A mí me lo debes.
Suspira, pártete el alma, revienta... No he podido derribarte,
pero te he hecho mucho daño, ¿verdad? ¡Te he hecho mucho
daño, y me alegro!
TESEO.- (Incorporándose poco a poco.) Sí, me lo has
hecho. Me has hecho mucho daño, y hay que evitar que sigas
haciéndolo. Cuando se haga de día será publicado tu crimen, y
yo mismo te inmolaré a la vista de todos los ciudadanos de
Treceno... (FEDRA no se inmuta. Colérico.) ¡Maldita! Te
prometo que tus huesos no serán sepultados... ¡Te han de comer
las aves y los perros!
FEDRA.- (Despectiva.) ¿Esperas asustarme?
TESEO.- (Disponiéndose a salir.) Dejaré una guardia en la
puerta para que nadie entre ni salga de esta habitación... Y
cuando amanezca, vendré por ti para llevarte al suplicio.
FEDRA.- No me import a. Llevas clavado mi dardo bien
hondo, te ha de durar mientras vivas.
(TESEO sale. Al quedarse sola, FEDRA se acerca despacio
al muerto y se sienta en las angarillas, mirándolo en
silencio. Pausa.)
(Con gran ternura.) Otra vez estamos solos... Has vuelto a
mi lado, y ya para siempre. (Acaricia la cara de HIPÓLITO.)
¿Estás contento de mí? Ya está pura tu memoria, te he devuelto
la inocencia... nunca sabrá la gente que tu amor era para mí y tu
miedo era para el otro, que eras casto porque te reservabas para
tu madre... ¡qué les importa lo nuestro a los demás! (Le besa
suavemente.) ¡Qué frío te has quedado!... En verdad, tú ya no
estás aquí, estos despojos no son un Hipólito... ¿dónde te has
ido? Eras tímido como un ciervo, pero ya has hecho el terrible
viaje que hace temblar a los héroes... ¿Cómo has ido tú solo,
pequeño mío, a ese lugar desconocido? ¿Por qué no has querido
ir junto con tu madre?... Tú, que no sop ort abas los ojos de
Teseo, ¿puedes soportar ahora la mirada de los pálidos muertos?
¡Oh, niño, niño, no debiste ir solo!... Te hablo, y no puedes
oírme; estás ya en las horribles moradas donde no llega el sol...
Dulce y medroso como eres, vagas tal vez ahora por las tristes
orillas de la Estigia, pobladas de estériles sauces... quizá te has
sentado, afligido por la soledad, en las espantosas riberas del
Aqueront e, o te dispones a beber en las negras y silenciosas
aguas del Leteo... (Abrazando al cadáver.) ¡Oh, Hipólito! Yo
he debido hacer ese viaje mucho antes que tú; te has adelantado
sin advertírmelo, eso es cruel... ¿Por qué no me pediste que te
acompañara? ¿Crees que me hubiera negado? ¿Cuándo t e he
negado yo algo? No tienes más remedio que esperarme, pero
será muy poco... (Coge las manos de HIPÓLITO.) Ahora voy
a ir contigo y, en aquel mundo, tú serás más viejo que yo, tú
serás mi maestro como yo aquí lo fui tuya... (Soñadora.) Varios
a es t ar siempre juntos, vida mía, muerte mía... cogidos de la
mano, vagaremos sin rumbo por las praderas de as fódelos...
hablaremos dulcemente de nuestra pasada vida y de nuestro
amor sin fronteras ni futuro... o tal vez guardando silencio,
reclines tu cabeza en mi pecho para dejar pasar nuestro tiempo
sin horas... (Acaricia la cara del muerto con ambas manos.)
¡Ahora es cuando vamos a ser libres !... Sé que me estás
esperando, me estás esperando en algún sitio que hay delante de
mí... (Se levanta, y comienza a quitarse el largo ceñidor que
rodea la parte baja de su busto.) Voy enseguida, niño mío...
En aquellos desolados parajes, ya no darán pavor a tu corazón
las inanes cabezas de los muertos, tu madre va a estar contigo,
ella te dará valor... (Con el ceñidor ya en la mano, hace una
pausa. Se acerca a la cama, y mira las vigas que la coronan.)
Vamos, pues. Con guirnaldas y lámparas quise celebrar la
llegada de la libertad, y la libertad llega, con la guadaña al
hombro... (Trepa a la cama y, de pie sobre ella, apoya ambas
(Oscuridad total simultánea. Pausa. Cuando se encienden
las luces, FEDRA se halla ante los DIOSES cerca de
HIPÓLITO, cubierta con los grises harapos de las
sombras. El posible decorado de la narración ha
desaparecido.)
FEDRA.- (Tímida, a HIPÓLITO, que está temblando.) Y
bien, hijo... ya lo sabes todo. ¿Me odias más que antes?
HIPÓLITO.- (Trémulo.) No, madre mía, no te odio... Pero
te tengo ahora mucho miedo...
FEDRA.- (Sorprendida.) ¿Miedo, dices?
HIPÓLITO.- Hay algo que no has dicho, pero que estaba
det rás de todas tus palabras, dejándose adivinar.
Transparentándose...
PERSÉFONE.- (Conmovida, a FEDRA.) Sí, es cierto, yo
también lo he visto.
FEDRA.- (A PERSÉFONE, con temor.) ¿El qué? ¿Qué he
dado a entender que no haya dicho?
PERSÉFONE.- Que tú eres la Muerte.
FEDRA.- (Con cierto asombro, a media voz.) ¡Yo!
PERSÉFONE.- Para Hipólito, sí. Tú misma no lo has
advertido, pero te pareces mucho a mí. Ambas somos como la
Tierra, nuestra antigua madre, que da la vida para quitarla
después... Yo hago brotar la vida en el mundo y luego, como
diosa de los muertos, s igo esa vida y la recojo en este reino,
devolviéndola a la oscuridad de que salió... ¿No has hecho tú lo
mismo? Diste la vida a tu hijo y ahora se la has quitado...
HADES.- (Dudoso.) Eso, quien lo hizo, fue Medea: pero
Fedra...
PERSÉFONE.- ¿Acaso Fedra no ha traído a Hipólito al
materno seno de la tierra por medio de su amor? (A FEDRA.)
En esa doble función de madre y de muerte nos parecemos tú y
yo, Fedra... Y, tal vez por ello, será tu historia utilizada para
decorar los sarcófagos de los muertos como un sueño de
esperanza...
HADES.- (Tras corta pausa.) Sí, puede ser. Todo se ha
hecho tan confuso... (A HIPÓLITO.) ¿Es eso lo que te da
miedo?
HIPÓLITO.- (Sin dejar de mirar a FEDRA, como
fascinado.) Creo que sí... No corrían mis caballos porque el
monstruo estuviese detrás, sino porque tú, madre, tú tirabas de
ellos para que me destrozaran... (Casi llorando.) ¿Por qué
hiciste eso conmigo, por qué?
FEDRA.- (Con gran te rnura, acercándose a HIPÓLITO,
muy despacio.) No, niño mío, no digas eso... Eras tú quien los
hacía correr con tu flexible látigo para reunirte conmigo, porque
yo te llamaba, ¿no lo recuerdas? Tú sabías que yo te esperaba
envuelt a en la noche de aquel olivar silencioso, cerca del
camino blanco... (Ha llegado junto a HIPÓLITO, a qui e n
abraz a mientras él desfallece de miedo y placer. Al ser
abrazado, desaparece bajo las grandes ropas grises de
FEDRA.) Y llegaste, llegaste a mi lado. Para siempre junto a tu
madre... (Desvanecido, HIPÓLITO cae deslizándose entre los
brazos de FEDRA, mientras esta se arrodilla o sienta para
evitarle el golpe. En el movimiento, se han desajustado o
desprendido los amplios ropajes de HIPÓLITO, que queda
desnudo, tendido sobre el regazo de FEDRA, que le sujeta
los hombros con un brazo y con la otra mano le acaricia
sugiriendo confusamente el conocido grupo iconográfico de
la «Pietá». Pausa.) Pobre hijo mío, ¿estás mejor ahora?
PERSÉFONE.- (Dulce.) Amiga mía, tú seducirás siempre a
los hombres, no lo dudes. Quieres ser solo de ese joven, y vas
a ser de todos. Los que aún no han nacido van a sentir tu
hechizo, te van a contemplar, te van a desfigurar, te van a
amar... pero tu esencia se escurrirá siempre de sus manos
quedando intacta, para seguir atrayendo el pensamiento de los
mortales como atrae la lámpara a las noctámbulas falenas...
HADES.- (Sin dejar de mirar a FEDRA.) Es inútil, no te
escucha...
FEDRA.- (Cariñosa.) Hipólito, ten valor. Tienes que
acompañarme, te necesito.
HIPÓLITO.- (Débil.) ¡Ay, madre, madre mía!... ¿Por qué me
has hecho morir?
FEDRA.- (Suasoria.) Pero si no es t amos muertos, hijo.
Verdaderamente, nadie lo está. La vida se renueva, renace...
¿Cómo puede haber muertos bajo la tierra en tanto que sobre
ella pisen los vivos? Ellos continúan nuestra lucha, el sentido de
nuestra existencia palpita en sus corazones. Mientras no haya
libertad para todos bajo el cielo; mientras la voluntad de
alguien, quienquiera que sea, determine la conducta de otros,
nosotros no podemos estar muertos. Aún existen esclavos, y su
esclavitud sigue siendo la nuestra: que sean también nuestras su
rebeldía y sus manos, ¡Hipólito, hagamos uso de ellas! (Todas
las SOMBRAS se van congregando, poco a poco, en torno a
FEDRA.) Nuestros cuerpos se deshacen en el húmedo sepulcro,
pero no nos importa, no los necesitamos: hay miles y miles de
cuerpos allá arriba esperando nuestro hálito, nuestro coraje,
nuestra sed de libertad. (Dulce.) Hijo, hagamos a nuestro soplo
volar sobre la tierra, envolviéndola en una caricia tan ancha
como el mundo. Que roce las ondulantes mieses, que cruce los
sombríos valles de arboladas laderas, que rebase los olorosos
montes coronados de abejas, que viaje en las cándidas nubes
que semejan bajeles del cielo, que busque por todas partes el
corazón de los hombres y nidifique en ellos. Los que tengan
ojos para ver nos verán a su lado, sabrán que no están solos.
Sentirán junto a ellos a millones de hermanos que vivieron sin
libertad y sin ella murieron, y en sus entrañas nuestra cólera se
mezclará con la saya, añadiéndose a sus brazos la fuerza de los
nuestros. (Ilusionada.) Y un día vencerán. Un día serán libres.
Un día será libre hasta el último hombre del rincón más lejano.
La libertad se extenderá sobre la tierra un día, y ya nadie jamás,
¡jamás!, tolerará que se levante un amo. (Pausa. Dul ce , de
nuevo.) Entonces, querido mío, solo entonces podremos reposar
estrechamente unidos. La tierra será libre también para los
muertos, se volverá ligera, sin el peso de oprobio que ahora
tiene. A part ir de ese día venturoso, los vivos y los muertos
podremos descansar sin sonrojarnos. (Dura.) Ahora, no: ¿quién
puede en este tiempo descansar sin ser cómplice? En tanto que
haya pueblos enteros condenados al silencio porque pensar sea
delito; en tanto que haya pueblos enteros temblando ante las
armas de otros pueblos más fuertes; en tanto que haya pueblos
enteros inmolados en masa con fuego y con met al lanzados
desde el cielo; en tanto que haya pueblos enteros expulsados de
sus tierras y casas y lanzados al árido desierto; en tanto que
haya hambrientos, ignorantes, proscritos, explotados; en tanto
que haya tanta vergüenza y horror sobre la tierra, estar muerto
es un crimen. ¡Arriba, hijo, incorpórate! (Sin abandonar su
HIPÓLITO.- (Con angustia.) ¡Ay, no puedo! No puedo
todavía, pero tú no me dejes. Llévame contigo, ¡llévame
contigo, como sea!
FEDRA.- (Tierna.) Sí, querido mío, yo te llevaré. Habremos
de ayudarnos los unos a los otros , que nadie que quiera
seguirnos deje de hacerlo por falta de fuerzas. (Con una mano
por la espal da de HIPÓLITO y otra bajo sus piernas, se
incorpora con un reci o e sfuerzo, llevándolo en brazos.)
Vamos, hijo. Deshagámonos en la tierra, y dejemos en libertad
aquella parte nuestra que todavía es útil: (Sombría.) hacen falta
Fedras que hieran con dureza... (Muy dulce.) e Hipólitos
también, niño mío: víctimas inocentes cuya muerte haga
temblar a los amos, y lleve el terror a los tibios corazones de
aquellos que aún son capaces de sentirse felices. (Corta pausa.
Acariciando los cabellos de HIPÓLITO con la mejilla.) Pobre,
pobre amor nuestro. (Volviéndose de espaldas, y caminando
muy despacio hacia la galería, que ahora está iluminada con
una luz que se abre al fondo, mientras las SOMBRAS le
abren paso en silencio.) Su tris te historia se va a repetir
muchas veces, quizá por largo tiempo... (La cabeza de
HIPÓLITO cuelga, oscilando.) pero un hermoso día, esa
historia tendrá que terminar. (Ha llegado a la entrada de la
galería, que ahora está iluminada con una luz pálida. Las
SOMBRAS de los muertos, que han quedado a sus espaldas,
la miran. FEDRA se detiene y se vuelve hacia ellas, dando
cara al público. Vibrante.) Y vosotros, ¿qué esperáis?
¿Preferís seguir durmiendo? Habéis oído una historia, y con eso
os basta, ¿verdad? ¿Hasta cuándo os conformaréis con oír
historias? ¿Cuándo llegará el tiempo en que las hagáis? No nos
dejéis solos, venid a nuestro lado. (Corta pausa. Volviéndose
y entrando en la galería, con acento triste.) No tengo vuestra
paciencia, yo no espero más. (FEDRA camina por la galería.
Las SOMBRAS se miran entre sí y lue go, con timidez,
comienzan a seguirla de lejos, arracimándose junto a las
paredes, sin atreverse a ir por en medio.)
HADES.- (A PERSÉFONE.) Mira, incluso ha contagiado a
los otros. Siempre será lo mismo, la raza de los hombres: la
primera esperanza que pasa la cogen al vuelo y se encienden
con ella como gusanos de luz.
PERSÉFONE.- (Mirando a la galería, donde están
comenzando a entrar las primeras SOMBRAS. Con
nostalgia.) Se encienden de esperanza... ¡qué maravilla!
HADES.- (Afectuoso y un poco i róni co.) Parece que les
envidias...
PERSÉFONE.- (Siempre mirando a la galería.) ¿Y por
qué no? Verdad que su vida es un soplo, que sus generaciones
son como esas pequeñas olas que se suceden unas a otras para
morir en la playa, gimiendo deshechas en un sudario de
espuma... pero, en tan corto espacio, ¡cuánta fe, cuánto
esfuerzo, cuánta gloria!
HADES.- ¿Gloria, dices? Pero, ¿es que tú crees que ese día de
libertad del que antes hablaba Fedra va a llegar alguna vez?
¡Milenios llevan los hombres esperándolo, y jamás ha llegado!
(Despectivo.) ¡Ni nunca llegará!
PERSÉFONE.- (Soñadora.) ¡Quién sabe!
(Se extinguen las luces de la escena, excepto la
iluminación de la galería, en la que han penetrado las
últimas SOMBRAS que ya se atreven a ir por el centro,
ocultando a FEDRA. Paulatinamente, se apaga también
esa luz, produciéndose el oscuro total.)

FIN

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