martes, 17 de julio de 2012

CAUTELA CONTRA CAUTELA


CAUTELA CONTRA CAUTELA


COMEDIA FAMOSA POR EL MAESTRO
TIRSO DE MOLINA.
REPRESENTOLA AMARILIS

ÍNDICE
Jornada primera ................................................................
Jornada segunda ...............................................................
Jornada tercera .................................................................

Hablan en ella las personas siguientes:
EL REY DE NÁPOLES
EL PRÍNCIPE DE TARANTO
EL PRÍNCIPE DE SALERNO
UN CRIADO
ENRIQUE DE ÁVALOS
CHIRIMÍA, lacayo de Enrique de Ávalos
JULIO
LUDOVICO
CÉSAR
ELENA
ISABEL, su criada
PORCIA
CELIO, su escudero
CAPITÁN
UNO
OTRO

JORNADA PRIMERA

Sale Chirimía, solo.
CHIRIMÍA Ya el cielo, como un pavón,
las ruedas ostenta bellas
con las lúcidas estrellas,
que sus ojos argos son.
Ya el cielo está como un huevo:
estrellado el mundo está:
salga vuexcelencia ya.
Salen Enrique y Julio.
ENRIQUE Debo
recatarme, cosa es clara,
cuando en Nápoles estoy.
Enrique de Ávalos soy,
marqués de Basto y Pescara.
Don Alfonso de Aragón
rey de Nápoles, confía
de la diligencia mía,
con una inmensa afición,
este reino: gran privado,
ministro, por tales modos
ha de dar ejemplo a todos,
¿qué mucho que recatado
salga yo por la ciudad
de noche a barrios señores,
si aunque son todos amores,
mostrarlos es liviandad?
CHIRIMÍA Desculpado estás conmigo.
Tu criado soy, y rondo
en público, no me escondo.
JULIO ¿No fuera bien que un amigo
de los dos que quieres tanto
te acompañara?
CHIRIMÍA Ellos son
amigos con intención;
úsanse ya, no me espanto.
ENRIQUE Don César y Ludovico
en mi amistad se declaran,
y los dos me acompañaran;
mas mi amor no les explico.
CHIRIMÍA Si tú privado no fueras,
fueras amigo precioso;
que no sabe el poderoso
cuál es su amigo de veras;
¿qué amistad hay verdadera?
Mas destos que te han seguido
como sombra, ¿cuál ha sido
más leal?
ENRIQUE Si eso supiera,
fuera soberana luz,
y en mucho más lo estimara
que ser marqués de Pescara,
ni ser privado de cruz.
Yo pienso que ambos lo son
muy de veras.
JULIO Certifico
que pienso que Ludovico
ha hecho demonstración
de amigo más verdadero:
lenguas se hace en alabarte.
CHIRIMÍA ¡Qué poco sabes del arte
de un amigo lisonjero!
Si deso te satisfaces,
en él la amistad se acaba;
siempre Ludovico alaba
lo que dices, lo que haces,
lo que comes, lo que bebes,
lo que calzas, lo que vistes,
lo que ríes, y son chistes,
motes y sentencias breves
cuanto arrojas por los labios,
aunque necedades sean.
Y amigos que lisonjean,
ni son amigos, ni sabios.
Mira, con ojos serenos
a César siempre verás:
sin duda te quiere más,
pues es quien te alaba menos.
Salen César y Ludovico.
CÉSAR ¡Don Enrique, mi señor,
solo, y a la sombra muda
de aquesta noche! ¿Quién duda
que son milagros de amor?
CHIRIMÍA No va solo, pues que vamos
dos con él.
CÉSAR ¡Oh Chirimía!
CHIRIMÍA Ésta tu amor me debía;
págame y en paz estamos.
ENRIQUE Amigos, amor ha sido
la causa que ansí me lleva,
tan peregrina y tan nueva,
que nunca la habréis oído
en fábulas ni en historias.
CÉSAR ¿Amas alguna pintura
o estatua?
ENRIQUE Desa locura
ya en las humanas memorias
hay noticia: Amor, que es dios,
ostenta así su deidad.
LUDOVICO ¿En qué está la novedad?
ENRIQUE ¿No es bien nuevo amar a dos?
CHIRIMÍA No, señor, ni amar a mil,
porque tú tienes criado
que en un mismo tiempo ha amado
un salchichón, un pernil
y una bota de hipocrás,
dos de Candía, cuatro griegas,
treinta fregonas gallegas
y trescientas cosas más:
que es socorro y estribillo
de poetas de repente.
ENRIQUE Calla, loco, impertinente.
CHIRIMÍA Si pudiere conseguillo,
dame, señor, por callado.
ENRIQUE Digo, pues, que divertido
en dos partes he tenido
este amoroso cuidado.
Porcia pobre, y rica Elena,
me dan tan igual la gloria,
que suspenden la memoria
y hacen dudosa la pena.
En Elena y Porcia unida,
Amor con gloriosa palma
tiene, en dos cuerpos, un alma,
en dos almas una vida,
en dos vidas una suerte,
una beldad en dos Mayos,
un resplandor en dos rayos,
en dos rayos una muerte.
Siento entre Porcia y Elena
dividida la memoria;
con el favor, una gloria,
con el desdén, una pena.
Cada cual en mi deseo
imprime luz rigurosa,
y aunque hermosa, más hermosa
pienso que es la que antes veo;
de modo que indiferente
en pasión tan inhumana,
tengo por más soberana
aquella que está presente;
y como el amor es dios,
prueba a hacer con ese efeto
de las dos solo un sujeto,
o dividirme a mí en dos.
Mas como poder no halle
para hacer uno de tres,
forma un caos que no sé qué es,
ni qué nombre pueda dalle.
LUDOVICO ¡Divinamente ha pintado
sus afectos vuexcelencia!
¡Qué discreción! ¡Qué elocuencia!
CHIRIMÍA (¡Qué bellacón! ¡Ah taimado!).
CÉSAR Antes, si me da licencia
en esto vuestro favor,
yo digo que no es amor
el que tiene vuexcelencia.
LUDOVICO ¿Qué ha de ser?
CÉSAR Inclinación
a dos mujeres tan bellas,
nacida de las estrellas,
o de la propia elección.
Halló méritos iguales
en discreción y beldad,
y incitó la voluntad
los afectos naturales,
con que se sintió agraviado
de ambas, con indiferencia;
y con esto vuexcelencia
no es amante, es inclinado.
LUDOVICO ¿Como puede errar un punto
entendimiento tan grave,
el marqués siendo quien sabe
más que todos en un punto?
Con él, ingenio pelea,
mucho más filosofía
que Aristóteles sabía,
y él sabe lo que desea.
Errar no puede el marqués.
Amor llamó a su cuidado,
y pues amor le ha llamado,
no es otra cosa, amor es.
CHIRIMÍA Acabose, errar no puede,
un ángel tengo por amo.
ENRIQUE Si bien o si mal le llamo,
para otro lugar se quede.
Bien sé que habrá de parar
este afecto indiferente
en una, y que solamente
un sujeto habré de amar;
que amor es correspondencia;
a las dos tengo de hablar,
y las habéis de escuchar
con atenta diligencia,
para ver si conocéis
cuál tiene amor verdadero;
y en estas dudas espero
que desengaños me deis.
Ya a los balcones de Elena
llegamos, y ella me aguarda.
LUDOVICO ¡Qué discreta, qué gallarda
saldrá a escuchar la sirena
de tu lengua! Si es servido
vuexcelencia, los criados
pueden quedar retirados:
haremos menos rüido.
ENRIQUE Idos, pues.
CHIRIMÍA Si esta, que saca
mi valor, no va a tu lado,
te falta...
ENRIQUE ¿Qué habrá faltado?
CHIRIMÍA Una espada muy bellaca.
Vanse los criados.
CÉSAR (Porcia ilustre, a quien desea
en vano el alma dichosa;
Porcia, como necia, hermosa,
Porcia sabia, como fea,
salid, salid de mi pecho.
El marqués del Basto os ama:
no caben amigo y dama
en corazón tan estrecho.
No se declare mi amor,
ya que hasta aquí, por mi bien,
ni me ha turbado el desdén,
ni me ha alentado el favor).
Sale Elena a la ventana.
ENRIQUE ¿Es Elena?
ELENA ¿Es el marqués?
ENRIQUE Al ojo: el ser que he tenido,
soplo de tu boca ha sido,
sombra de tus rayos es.
ELENA Luego si en ausencia mía
muerto, como dices, eres,
tu misma vida no quieres,
pues no me ves cada día.
LUDOVICO Divinamente arguyó.
ENRIQUE Dijeras bien, de esa suerte,
si el ver, o el dejar de verte,
consistiera en mí, pues yo
con alma atenta y unida
a tu presencia dichosa,
ver no quisiera otra cosa,
por tener eterna vida.
Pero la merced del rey
a ser mi desdicha viene,
pues sin duda me detiene
por obligación y ley.
ELENA Tú, divertido y llevado
de esa causa superior,
no dejarás al amor
un átomo de cuidado,
porque es dulzura el privar
que a todo deleite pasa;
pero yo, sola en mi casa,
¿qué he de hacer sino llorar?
ENRIQUE (¿Qué sientes desta razón,
Ludovico?).
LUDOVICO Que es felice,
que ama de veras, y dice
afectos del corazón.
ELENA Enrique, amor verifica
su fuerza, en mí poderosa,
tanto, que estoy envidiosa
del rey, porque comunica
siempre tu ingenio; y entiendo
que este desearte ver
es afición de saber,
pues solo oyéndote aprendo.
Pero examen no requiere,
sea amor o interés sea:
siempre el alma te desea,
séase lo que se fuere.
ENRIQUE (¿Qué sientes desto también?).
CÉSAR Siento que no tiene amor.
ENRIQUE ¿En qué fundas ese error?
CÉSAR En que lo dice muy bien.
Más tiene de vizcaíno
el amor que de elocuente.
LUDOVICO Amor infunde en la gente
un espíritu divino.
ENRIQUE A tanto encarecimiento,
más que amante agradecido
vendré a ser desvanecido;
que humano agradecimiento
no es capaz de tal favor,
mi Porcia, digo, mi Elena.
ELENA ¡Otro cuidado, otra pena
mostrastes en ese error!,
marqués, en los hombres sabios
tal error verdad contiene,
porque el corazón se viene
muchas veces a los labios.
¿En vuestra boca otro nombre?
¿En vuestro pecho otro amor?
La memoria hizo ese error;
pero ¿qué mucho? Sois hombre.
Idos, marqués, norabuena:
vuestra misma lengua os llama;
no usurpéis a vuestra dama
las horas que dais a Elena.
Escuchad mis voces, cielos,
romped el aire deshechas:
verdades son, no sospechas,
injurias son, no son celos.
ENRIQUE Oídme.
ELENA No quiero oír.
ENRIQUE ¿Por qué, con tal sinrazón,
no quieres satisfacción?
ELENA Porque me voy a dormir.
Vase Elena.
ENRIQUE Óyeme, aguarda, no quieras
mi muerte, hermosa mujer.
¿Echaste, César, de ver
que quiere Elena de veras?
CÉSAR Que lo finge he de juzgar.
ENRIQUE La razón y causa espero.
CÉSAR Porque el amor verdadero
jamás se supo quejar.
Celos te quiso obstentar,
porque muestras de amor son,
y a tan ligera ocasión
cogió el copete.
LUDOVICO Si amar
es aquello, nadie amó
más. ¡Con qué linda advertencia,
por picalla vuexcelencia,
con Porcia se equivocó!
ENRIQUE No fue cuidado, fue error
de la lengua y la memoria.
LUDOVICO Prosigamos en la historia,
apuremos este amor:
vamos cas de Porcia.
ENRIQUE Allí
lo mismo que aquí he de hacer:
cuidado tiene de ser
lo que fue descuido aquí.
Por ver si lo lleva mal,
su nombre he de errar también.
CÉSAR Vuexcelencia mire bien,
que demás de ser trivial
y común esa razón,
confundiéndole los nombres,
su amor revela; y los hombres
que amantes próvidos son,
deben guardar más secreto.
ENRIQUE Habiendo Porcias y Elenas
más que lirios y azucenas
en márgenes del Sebeto,
ningún secreto recelo.
Pienso que Porcia me espera.
En tocando en esta esfera,
saldrán rayos de su cielo.
Hace Enrique la seña, y sale Porcia a la ventana.
PORCIA ¿Quién llama?
LUDOVICO Puntual ha sido.
CÉSAR Debe de tener amor.
LUDOVICO Que es pobre, dirás mejor,
y querrá un rico marido.
ENRIQUE ¡Porcia pregunta quién llama!
¿Quién puede llamar al sol,
sino un dichoso español
que tesoros de luz ama?
¿Quien al balcón del Oriente
pudo llamar al Aurora
sino un dichoso que adora
los jazmines de esa frente,
las rosas de esas mejillas,
la púrpura de esos labios?
PORCIA No me hagáis tales agravios:
en palabras más sencillas
se explica amor verdadero;
bien mi desengaño alcanza
que no tengo otra alabanza,
sino que por veros muero.
Alabadme de constante,
y no me alabéis de hermosa,
que es lisonja sospechosa.
ENRIQUE Todo lo tiene el diamante.
Por ambas cosas se estima.
PORCIA ¿Cómo estáis, mi señor?
ENRIQUE Bueno,
y de inmensas glorias lleno
después que esta voz me anima.
CÉSAR (Aquella pregunta fue
muestra de amor poderosa).
LUDOVICO (Pienso que es falta de prosa).
CÉSAR (Pienso que es sobra de fe).
PORCIA La prolijidad del día
siempre me está fatigando,
porque vivo deseando
sombras de la noche fría,
y en perpetua esclavitud
tengo el vivir indeciso.
Y aunque siempre tengo aviso,
marqués, de vuestra salud,
como es salud que me toca,
hasta veros, no me quieto;
y a quien ama, es bien perfeto
saberlo de vuestra boca.
ENRIQUE (¿Qué te parece?).
LUDOVICO Señor,
diré lo que el alma siente:
habla muy caseramente.
Pienso que es tibio su amor.
PORCIA Marqués, los muchos negocios
siento que podrán cansarnos.
¡Oh, si yo pudiera daros
mi soledad y mis ocios
y mi amor daros quisiera:
pues con él, y sin los dos,
tuvierais descanso vos,
y yo dichosa viviera.
Mas en sus efetos obra
Amor, y los agradezco:
que para lo que merezco,
cualquiera amor vuestro sobra.
ENRIQUE (¿Qué dices?).
CÉSAR (Que ama de veras).
LUDOVICO (Más quisiera alguna joya).
ENRIQUE (Esperad, que aquí fue Troya).
Si con tanto gusto esperas
la noche, quien solo vive
este rato, este momento,
inmenso será el contento
que con tus glorias recibe.
Más hermosura verá
quien ve el sol y las estrellas,
pues tu hermosa luz entre ellas,
bella Casandra, saldrá…
Porcia, digo, Porcia mía.
PORCIA Con razón la llamáis vuestra
que mas átomos no muestra
el sol, que es padre del día,
que Porcia, ausente de vos,
da suspiros con cuidado.
ENRIQUE (En ello no ha reparado,
o no lo siente, por Dios).
Mi Casandra, esos suspiros
vanos son, que el alma os doy.
PORCIA Ya que Casandra no soy,
podré, mi Enrique, deciros
que ninguna más que yo
sabrá amaros con desvelos.
ENRIQUE ¿Eso me decís sin celos?
PORCIA ¿Qué honesto amor sospechó
que errar el nombre es amar
en otra parte?
ENRIQUE Es ansí.
PORCIA Amaros me toca a mí;
no me toca averiguar
si soy amada de vos;
porque el hombre agradecido,
amando, ha correspondido,
a semejanza de Dios,
con amor puro y honesto.
Sentirnos mi padre puede:
la conversación se quede
para otras noches en esto.
ENRIQUE ¿Sin celos, tenéis recelos?
PORCIA Adiós, marqués y señor.
(Disimulemos, amor.
Muriéndome voy de celos).
Vase.
ENRIQUE Fuese con lindo semblante.
CÉSAR El irse fue rendimiento,
la blandura, sentimiento.
LUDOVICO No se quejó; no es amante.
ENRIQUE ¿He de decir la verdad?
El amor de Elena creo;
que en Porcia efectos no veo
nacidos de voluntad.
Mi dueño Elena ha de ser,
y aunque más el alma inclino
a Porcia, que es sol divino,
la elección ha de vencer.
LUDOVICO Gente viene, y no es decencia
que conozcan al marqués.
ENRIQUE Sí, mas sepamos quién es.
CÉSAR Váyase, pues, vuexcelencia
a palacio, que es ya tarde,
y quedémonos los dos.
ENRIQUE Bien dices, César, adiós.
LUDOVICO A vuexcelencia nos guarde
él mismo.
CHIRIMÍA El marqués se fue:
fíngete, Julio, valiente.
LUDOVICO ¿Qué gente? ¿Quién va? ¿Qué gente?
CHIRIMÍA Dos hombres son: ¿no nos ve?
CÉSAR Queremos reconocellos,
ya vemos que son dos hombres,
dígannos luego los nombres.
CHIRIMÍA Dígannos los suyos ellos,
y no pasen adelante,
que está esta calle ocupada.
CÉSAR Harán lugar a esta espada.
CHIRIMÍA Si quisiere este montante,
Julio, pues te toca aquel,
mátale con osadía,
mientras mata Chirimía
este que le toca a él.
LUDOVICO Chirimía y Julio son.
CHIRIMÍA Y con mucha honra.
CÉSAR ¿Qué hacéis?
CHIRIMÍA Defender que no paséis,
porque están en posesión
desta calle tres supremos
señores, a quien guardamos.
CÉSAR ¿No nos conocéis?
CHIRIMÍA Estamos
muy coléricos, no vemos.
LUDOVICO ¿A César y a Ludovico
no conoces, Chirimía?
CHIRIMÍA Hablara para otro día.
Vive Dios, que es un borrico.
Si no hablan...
LUDOVICO Loco estás.
Si no hablan... ¿Qué sería?
CHIRIMÍA A manos de Chirimía
muertos por siempre jamás.
Vanse y sale el rey, y dos dándole memoriales.
UNO Suplico a su majestad
que mire aqueste papel.
OTRO Y este memorial, señor.
REY Bien está, yo le veré.
Despejad.
Vanse y sale Enrique.
ENRIQUE Dame tu mano.
REY ¿Qué es esto, amigo marqués?
¡Diez horas estáis sin verme!
ENRIQUE Mil son para mí, no diez.
REY Entre el amor y amistad
una diferencia hallé:
que el amor puede ser malo,
no la amistad.
ENRIQUE Así es.
REY Pues si el amor no consiente
breve ausencia sin temer,
la amistad, que es una especie
más pura de amor, ¿por qué
ha de permitir ausencias?
ENRIQUE Esos nombres no le des,
señor, a mi esclavitud,
obligada a la merced
que por quien eres me haces;
que la amistad ha de ser
entre iguales; y si amor
iguala y junta tal vez
dos extremos, dos distancias,
tiene valor y poder
del cielo como la muerte;
y este caso no fue
amistad, sino amor.
REY Luego
cuando las almas, en quien
hay oculta simpatía,
se miran corresponder
con amor, ¿no son iguales?
Falso es, Enrique; que un rey
en la sangre que le ofrece,
puede distar y tener
diferencia con los hombres,
mas los ánimos, ¿no ves
que influyéndole los astros,
pueden ser iguales? Bien
esta doctrina se muestra
en nuestro ejemplo, porque es
amistad la nuestra, Enrique.
ENRIQUE Beso mil veces tus pies.
REY Ve leyendo memoriales,
y tu cuerdo parecer
los consulte y los resuelva.
ENRIQUE «Fabio Rufo, coronel,
a tu majestad suplica
que algún castillo le des,
donde puedan descansar
sus servicios y vejez».
El coronel lo merece.
REY Doile el de Taranto, pues.
ENRIQUE Este dice ansí,
señor:
«Señor,
otro aviso te dio ayer
el que este escribe a tu alteza.
Mira, Alfonso Aragonés,
que se conjuran, y tratan
de quitarte el reino, tres
príncipes vasallos tuyos:
y el que escribe este papel
no osa declararte más».
REY Ya me han dado dos o tres
memoriales deste aviso;
pero como yo no sé
quién son estos conjurados,
no hallo modo de entender
la verdad deste suceso.
ENRIQUE ¡Grave caso!
REY Pienso en él
y dudo por dos razones:
la primera, porque aquel
que estos papeles escribe
no me ha procurado ver,
ni su nombre firma en ellos:
la segunda, porque un rey,
que al peso de su justicia
nunca ha aborrecido el fiel,
que gobierna el reino en paz,
dando igualdad a la ley
con todos, ¿por qué razón
aborrecido ha de ser
de sus vasallos y amigos?
ENRIQUE Yo, señor, responderé.
Si el nombre no declaró
quien te avisa, puede ser
que no se atreva, o que sea
de los conjurados él,
por amistad o violencia;
y así para no romper
la ley de su juramento
ni ser vasallo infiel,
desta manera te avisa.
Ni es de importancia que estés
administrando justicia
y haciendo a todos merced,
para pensar que no puedas
tener en tu reino quien
se te atreva y se te oponga,
si una nubecilla, que es
vapor de la misma tierra,
al sol se opone tal vez,
y nos oscurece un rato
sus rayos de rosicler.
Aqueste famoso reino,
del mundo hermoso vergel,
quiere rey napolitano,
y le tiene aragonés.
Heredástele, veniste
por armas a defender
tu justicia: no te espantes,
que le falta amor y fe.
REY La necesidad da fuerzas
al ingenio.
ENRIQUE Parecer
es de Homero.
REY En mí lo he visto.
Una cautela pensé
con que tú puedas sabello.
Yo me acuerdo que una vez
me dijiste que felice
sólo ha de llamarse aquel
que supiere cuatro cosas:
qué amigo le quiere bien,
qué dama le corresponde,
qué criado le es fiel:
qué enemigo le persigue.
ENRIQUE Bien te acuerdas.
REY Oye, pues.
Yo he de fingir que no estás
ya en mi gracia, y he de hacer
que piensen que te aborrezco,
y este enojo mostraré
de manera que enemigo
me juzguen tuyo, porque
viéndote pobre agraviado,
luego se querrán valer
de tu generoso pecho
contra mí, como de quien
mis secretos sabe, y tiene
ánimo para emprender
grandes cosas; y si acaso
los que aborrecen mi bien
no te buscaren, podrás
llamándome a mí cruel,
riguroso, injusto, ingrato,
fingir que pretendes ser
cabeza de conjurados
contra mi reino, porque es
verosímil que conozcas
con mañoso proceder
los ánimos mal afectos.
Vendrasme de noche a ver;
seré tu amigo de noche;
y aunque siempre lo seré,
engañaremos de día
el humano parecer.
Con esta cautela, Enrique
(y en la política ley
es provechosa y es justa),
asegurarme podré
en este reino; sabrás
qué enemigo tengo, quién
se conjura contra mí,
quién mi favor y merced
merece, y quién mi castigo.
Yo también saber podré
quién te quiere mal; que es fuerza
si en mi desgracia te ven,
que te acusen y mormuren:
y tú tocarás también
con tus manos y experiencia
qué dama te quiere bien,
qué amigos te son leales,
y qué criado te es fiel,
pues la desdicha presente
toque, y acción ha de ser
donde muestre la experiencia
los quilates de la fe,
del amor y la amistad.
ENRIQUE Ponga la fama el laurel
que dio al ingenio de Ulises
a tu frente y a tus pies.
Pero ¿cómo vivirá
quien ve el semblante de un rey
enojado, aunque fingido?
REY Enrique, ¿por qué teméis?
Enojos que finge amor,
no tienen rostro cruel;
antes pienso que este enojo
ejecutar no podré,
porque amor no ha de dejarme
fingiros aborrecer;
que amor disimula mal.
ENRIQUE Alegre el cuello pondré
a tu enojo verdadero
por darte un breve placer,
cuanto y más por darte un reino.
REY Y reino que de ambos es.
Hora es que vengan a audiencia
y a los títulos: marqués,
ensayad vuestra tristeza,
porque me voy a aprender
palabras con vos airadas;
pienso que no las sabré.
Vase.
ENRIQUE Ni la verdad las enseñe.
Corazón, no hay que temer;
ánimo, que no es de veras;
sed leal en esto, sed,
fingiendo agora tristeza,
agradecido a mi rey.
Sale César y Ludovico.
ENRIQUE ¡Ah fortuna! Bien te pintan
con el rostro de mujer
con un pie sobre una rueda,
y en el viento el otro pie.
Vistes alas, calzas plumas
todo es volar y correr;
tu palacio está en el aire,
y el supremo chapitel
cercan planetas que son
arcos errantes; tu ser
la misma mudanza ha sido;
lo que estable y firme fue,
no es tuyo, y son los trofeos
de tu casa de placer,
no testas de incultas fieras,
no garras de aves que ven
el imperio de los vientos,
sino cabezas, que ayer
eran envidias del mundo
y hoy dan lástima también.
¡Felice sólo aquel
que oye, con proporción, la voz del rey,
ni cerca que le abrase, como suele,
ni lejos que le olvide, o que le yele!
CÉSAR Señor, ¿qué tristeza es esta?
¿Qué causa hay porque esté
quejándose vuexcelencia?
ENRIQUE Vi un relámpago, que fue
señal de rayos y truenos;
he sentido estremecer
las columnas de mi dicha;
hizo señal de romper
sus yelos el mar del Norte;
divisan desde el bauprés
velas contrarias mis hados;
muévese el viento, y en él
tormentas me pronostican.
Enojado al rey hallé,
amigos son de mi muerte,
desdichas de mi poder.
¡Felice sólo aquel
que oye, con proporción, la voz del rey:
ni cerca que le abrase, como suele,
ni lejos que le olvide, o que le yele!
Salen el príncipe de Taranto y el de Salerno.
TARANTO ¿Oíste, príncipe?
SALERNO Sí.
TARANTO ¿Has entendido?
SALERNO Muy bien.
ENRIQUE ¡Ay de mí, que siento pasos
de mi desdicha! El rey es.
Sale el rey.
REY ¡Oh, príncipes!, yo os agradezco
que a palacio vengáis hoy,
cuando justiciero soy,
cuando al mismo sol parezco:
sombras y luces ofrezco
para amigos y enemigos;
justicia soy, sed testigos
que en mi peso recto alcanza
mercedes una balanza,
y otra balanza castigos.
Si el gran Trajano mostró
su rectitud en el hijo,
yo por su ejemplo me rijo,
y en el que más me agradó,
mi rigor ostento yo,
y mi justicia distinta
borre su imagen sucinta.
Enrique ha sido la basa
de mi amor; servir no supo,
y así en mi gracia no cupo:
salga della y de mi casa;
que haciendo justicia, pasa
un rey de mortal a eterno.
Sed, príncipe de Salerno,
canciller de aquí adelante,
y vos, príncipe, almirante.
TARANTO Quite el nombre tu gobierno
al de Trajano y de Numa,
pues que los dejas atrás.
SALERNO Con esto materia das
a la lengua y a la pluma.
REY El que es ingrato, a la espuma
de las aguas se compara:
vos sois marqués de Pescara
César es marqués del Basto.
LUDOVICO Dé el cielo, pues yo no basto,
gracias a merced tan clara.
REY Lengua a su rey atrevida,
verificado nos deja
el cuento de la corneja,
de ajenas plumas vestida.
Cada cual la suya pida;
que ajenas plumas parecen
las que a dueño desvanecen:
ni te alabes, ni presumas;
vuelve, corneja, las plumas
a aquellos que las merecen.
ENRIQUE Tus pies beso, porque has sido
con los cuatro liberal:
solamente llevo mal
que des nombre de atrevido
a quien con tu luz ha sido
un átomo o girasol.
¿Ingrato fue un español,
cuándo un átomo que mueve
el sol hermoso se atreve
contra los rayos del sol?
¿Cuándo arroyo, que al mar frío
corre con tantos temores
que tropieza entre las flores,
se atreve al poder de un río?
¿Cuándo ruiseñor sombrío,
que ama y canta sin sosiego,
se atrevió obstinado y ciego
contra el águila suprema,
que las alas pardas quema
en las regiones del fuego?
¿Yo te he ofendido jamás?
Dime, gran señor, en qué.
REY En secreto lo diré.
Llégate, llégate más.
ENRIQUE (Pienso que enojado estás
de veras: ¿esto es fingir?).
REY Marqués, ¿qué puedo decir
sino que quiero aprender
semblante de una mujer
para acertar a mentir?
No temáis, Enrique, vos;
que si Dios el rey se llama,
claro está que el rey os ama
y amigos somos los dos,
porque a sus amigos Dios
da trabajos y cuidados,
mas son trabajos dorados;
sois mi amigo, a Dios imito,
y si los bienes os quito,
yo os los volveré doblados).
ENRIQUE (Los tesoros más supremos
son tu gracia y tu favor).
REY (Mi reino es vuestro).
ENRIQUE (Señor,
no merezco esos extremos).
REY (Enrique, disimulemos).
ENRIQUE ¿De disculpas no te agradas?
REY Ni rüegues ni persuadas.
Vuelve a ser lo que antes eras
y a tus materias primeras
vuelve las cosas pasadas.
Cuatro títulos di yo,
que el honor de Enrique fueron,
los tres las gracias me dieron
y sólo César calló.
CÉSAR Al oír que te ofendió
el hombre a quien quise tanto,
admireme, y con espanto
se pasmó mi corazón,
y sólo la turbación
pudo detener el llanto.
Dos dudas luchan en mí:
hallo, viendo su lealtad,
que su culpa no es verdad;
vuelvo los ojos a ti,
hállote recto, y ansí
fuerza es que culpado sea;
pero como a Enrique vea,
luego de su parte soy;
y en tales dudas estoy,
que no sé lo que me crea.
REY Título del Basto os den.
CÉSAR Yo no lo acepto, señor,
porque si Enrique es traidor,
quiero yo pagar también
haberle querido bien;
y si acaso no es culpado,
y tú estás mal informado,
tampoco lo he de aceptar,
porque le quiero imitar
en ser bueno y desdichado.
REY (No os quité vuestra riqueza,
si os he dejado a este amigo).
ENRIQUE (Una sombra soy que sigo
los rayos de tu grandeza).
CÉSAR Aquí la fortuna empieza
sus tragedias.
REY (No hay rigor
que disimule un amor).
TARANTO Cayó un soberbio.
SALERNO Era ley.
ENRIQUE (Fiero enojo es el de un rey.
Aun fingido da temor).

JORNADA SEGUNDA

Salen Enrique, Chirimía y Julio.

ENRIQUE A esta pobre casa, amigos,
se redujo mi grandeza:
temblando está mi cabeza
de mis fuertes enemigos,
no de mis culpas, y ansí
pienso que a ellos mismos hoy
da lástima lo que soy,
como envidia lo que fui.
El agua que inunda el orbe,
del piélago se desata,
y en golfos de nieve y plata
tantas máquinas se sorbe;
baña con curso ligero
montes y valles sombríos;
y al fin, al fin hecha ríos,
vuelve a su centro primero.
Los hombres son desta suerte:
de polvo y de nada nacen,
y así su pompa deshacen
en la desdicha y la muerte.
Los criados que tenía,
y mi casa han ilustrado,
como sombra me han dejado,
al caer la luz del día.
Por no poder sustentar
algunos, los despedí,
y otros me dejan a mí,
viendo que no han de medrar.
A los dos se ha reducido
mi familia y aparato.
JULIO Pues yo, señor, aunque ingrato
no soy al bien recebido;
como el hombre siempre aspira
a su bien y conveniencia,
te vengo a pedir licencia.
ENRIQUE Nada me espanta y admira,
después de mi adversa suerte;
tú eres, Julio, a quien
hice en mi vida más bien.
JULIO La pobreza es civil muerte,
el conde ocupa tu puesto;
pues sabes que te soy fiel,
suplícote que con él
me acomodes, porque en esto
sabes, mi señor, que acierto.
ENRIQUE Bien está: lo que deseas,
Julio, haré porque me veas
hacer bien después de muerto.
¿Y quién duda que también
licencia me pedirás
para decir que jamás
de mí recibiste bien?
CHIRIMÍA Razón, mi señor, tendrías;
si reparas en los nombres,
notarás que no son hombres
ingratos los Chirimías.
Yo nací de buena gente:
deciendo por línea reta
de un bajón y una corneta
y un soplador excelente.
Porque acompañar solía
a escribanos y alguaciles,
(neblíes de garras sutiles),
me llamaron Chirimía.
Pero aquesto, en conclusión,
me da grande pesadumbre:
polvo, ni caldo, ni lumbre,
soplé, por no ser soplón.
Y con pocos intereses
te sirvo, dilo tú mismo,
diez años ha, que en guarismo
montan ciento veinte meses;
pero en cuentas castellanas,
tomando papel y pluma,
lo que te he servido suma,
quinientas y diez semanas;
y si la cuenta confías
de un zángano entremetido,
te dirá que te he servido
tres mil y seiscientos días.
Y si todo aquesto ignoras,
te sacará desta duda
la aritmética menuda:
son ochenta y seis mil horas.
Servirte siempre imagino
como lo he hecho hasta aquí:
soy español, y comí
tu pan, y bebí tu vino.
Yo también servirte quiero,
vive gordo, o muere flaco,
y no como este bellaco
ingratonazo y grosero.
Asado estés en dos hornos,
no tengas honra ni fama:
hombre que Julio se llama,
¿qué ha de hacer sino bochornos?
Sale un criado.
CRIADO Señor don Enrique, aparte
oiga una palabra.
ENRIQUE Di.
CRIADO Señor don Enrique, aquí
vendrán esta noche a hablarte
dos príncipes, y el secreto
es de importancia.
ENRIQUE Esperando
estaré con gusto.
CRIADO Cuando
esté con silencio perfeto
la noche, con vigilancia
han de venir recatados.
Haz recoger los criados.
Vase.
ENRIQUE En buen hora: de importancia
es la cautela.
(Ya empieza
a obrar mi falsa caída.
¡Cielos, amparad la vida,
el Estado y la grandeza
de Alfonso, mi buen señor!).
CHIRIMÍA Ludovico viene.
ENRIQUE Venga, [Sale Ludovico]
porque su amistad detenga
a mi desdicha el rigor.
¿Quién en mis males mostrara
pecho magnánimo y rico,
sino el conde Ludovico,
nuevo marqués de Pescara?
¿Quién pudiera ser primero
en levantar un caído,
sino aquel que sólo ha sido
el amigo verdadero?
Para que llorar no pueda,
me honra el cielo deste modo;
porque no me falte todo,
pues tal amigo me queda.
No dije bien; y antes digo,
y es decillo justa ley,
que nada me quita el rey,
pues me deja tal amigo.
¿Quién duda, señor marqués,
que te haya dado tristeza
la desdicha y la pobreza
que en aquesta casa ves?
Pero la fortuna esquiva
no me tiene de vencer:
deme más que padecer,
como Ludovico viva.
LUDOVICO Don Enrique, todo pasa:
un día sigue a otro día,
y muy en vano porfía
la fortuna. Que esta casa
reconozca, me ha mandado
el rey, y en efeto quiero
ser en servirle el primero.
Ved este papel cerrado,
que es del rey.
ENRIQUE Entrad, señor.
LUDOVICO Yo la he de reconocer.
CHIRIMÍA (¿Que esto un amigo ha de hacer?).
JULIO (Verse un hombre en tanto honor
hace mudar condición).
CHIRIMÍA (En criados mal nacidos).
ENRIQUE Alma, fe, vida y sentidos
de mi rey y vuestros son.
Entrad a reconocer
casa que baña mi llanto.
LUDOVICO Ved el papel entre tanto,
porque habéis de responder.
Vase.
ENRIQUE ¿Sello del rey? Yo confieso
que alegre el alma dispongo.
Sobre mi cabeza os pongo,
con el alma y boca os beso. [Lee].
«No soy rey si me faltáis,
mi Enrique: sin vos, ¿qué valgo?
Si de nuevo sabéis algo,
me avisad, y cómo estáis.
Si tenéis amigo fiel,
voy investigando ya,
porque nunca lo será
el que lleva este papel.
César solicita, amigo,
que a mi palacio tornéis.
¡Feliz vos, que conocéis
el amigo y enemigo!».
Trae recado con que escriba.
(¡Ah gran rey! ¡Cuánto te debo!
Nuevo Numa, César nuevo,
siglos tu grandeza viva).
Dice dentro Chirimía.
CHIRIMÍA Señor conde, ¿es alguacil?
¿Qué busca por los rincones?
Ojos tiene porquerones
y alma corcheta sutil;
cese su curiosidad.
Pues, ¿qué mira? No tenemos
sino dos grandes extremos
de pena y necesidad.
Todo el rey nos lo ha quitado
por bellacos y malsines,
¿Qué busca? Amigos rüines
nos trujeron a este estado.
Sale Ludovico y Chirimía.
LUDOVICO Tu humor bufonesco y frío
no debe extenderse a tanto;
que se ofende el sacrosanto
mandato real.
CHIRIMÍA Conde mío,
grave y enojado estás.
LUDOVICO Ministros que son severos,
de los hombres chocarreros
no deben gustar jamás.
ENRIQUE Pídeme el rey dos papeles,
y así donde están le aviso.
Ya que la fortuna quiso
darme estrellas tan crueles,
que influyen adversidades,
suplico, señor marqués,
a vuexcelencia, pues es
tan amigo de verdades,
que ampare ansí mi virtud
tan perseguida.
LUDOVICO Sí haré,
y al rey también hablaré.
CHIRIMÍA Ansí sea tu salud.
ENRIQUE Julio servirle desea:
suplícole le reciba
en su servicio, ansí viva
largos años.
LUDOVICO Julio sea
mi criado.
JULIO A tal merced
dé el alma correspondencia.
ENRIQUE Los pies beso a vuexcelencia.
LUDOVICO Dios guarde a vuesa merced.
Vase.
CHIRIMÍA ¡Vuesa merced! ¿Vuesa... qué?
Baje un rayo que la queme.
¡Vuesa mercé a don Enrique,
habiendo sido
vuexcelencia ayer, y hoy
vuesa merced!
ENRIQUE El marqués
sabe muy bien ser cortés.
Enrique de Ávalos soy
solamente, y no me toca
agora otra cortesía;
ten paciencia, Chirimía.
CHIRIMÍA Coso a dos cabos mi boca.
ENRIQUE (Al rey he avisado ya
la junta que han aplazado [Sale César]
esta noche: bien sellado
va el papel, no le abrirá).
César generoso y rico,
¿venís con otro papel
tan riguroso y cruel
como el conde Ludovico?
¿Venís a llevarme preso
a más estrecho cuidado,
ya que por cárcel me han dado
la ciudad?
CÉSAR No vengo a eso,
pues cuando su majestad
tan rigurosos decretos
ejecutar me mandara,
con lágrimas y con ruegos,
del rey al rey apelara,
o me quitara primero
deste corazón la vida,
la cabeza deste cuello.
No soy ministro del rey;
a sólo avisaros vengo,
con su licencia, que agora
más os amo y más os quiero.
Cuando en el verano alegre
está rico, está soberbio
el árbol en cuya pompa
el sol recibe desprecios;
cuando sus flores compiten
con las estrellas del cielo,
en su verde majestad,
blasón hermoso del tiempo;
cuando en su gallardo fruto
roba el color lisonjero
al topacio y el rubí,
rojo y pulido bosquejo:
¿qué mucho que el pajarillo,
sus pimpollos tiernos,
contra pájaros rapantes,
tome su amparo y sustento?
Mas cuando llega el octubre,
y con los soplos del cierzo
derriba la verde pompa
que abril y mayo le dieron,
y cuando las inclemencias
de las aguas y los vientos,
en arrugadas cortezas
le dejan desnudo y feo;
cuando las aves le niegan
por encogido y por seco,
sin ver que otra primavera
galas le dará a su tiempo,
entonces sí que se muestra
aquel amor verdadero,
aquel instinto piadoso
y bruto conocimiento
de la viuda tortolilla,
que entre los ramos, trofeos
en quien mostró su poder
la helada faz del invierno,
vive triste y muere alegre.
Así yo, cuando los cielos
con sus astros favorables
prosperidad te infundieron,
no hice mucho en ser tu amigo
si los príncipes del reino,
como al sol los girasoles,
a tu voluntad atentos,
del aliento de tu boca
pendían, y mi provecho
entre las honras hallaba
de tu amistad, o a lo menos
parecer ambición pudo
lo que era amor; pero luego
que la fortuna y los hados
se te mostraron adversos,
y en la noche de tu dicha
cual vanas sombras huyeron
los que a la luz te servían,
tórtola soy que te muestro,
buscando tus yertos ramos,
mi dolor y sentimiento.
Por ti mismo te he querido;
para el amor de mi pecho,
lo que fuiste eres agora;
y aun eres más, pues teniendo
magnánimo corazón,
mereces renombre eterno
de varón constante y fuerte:
un Hércules y un Teseo,
otro Pílades y Orestes,
otro prodigioso ejemplo,
en los anales del mundo,
de tierna amistad seremos.
Bien sé que al rey no ofendiste;
en mi mismo pensamiento
reconozco tu lealtad;
que vivifica dos cuerpos
una alma sola, y ansí
siendo tú otro yo, bien puedo
decir que traición no hiciste,
pues que yo traición no he hecho.
Envidia te ha derribado,
que es rayo, aborto del trueno,
que en lo poderoso y alto
funda su poder violento.
Hoy el rey (como hombre, al fin,
sujeto a humanos efetos)
pasó su amor a otros polos,
como el sol a otro hemisferio.
Yo, Enrique, pobre no estoy,
si hacienda heredada tengo,
dueño eres della, pues eres
alma de su mismo dueño.
Si acaso estás temeroso
del enojado y severo
semblante del rey, a España
pasarnos los dos podemos.
Corramos una fortuna,
suframos los dos el peso
de la herida que te oprime,
girando en fatales vuelcos.
Joyas tengo y dos caballos
que español cristal bebieron
en las márgenes del Betis,
uno blanco y otro negro,
que a los del alba parecen;
huyamos los dos en ellos
a otro clima, a otra región,
a otros mares, a otros cielos,
y a otro rey que reconozca
tus grandes merecimientos;
a otro rey que niegue oídos
a engañosos lisonjeros.
ENRIQUE ¡Dichosa mi adversidad,
pues es la piedra que pruebo
los quilates de tu amor!
Con el alma te agradezco
la generosa intención;
pero no me oprime el miedo,
la conciencia está segura,
y espero en Dios que algún tiempo...
(Pero, secreto, detente:
no te atrevas al silencio).
CHIRIMÍA Aquí ha llegado, señor,
a la puerta un escudero
de la condesa.
ENRIQUE ¿De cuál?
CHIRIMÍA Eso es lo que yo no entiendo.
«La condesa, mi señora,
(dijo) que tiene deseo
de ver al señor Enrique»,
y volvió la espalda luego.
ENRIQUE De Elena debe de ser,
que el enojo de los celos
serenó con mis desdichas.
Porcia, como pobre, entiendo
que mi Estado pretendía,
y ya habrá dado a los vientos
su esperanza y su cuidado.
CÉSAR Si ha sido amor verdadero
el de Elena, con su Estado
vivirás rico y contento.
ENRIQUE Del amor y la amistad
un examen voy haciendo:
Amor, descúbrete agora,
haz tu valor manifiesto
pues la amistad sacrosanta
su verdad ha descubierto.
Vanse. Salen Elena e Isabel.
ISABEL ¿Es posible, bella Elena,
que ya no te comunique
en las desdichas de Enrique
el amor alguna pena?
¡Pobre Enrique! ¿Alegre estás?
Enrique sin su privanza,
Enrique en tanta mudanza,
¡y tú no lo sientes más!
ELENA Isabel, una verdad
quiero que sepas agora:
ni se rinde ni enamora
mi soberbia voluntad.
Nunca supe qué es amor:
y aquel fingido cuidado
era una razón de estado
y disinio superior.
Hablando afecto, no amaba;
mi aumento así pretendía,
porque ser mujer quería
del que este reino mandaba,
Cayó, y así te prometo
que mi intención hizo pausa,
porque cesando la causa,
ha de cesar el afecto.
ISABEL Si aspiras a ser mujer
del privado Ludovico
es ya generoso y rico,
y tu dote viene a ser
lo mejor del reino: intenta
rendirle la voluntad.
Con Estado y majestad,
el mismo rey hará cuenta
de ti, según lo que veo.
Lo que te he dicho procura:
con riqueza y hermosura,
serás el sol y el trofeo
de Nápoles.
ELENA Dices bien:
mi gallarda presunción
aconseja al corazón
que lo sienta ansí también.
Pero Ludovico tiene
amistad a Enrique fiel,
y intercediendo por él,
pienso que a mi casa viene;
porque me envió un recado
diciéndome que tenía
que hablar conmigo este día
un negocio, y he pensado
que lo pretende casar
conmigo, sin duda alguna
pensando que su fortuna
ansí se ha de mejorar.
Pero son grandes engaños,
si esto Enrique imaginó.
¿Mujer de hombre pobre yo,
Isabela? ¡Malos años!
ISABEL La condesa Porcia viene.
ELENA Como le doy alimentos
y está pobre, por momentos
me está pidiendo.
ISABEL Ella tiene
conforme a su calidad
la riqueza y la hermosura;
prima es tuya, honrar procura
tu sangre con tu lealtad.
Sale Porcia, con manto.
PORCIA Yo he de volver de priesa:
la silla espere.
ELENA En buen hora
vengas, Porcia,
PORCIA Mi señora,
mi bien, amiga, condesa,
no vengo, como solía,
a recebir tus favores;
que son las penas mayores,
que están en el alma mía.
Amor mandó que viniera
a pedirte, como suelo,
a pesar de mi desvelo,
y basta que Amor lo quiera.
ELENA Desdichas, pena y dolor,
lágrimas, desasosiego,
humos son de oculto fuego:
mátenme si no es amor.
PORCIA ¡Ay prima! Tú has acertado.
Amor es, de amores lloro;
sino que está el que yo adoro
muy pobre y necesitado.
Perdóname mis ternezas,
porque son finas verdades.
ELENA Dirás, prima, necedades,
afectos no, ni finezas.
¿Porcia ha de amar obligando?
Sangre de un rey procedida,
¿ha de comprar ser querida?
Dime, Porcia, dime: ¿cuándo
has visto ilustre mujer
con ese cuidado vil?
¿De qué romana gentil
se oyó tal? ¿Tú has de querer
hombre pobre, siendo tales
sus partes, que amor te sobre?
Pobre tú, y tu amante pobre,
¿no es juntar dos hospitales?
Amor que forzosamente
por fin tiene el casamiento,
no debe ser tan violento,
tan necio y tan imprudente.
Tu hermosura y calidad,
fuerza es que causen cuidados
a príncipes con Estados,
con riqueza y majestad.
Rica soy, Estados tengo:
rico también ha de ser
quien me quiera por mujer.
PORCIA Incapaz, Elena, vengo
de consejo: tú me das
dos mil ducados de renta;
pues tu mano me alimenta
dame una joya no más.
No quiero más alimentos,
no quiero más que me des,
como ostente amor, al que es
alma de mis pensamientos.
ELENA A tanta resolución
yo no tengo otra respuesta,
Porcia amiga, sino esta:
estas dos sortijas son
giros y esferas del día.
Esta joya es relevante,
y en ella brilla un diamante
que al mismo sol desafía.
Cuatro mil ducados valen:
por ellas te los darán;
luces son que enjugarán
penas que del alma salen.
Toma, prima.
PORCIA Yo he de ser
tu esclava, y en serlo gano.
ELENA ¿Qué tienes en esa mano?
PORCIA Diéronme una nueva ayer,
de pesadumbre; tenía
un cuchillo, que fue rayo:
siguió al pesar un desmayo,
caí, y corteme; y había
de escribir hoy un papel
acerca de mi cuidado,
y no podré. Trae recado.
y escribirás.
ISABEL Voy por él.
Vase.
ELENA Yo seré tu secretaria,
y aprenderé, por si amare
alguna vez.
PORCIA Quien hallare
esa quietud, necesaria
al vivir, no quiera bien. [Sale Isabel].
No inquiete, no, su memoria,
pues se pierde en esta historia
el alma y vida también.
ELENA Nota, prima, que en tu estilo
darás a mi entendimiento
o doctrina o escarmiento.
PORCIA ¡Felice ignorancia!
ELENA Dilo
de veras.
PORCIA Escribe, pues.
ELENA Ve diciendo.
PORCIA «Sabe el cielo,
mi señor...».
Sale Ludovico y Julio.
LUDOVICO Julio, recelo,
que cierta mi desdicha es,
si alcanzo lo que pretendo,
con Elena me está bien
desposarme.
JULIO A ella también.
LUDOVICO Recelo que está escribiendo.
ELENA Si es tu afición verdadera,
bien lo encareces ansí.
ISABEL (Señora, el conde está aquí).
ELENA (Y como si no estuviera).
ISABEL (Dile a boca o por papel
cómo le quieres a él).
ELENA (Sin duda me determino).
PORCIA (A solas sabrás mejor
qué te quiere. Doy lugar).
LUDOVICO Si he venido yo a estorbar,
volvereme.
PORCIA No, señor.
Toma el papel y vase.
LUDOVICO Señora, sin tu licencia,
hasta donde estás, me he entrado.
ELENA Venir puede confiado
a su casa vuexcelencia.
LUDOVICO Señora, mi amor os digo
sin retóricos rodeos;
que no pueden mis deseos
con un tan grande enemigo
reposar: en conclusión,
puesto que el alma os adora,
alcance el conde, señora,
lo que Enrique quiere.
ELENA Son
inútiles pensamientos,
si ya os digo que elegí
otro vos por dueño, y si
entendéis bien mis intentos
no os obligue el amistad
a hacer contra vos; y digo
que es bien que mire el amigo
primero su utilidad.
Atrévome a aconsejaros
por quereros bien; y en esto
no puede un amor honesto
más claramente mostraros
su intención.
LUDOVICO (¡La obligación
de la amistad me ha mostrado!).
ELENA Habiéndome declarado,
¡triste estáis! ¿Por qué razón?
LUDOVICO Porque decís, mi señora,
que vos con Enrique estáis
en esa opinión.
ELENA Dudáis
bien lo que mi pecho os adora;
lo que digo... y me holgaría
que ansí de vos lo supiese.
Sale Enrique y Chirimías.
LUDOVICO ¿Y no queréis que me pese?
ELENA No, si estimáis la fe mía.
ISABEL Enrique ha entrado.
ELENA (Esperando
la respuesta estaba).
Adiós.
Por no estar entre los dos
adorando y despreciando...
conde, ya os dije mi pena;
perdonad mi atrevimiento,
y haced este casamiento,
porque os sirva siempre Elena.
Enrique el conde os dará
respuesta a vuestra intención;
que pues me vio el corazón
lo que en él pasa os dirá.
Vase.
LUDOVICO Podré decir que no eres
desdichado en todo, pues
tuya la condesa es.
ENRIQUE ¡Oh blasón de las mujeres!
LUDOVICO Con gran fe, con gran prudencia
te está amando.
ENRIQUE ¿Quién podía
darme nuevas de alegría
que no fuese vuexcelencia?
LUDOVICO (Corrido voy y afrentado.
¡Que conserve Elena amor
a un hombre medio traidor,
y que a mí me ha despreciado!).
ENRIQUE Irle tengo acompañando
si gusta.
LUDOVICO ¿No he de gustar?
CHIRIMÍA (¡Que se deje acompañar
Ludovico! Voy rabiando,
sí, vive Dios).
JULIO ¿No me ves,
que he de ir delante?
CHIRIMÍA ¿Esto pasa?
JULIO ¿Cómo va de hambre en casa?
CHIRIMÍA Yo te lo diré después.
JULIO Tente.
CHIRIMÍA Julio, si hasta aquí
Chirimía me llamé,
Mayo me llamo.
JULIO ¿Por qué?
CHIRIMÍA Por ir delante de ti.
Vanse y sale Porcia y el escudero.
PORCIA ¡Ce, Chirimía! ¡Ah criado
de Enrique! Fuese: no oyó.
Tras el conde va, y entró
aquí: ¿si me habrá buscado?
Que es tanto lo que le quiero,
y le deseo servir,
que luego tiene de ir
a buscarle el escudero.
Toma, Celio, y vete presto
tras Enrique, y dale a él
estas joyas y papel.
CELIO (Mátenme, si amor no es esto).
Vanse y sale Enrique y Chirimía.
CHIRIMÍA A escuras nos deja Febo:
¿quieres luz?
ENRIQUE Sí, tráela apriesa.
CHIRIMÍA Luz te traeré portuguesa.
ENRIQUE ¿De qué suerte?
CHIRIMÍA Vendrá en sebo.
Ya la que labró la abeja,
blanca cera, entre miel pura,
en ti se ha vuelto gordura
de un chivato o una oveja.
Esta fortunilla vil
a sebo nos trae, de cera:
¡plega al cielo, que no quiera
bajar de sebo a candil!
Y aun, según es la fortuna,
aún deso podrá quitar,
porque nos vendrá a dejar
a los rayos de la luna.
ENRIQUE Naturaleza los da
para ausencia de los días.
CHIRIMÍA Son excelentes bujías
para lechuzas.
Sale Celio.
CELIO ¿Está
don Enrique en casa?
CHIRIMÍA Sí.
CELIO Entro, pues. Sus manos besa
mi señora la condesa,
y esto envía para ti.
CHIRIMÍA Caja y papel con respeto,
besándolo, te entregó,
y las espaldas volvió:
no vi viejo tan inquieto.
Él da, no pide, y se va
sin decirnos qué condesa,
entre tantas, le da priesa.
ENRIQUE El papel nos lo dirá.
CHIRIMÍA Voy por luz, humilde y baja,
antípoda de la miel;
no para ver el papel,
sino para abrir la caja.
ENRIQUE Finezas serán de Elena,
que hoy con discreto cuidado,
en su amor disimulado
embozó también la pena.
CHIRIMÍA Lo que da, mejor es viento:
tesoros de duende son.
¡No se nos vuelva carbón!
Abre la caja con tiento.
ENRIQUE Veré el papel.
CHIRIMÍA ¡Pesia tal!
Abre la caja. ¿Qué lees?
En tu vida brujulees
las nuevas del bien o mal.
Lee Enrique.
ENRIQUE «Sabe el cielo, mi señor,
las lágrimas y la pena
(letra es esta de mi Elena:
¡oh, qué finezas de amor!)
que me ha costado el rigor
con que la fortuna fiera
trata fe tan verdadera,
pues no tiene culpa, no,
hombre tal, que mereció
que yo le estime y le quiera.
Esas joyuelas te envío,
que son humildes trofeos
de mis gigantes deseos:
recíbelas, dueño mío;
que yo en el tiempo confío
que al discurrir y volar,
tu dicha ha de mejorar
por bien diferentes modos;
y cuando te falten todos,
yo no te puedo faltar».
CHIRIMÍA ¿Firmó?
ENRIQUE Cuando viene a ser
de una persona querida
la letra tan parecida
la firma no es menester.
¡Oh soberana mujer!
Tú serás de aquí adelante
laurel que la fama cante.
Poetas, los que decís
que es vario animal, mentís:
veis aquí mujer constante.
Si en estado lastimoso
hay mujer que no me niega,
callad vos, Elena griega,
pues soy Paris más dichoso.
CHIRIMÍA Abre ya, que no reposo
hasta ver la rica alhaja
que a Muza envió Daraja.
Abre la caja.
ENRIQUE Más estima un alma fiel
las razones del papel,
que las joyas de la caja.
CHIRIMÍA Por Dios, que brillan.
ENRIQUE Yo vi
en su pecho aquesta joya;
aunque en las piedras no está
la fineza y la riqueza.
CHIRIMÍA ¿Pues dónde está?
ENRIQUE En la fineza
de la mujer que las da.
Llaman.
CHIRIMÍA Cierra la caja, que creo
que vienen por ella.
ENRIQUE Vete
a dormir.
CHIRIMÍA ¿De qué clarete
me ves borracho?
ENRIQUE Deseo
quedar solo; que peleo
con mis tristezas a solas.
CHIRIMÍA Voime a arrojar a las olas
del sueño, que es mar profundo.
Vase.
ENRIQUE Aquí empieza a ver el mundo
las cautelas españolas.
Ya está abierto, entre quien es.
Entra el rey, de noche.
REY ¿Estáis solo?
ENRIQUE Solo estoy.
¿Quién es?
REY Vuestro amigo soy:
¿no me conocéis, marqués?
ENRIQUE Arrojareme a tus pies
lleno de gozo y espanto,
viendo que es de favor tanto
incapaz el alma mía,
de tan notable interés.
REY Alza, amigo.
ENRIQUE No te espante,
si no te obedezco y digo
que es decir, «Levanta, amigo»,
decir que no me levante;
porque ese nombre gigante
no me ajusta: hormiga fui.
REY Levanta, Enrique.
ENRIQUE Eso sí.
REY Eres vasallo leal.
ENRIQUE Ese nombre es celestial,
y es, gran señor, para mí.
REY Avisásteme que tienes
junta esta noche en tu casa,
y quiero ver lo que pasa
escondido en ella.
ENRIQUE Vienes
a asegurar en tus sienes
la corona merecida:
vienes a darme la vida.
REY Vengo a lo menos a verte;
que esa es la causa más fuerte,
Enrique, de mi venida.
¿Cómo estáis?
ENRIQUE Como sin mí,
sin ti, en esta ausencia corta;
mas si mi ausencia te importa
y te dejo a ti por ti,
bueno estoy; estando ansí.
REY Yo, Enrique, como he tenido
sin ti el amor escondido
entre aparentes enojos,
vengo a exhalar por los ojos
el contento reprimido.
¿Examinaste la fe
de alguna dama?
ENRIQUE Supuesto
que es amor casto y honesto,
sin vergüenza lo diré.
Sí, mi señor.
REY ¿Y quién fue?
ENRIQUE La condesa Elena.
REY Enrique,
cuando el reino pacifique,
con ella te casarás.
ENRIQUE Siglos del fénix y más
el cielo te comunique.
Esconde aquí tu valor,
que a la puerta sentí gente.
REY La primera vez que siente
este pecho algún temor,
es esta.
ENRIQUE ¿Por qué, señor?
REY Porque recelo perder
este reino, y no poder
hacerte bien.
ENRIQUE Si perdida
no fuere antes deso mi vida,
no te queda qué temer.
Escóndese el rey, y salen los príncipes y Ludovico, embozados.
TARANTO ¿Podemos entrar? ¿Están
recogidos los criados?
ENRIQUE Sí, señor, embozados
seguramente podrán
entrar.
SALERNO Nos maravillas
viéndote alegre y constante.
Desembózanse.
ENRIQUE ¡Oh canciller! ¡Oh almirante!
Vuexcelencias tomen sillas.
Yo príncipes he esperado,
mas no tan grandes. ¿Quién es
el embozado?
TARANTO Después
hablará, que es un criado.
¿Posible es que a tal fortuna
Enrique Ávalos venga,
y que rostro alegre tenga
hombre que pisó la luna?
Estos desprecios padece
y alegre sufre esta injuria.
¿Cómo no crece la furia,
al mismo paso que crece
la adversidad desta casa
y esta luz? Agravios son
de un magnánimo varón:
de la injusticia que pasa,
son testigos.
SALERNO Don Enrique,
a consolarte y a verte
venimos, para ofrecerte,
sin que el día lo publique,
nuestras haciendas y vidas:
y consentir no queremos
que lleguen a estos extremos
fortunas no merecidas.
ENRIQUE Príncipes, alegre estoy,
aunque otra dicha no espero,
las veces que considero
que en nada culpado soy.
TARANTO Esa es mayor injusticia,
ese es el mayor agravio:
el castigo sufra el sabio,
mas no sufra la malicia.
Don Enrique, hablemos claro:
¿Queréis dar a vuestro honor,
con un estado mejor,
honra, nobleza y reparo?
Y pues que sois tan discreto,
y venido a tal miseria,
para hablar desta materia,
no hay que encargaros secreto.
ENRIQUE La Naturaleza es tal,
que a los brutos enseñó
a querer su bien, y yo
alma tengo racional,
y he de apetecer lo mismo.
Salir con ansias deseo
del estado en que me veo;
mas hay en medio un abismo
de grandes dificultades.
TARANTO Ese es prohibido temor,
pues no aventuras tu honor,
si a aquesto te persüades
con un impulso eficaz.
Pues los hombres desta tierra
hijos somos de la guerra,
¿para qué queremos paz?
Nuestro ánimo el mundo vea;
de estado nos mejoramos,
si los tres el reino damos
a Carlos, que lo desea.
Deste gallardo francés
firmas en blanco tenemos,
y en su nombre os ofrecemos,
porque tu ayuda nos des,
un Estado poderoso
en este reino.
ENRIQUE Yo aceto
esa merced, y prometo
de concurrir animoso
a esa acción, y certifico
que imposibles venceré.
LUDOVICO Agora sí que podré
descubrirme.
ENRIQUE ¡Oh Ludovico!
LUDOVICO No esperé menos jamás
de tu corazón fiel.
REY (Ni yo esperé menos dél.
Prosigue: descubre más).
ENRIQUE ¿Qué es lo primero que está
trazado?
SALERNO Juntar conviene
nuestra gente, y la que tiene
nuestro primo, y él vendrá
en dando el francés aviso.
ENRIQUE ¿Y qué capitán valiente
ha de gobernar la gente?
LUDOVICO ¿Quién sino tú, pues que quiso
la militar disciplina
aprender reglas de ti?
ENRIQUE Aceto el cargo.
REY (Y ansí
no temeré la rüina
de mi reino).
TARANTO ¿Por qué parte
se ha de empezar esta guerra?
SALERNO Por Calabria, que es la tierra
más dispuesta al son de Marte.
ENRIQUE Pues dadme una firma desas
del francés, dos veces franco,
porque pueda yo en su blanco
asegurar sus promesas.
TARANTO Bien has advertido; alabo
la sagaz prudencia tuya.
Toma un papel en que va
firma de Carlos Octavo.
ENRIQUE Famoso rey, en quien puedo
decir que oyéndome estás,
pues con una firma das
mercedes, honor y miedo:
mi rey eres, y protesto
que, aunque aventure mi honor
y me tengan por traidor,
te obedezco y sirvo en esto.
Óyeme, rey liberal,
si aquí alcanza tu poder:
yo te prometo de ser
eternamente leal.
Este cargo que he aceptado,
en servicio tuyo fue,
porque a mi lealtad y fe
ningún vasallo ha igualado.
Recibe, rey, mi deseo,
pues puedo decir que aquí
estás, y me escuchas.
REY (Sí:
ya lo he entendido y lo creo).
LUDOVICO Ya que a la ayuda del rey
prometes poner efeto,
desta verdad el secreto
debes jurar.
ENRIQUE Esa es ley
de todos los conjurados:
yo la estimo y reverencio.
Al secreto y al silencio
estemos juramentados:
y ansí, por la ley sagrada
que adora y sigue el cristiano,
por el cielo soberano,
y por la cruz desta espada,
juro, y digo que este intento
de mi boca no sabrán,
sino sólo los que están
oyendo mi juramento.
Juro por Dios trino y uno,
so pena de que esta espada
en mi sangre esté manchada,
de no tratar con ninguno,
(fuera de aquellos que estamos
presentes), nuestra intención
y aquesta conjuración.
LUDOVICO Todos ansí lo juramos.
TARANTO Quédese para otro día
la sesión en este estado;
que pienso que ya ha llorado
sus perlas el alba fría,
y importa que no nos vean,
para que no se publique.
SALERNO Bien dices; adiós, don Enrique.
ENRIQUE Como mis ojos desean,
suceda todo. [Vanse.]
¿Quién vio
tal conflicto, tal contraste?
REY ¿Por qué no les preguntaste
que, habiéndoles hecho yo
tantas mercedes, por qué
ánimo traen malicioso?
ENRIQUE Por no hacerme sospechoso,
que ya lo consideré;
y pues mi lengua atrevida,
al parecer y opinión
destos tres hizo traición,
quítame, señor, la vida.
REY ¿Qué dices? Enrique, calla,
porque el rey más singular
la vida puede quitar,
pero no puede alargalla.
Sólo a Dios se reservó;
y yo quisiera tener
trocado aqueste poder
en ti solo, porque yo
el poder de Dios quisiera
para darte vida tal,
que pareciera inmortal,
ya que infinita no fuera.
ENRIQUE A ese amor no correspondo,
si no te beso los pies.
REY Gente he sentido, marqués.
Otra vez aquí me escondo.
Sale César.
CÉSAR No vengo, como solía,
en tu amistad confiado;
porque soy tan desdichado,
que ese bien que yo tenía
ya me ha faltado, y así,
pues tanta desdicha tengo,
a que me des muerte vengo,
para vengarme de ti.
Tu amigo fui, y, vive Dios,
que con tirana impiedad
se ha de borrar la amistad
con la sangre de los dos.
ENRIQUE ¡César! ¿Qué tienes?
CÉSAR Un dolor
a los infiernos igual:
de día te hallé leal;
de noche te hallé traidor.
¿Qué he de tener, si esto pasa,
para más desdicha mía?
Estas joyas te traía,
cuando salir de tu casa
hombres rebozados vi;
diome cuidado el suceso,
temí tu daño, y por eso
a los dos reconocí.
El de Taranto y Salerno
eran estos, y yo sé
que esta visita no fue
de piedad y de amor tierno.
¡A estas horas, y estos dos,
de quien con causa sospecho
que traen veneno en el pecho
contra mi rey! Vive Dios,
que no es visita de amigo,
indicios y amagos son
de alguna conjuración,
que se ha tratado contigo.
Y siendo de aquesta suerte,
muera el uno, si reñimos,
porque no digan que fuimos
amigos hasta la muerte.
Que no es razón que vivamos,
tú, porque traidor has sido,
ni yo, porque te he tenido
por leal. Solos estamos,
mete mano, haz lo que digo;
que dirán contra mi honor
que Enrique ha sido traidor,
y que César fue su amigo.
Si acaso me dieres muerte,
con esas joyas podrás
escaparte, y me darás
vida ansí, para no verte
cometer traición alguna;
y si te matare yo,
tu delito te mató,
que no tu adversa fortuna.
Acábese con la muerte
amistad tan engañada.
ENRIQUE Detén, amigo, la espada.
CÉSAR No soy tu amigo, y advierte
que Estados puede quitar
el rey, con razón y fuerza;
pero no es de aquesta injuria
de quien se debe vengar
el vasallo, porque el rey
es un dios, aunque pequeño:
de nuestras honras es dueño;
su gusto es su misma ley.
No te engañen ni aconsejen,
con máscara de venganza,
a hacer alguna mudanza
y en el peligro te dejen.
Mira qué has hecho, por Dios,
que es el que vida ha de darnos;
o que habemos de matarnos,
o has de jurar que estos dos
en tu casa no han de entrar
otra vez.
ENRIQUE Yo, César, juro
que tu honor está seguro
y que te puedes fiar
de mi amistad.
CÉSAR Ni te creo
ni te abono.
REY Yo lo fío.
CÉSAR ¡Válgame Dios! Señor mío,
¿cómo en esta casa os veo?
REY Porque quiero que los tres
hagamos eternos lazos
de amistad. Dadme esos brazos.
CÉSAR Dame tú, señor, los pies.
REY Mi parte quiero tener
entre dos amigos tales.
CÉSAR Diles vasallos leales.
REY César, silencio.
CÉSAR He de ser
un Argos que calla y vela.
Ya alenté y cobré la vida.
¡Vive Dios, que es la caída
cautela contra cautela!

JORNADA TERCERA

Salen César y Enrique.

CÉSAR Amigo, ¿no me dirás
cómo el rey, si está enojado,
en tu misma casa ha entrado?
ENRIQUE César, después lo sabrás;
el que ser amigo quiere,
para acertar bien a sello,
no ha de saber más de aquello
que su amigo le dijere.
CÉSAR Ya no lo quiero saber,
y bástame averiguar
que en gracia debes de estar
del rey. Pero ¿qué mujer
hallaste firme?
ENRIQUE En Elena
he descubierto más fe;
y aunque a Porcia me incliné,
libre estoy de aquella pena,
porque soy agradecido.
CÉSAR Desa manera, ¿bien puedo
decir, Enrique, sin miedo,
que amante de Porcia he sido?
ENRIQUE ¿Eso me has callado ansí?
Especie fue de traición,
que una amorosa pasión
me hayas ocultado a mí.
Sírvela, César, agora
que ella y Elena son damas
de la reina: un ángel amas.
¡Dichoso aquel que la adora!
Y ¡ojalá yo la quisiera
con el extremo mayor
que vio en sus penas amor,
porque en dejártela hiciera
algo por ti! Que dejando
amarte mujer tan bella,
te diera el alma con ella,
y así te estuviera amando
de dos maneras quien te ama
y te da con voluntad
dos almas en la amistad,
y dos vidas en la dama.
CÉSAR Aceto esa cortesía:
de Porcia me he de llamar.
ENRIQUE No puedo en público entrar
en palacio, y dar querría
a Elena aqueste papel...
Mas César se lo dará,
que es otro yo: abierto va;
que a portador tan fïel
se debe esta confianza.
¿Cuál es? Este: toma, amigo.
CÉSAR En mi pecho irá conmigo,
por ser tú su semejanza,
tan recatado el papel,
que mis mismos ojos sean
los primeros que no vean
lo que llevo escrito en él.
ENRIQUE De tu mente es un consejo,
pues lo ha sido de la mía.
El rey a llamarme envía,
y he de entrar con gran secreto.
Vase.
CÉSAR Lengua, finezas os deban

de las que siempre habéis hecho:
ni a mis ojos ni a mi pecho
preguntéis qué es lo que llevan.
Salen los príncipes.
SALERNO Príncipe, de aquí adelante
con más cuidado y frecuencia
se debe hacer asistencia
aquí en Palacio.
TARANTO El diamante
se rinde al diestro buril,
peligros abrevia el arte,
un risco se ablanda y parte
a las lluvias del abril;
pero escucha, que el rey sale.
REY ¡Oh mis parientes y amigos!
TARANTO Vasallos dirás, testigos
del precio inmenso que vale
tu favor.
REY (Disimulemos,
sentimiento natural:
vidrïeras de cristal,
son los ojos, en que vemos
la más oculta pasión:
reprimamos los enojos,
y disimulen los ojos
lo que siente el corazón).
¿Cómo estáis? Porque os deseo
salud y prosperidad.
TARANTO Es que ve tu majestad
mis acciones.
REY Sí las veo.
SALERNO Y es que mi amor ha sabido
tu majestad.
REY Sí lo sé.
TARANTO Nadie nos iguala en fe
ni amor.
REY Ansí lo entiendo.
Sale Ludovico.
LUDOVICO Dame a besar esa mano,
que un siglo ha que no te veo,
y tanto verte deseo
como a mi rey soberano.
REY (¡Oh ambiciosa diligencia,
nube opuesta a la justicia!
¡Que te enseñe la malicia
tan lisonjera elocuencia!).
LUDOVICO Siempre los tres procuramos
la gloria de tus renombres.
REY (¡Que haya en el mundo estos hombres!).
LUDOVICO Lo que los tres deseamos
te suceda.
REY (No permita
mi fortuna tal suceso).
Y vosotros, antes deso,
tengáis lo que os solicita
mi cuidado.
LUDOVICO ¿Qué nación
tuvo rey tan excelente?
REY (¡Oh lisonjero valiente!
¡Oh villana adulación!).
Y vos, ¿qué estáis escuchando?
Yo no permito testigos,
cuando estoy con mis amigos
discurriendo y conversando:
salid fuera.
CÉSAR (¡Qué es aquesto!
¡La otra noche tanto amor,
y agora tanto rigor!
¡Desvanecida tan presto
ha quedado mi esperanza!
Que caiga lo levantado
no es mucho, pues ha trepado
a riesgos de la mudanza;
por el escalón primero
volver atrás de improviso,
o es desdicha o es aviso,
que no es bien subir; yo quiero
escarmentar animoso,
no poniéndome delante;
no entiendo al rey el semblante:
o es mudable o cauteloso.
Vase.
REY (César se fue sin saber
que es un enigma mi amor,
una esfinge mi temor,
y mi rostro una mujer.
Aborrezco lo que estimo,
y estimo lo que aborrezco:
al mismo engaño parezco).
Marqués de Pescara, primo,
ahí detrás desos canceles
de pintadas celosías,
donde suelo algunos días
sentarme yo a ver papeles,
breve suma y relación
de los negocios me haréis.
Sobre el bufete hallaréis
los papeles.
TARANTO No es razón,
cuando ocupado te veo,
que estemos aquí los dos.
REY Bien decís, y guárdeos Dios
con el premio que os deseo.
Vanse Taranto y Salerno, y dice dentro Ludovico.
LUDOVICO Para ver si algo mandares,
los papeles voy mirando.
REY Aquí me estoy paseando:
pregunta lo que dudares.
LUDOVICO Un memorial está aquí,
que el duque de Amalfi dio.
¿Quieres escucharle?
REY No.
LUDOVICO ¿Has visto el de Capua?
REY Sí. [Sale Enrique].
La puerta del camarín
siento abrir, Enrique ha sido,
que a mi llamada ha venido
por la puerta del jardín,
y el marqués desde el cancel
le ha de ver, y aun le ha visto:
mal pensará si resisto
de hablar agora con él.
Avisé que le esperaba,
y el secreto se revela:
aquí importa una cautela.
Esperando, Enrique, estaba,
y con más razón que enojos,
para decirte prevengo
los sentimientos que tengo
en el alma y en los ojos.
Cada día voy sabiendo
nuevas culpas contra ti;
pero yo me culpo a mí...
ENRIQUE Mira, señor, que no entiendo...
REY Calla, bárbaro: no doy
a tus disculpas oídos.
Necio, ¿qué no has entendido
la cólera con que estoy?
¿Cómo quieres responder
si apenas el alma explico?
[Aparte]. ¡Qué atento está Ludovico!
Aun señas no puedo hacer.
ENRIQUE (Nadie nos ve: ¿estando a solas,
me trata el rey desta suerte?).
REY Español ingrato, advierte
que tus errores son olas
del mar, movidas del viento,
que unas mueren y otras nacen,
torres que los hombres hacen,
sobre fácil fundamento,
polvo será en breves días.
ENRIQUE Señor...
REY Calla.
ENRIQUE Dime…
REY Baste.
Muchas cosas ocultaste,
que decírmelas debías.
ENRIQUE Mira, señor, que esta injuria...
REY (Si responde, se declara).
Calla, bárbaro: en mi cara
¿no estás leyendo mi furia?
ENRIQUE (¡Vive Dios, que esto es de veras!).
¿Ingrato yo, yo infiel?
¡Qué desdichado es aquel
que subió trepando esferas,
para ver su perdición!
¡Oh mil veces soberano
el estado que es mediano,
sin soberbia ni ambición!
REY (Enrique no me ha entendido:
de verme solo se admira,
y Ludovico nos mira:
el secreto va perdido,
si acaso se desengaña).
En castigo de tu yerro,
de Nápoles te destierro.
Luego has de partirte a España.
ENRIQUE No quiero hablar disculpando
mi inocencia y mi verdad;
sólo de tu majestad
quiero despedirme hablando...
REY Ni aun eso quiero que digas;
despídete con los ojos,
que tu lengua me da enojos.
ENRIQUE A tal silencio me obligas,
que mudo seré desde hoy.
REY (Siento el verle padecer).
Ludovico, pasa a ver
cómo está la reina.
LUDOVICO Voy.
(Si Enrique va desterrado,
con más priesa y más secreto
que las flores de Sebeto,
sera el francés coronado).
ENRIQUE (¿Ludovico estaba aquí?
¡Ya voy respirando, cielos!
Volcanes y mongibelos
me oprimían).
REY ¿Fuese?
ENRIQUE Sí.
REY ¿Es posible que no viste
escondido este infïel
detrás de aqueste cancel?
Vive Dios, que me ofendiste
creyendo ansí mis enojos;
agraviaste mi lealtad,
pues no viste la verdad
disimulada en mis ojos.
ENRIQUE Deja que pueda alentar
la voz: que mi sentimiento
reprimió tanto mi aliento,
que no podré respirar,
si no llega al corazón
poco a poco el desengaño,
templando el susto y el daño
que causó la aprehensión.
REY Siempre que muestre contigo
tal enojo, considera
que soy tu rey por defuera,
y que dentro soy tu amigo.
Si dentro en mi pecho estás,
llave es mi amor con que abras:
no mires, no, mis palabras;
el alma has de ver no más.
Quise que no respondieras
porque no te declararas:
mejor era que callaras
y que culpado te hicieras.
ENRIQUE Culpa, aun fingida, no es buena.
REY Sí, cuando importa; yo sé
que entonces luce la fe.
ENRIQUE Bien ha menester la pena
que me diste ese favor
y dulce correspondencia,
y aun están en competencia
cuál de los dos es mayor.
Y la pena digo yo;
que el que lejos de ti está,
sin tu favor, vivirá,
pero en tu desgracia no.
REY Mientras que no estés preso
nunca mis enojos creas,
por más airado que veas
mi semblante.
ENRIQUE Tus pies beso.
Sale Ludovico.
LUDOVICO ¡Oigan, oigan lo que pasa!
Cautela fue su caída.
Vive Dios, que está mi vida
peligrosa en esta casa.
¡Ay esfinges! Él revela
toda la culpa que tengo;
mas no será, si prevengo
cautela contra cautela.
Vase.
ENRIQUE Voy a hacer lo que pretendes.
REY Consuela a César, y adiós.
ENRIQUE De ti pendemos los dos.
REY De ti mi reino depende.
ENRIQUE Tú nos honras.
REY Tú me amparas.
ENRIQUE Fortuna, ¿desta manera
das pasiones? No quisiera
que alguna vez te enojaras.
Vanse, y sale César y Elena.
CÉSAR ¿Cómo en palacio se ha hallado,
señora, vueseñoría?
ELENA Con más gusto cada día,
porque la reina me ha honrado.
CÉSAR Ya sabe que a la amistad
se debe la vara y templo,
porque es símbolo y ejemplo
de la fe y la lealtad.
Con sus alientos me atrevo
a darle aqueste papel:
débeme secretos él,
y yo respetos le debo
porque la ley de quien fui
sus letras ha venerado,
y con no venir cerrado,
trae candados para mí.
ELENA ¿De quién es?
CÉSAR Ese fue error.
¿De quién ha de ser, me di,
siendo papel para ti,
y siendo yo el portador?
ELENA De don Enrique será.
CÉSAR ¿Hay otro que esto merezca?
ELENA Será que le favorezca
con el rey.
CÉSAR Favor será
sólo de tu amor honesto.
ELENA ¡Qué engañada pretensión!
(En gran duda y contusión
aqueste papel me ha puesto,
«Carlos, rey de Francia», escribe,
y no otra cosa, y confirma
que hay traición en la firma,
o que engaños apercibe,
o que es error).
¿Has sabido
qué traes aquí?
CÉSAR No, señora,
no lo sé: ya os dije agora
que a la amistad es debido
este respeto.
ELENA Darás
a su dueño ese papel:
enigmas vienen en él;
di que se declare más,
y advierta que su lealtad
está ya tan sospechosa,
que a mí me tiene dudosa
la sospecha y la verdad.
Y que los vasallos buenos
solo en gracia se mantienen
de su rey, y que no tienen
firmas de reyes ajenos.
Vase.
CÉSAR ¡Vive Dios, que yo también
estoy dudoso y suspenso!
Dudando estoy y lo pienso
con lo que mis ojos ven.
Pienso que Enrique es leal;
la firma del francés veo:
y así ni a los ojos creo
ni al pensamiento. ¡Qué mal
viven hombres avisados
sin astucia recatada!
Aun en comedias me enfada
ver dos papeles trocados.
Sale Chirimía.
CHIRIMÍA Señor César, ¿ha venido
a palacio mi señor?
CÉSAR (Entre dudas y temor.
traigo perplejo el sentido).
CHIRIMÍA Señor César, por su vida,
que me diga dónde está.
CÉSAR (¡Válgame Dios! ¿Qué será?).
CHIRIMÍA Señor César.
CÉSAR (Quiero ver
a Enrique, para saber
este encanto, este secreto).
CHIRIMÍA Señor César. ¡Qué cruel
está! Pues ya se acoge,
señor César, aunque se enoje...
¡Señor César! Voy tras él.
Vase. Salen Ludovico y los príncipes.
LUDOVICO Mil dificultades toco,
si lo que vi verdad es.
TARANTO Llamado nos han, marqués,
de tu parte.
LUDOVICO Escucha un poco.
Enrique no es traidor:
con el rey ha declarado
lo que tenemos tratado;
riesgo corre nuestro honor
sin duda.
TARANTO Pues declaremos
los ánimos arrogantes
y rebelémonos antes,
pues ese peligro vemos,
LUDOVICO No es tiempo, y viene gran daño
a los nuestros.
SALERNO ¿Qué dispones?
LUDOVICO A una traición dos traiciones,
dos engaños a un engaño.
Sale el rey.
REY ¡Oh mis parientes y amigos!
LUDOVICO Mas bien lo dirás agora
en sabiendo nuestros pechos.
Señor, anoche a la hora
que tú viste que salimos
de palacio, como propias
personas tuyas, y espías
de tu frente y tu corona,
como tus vasallos, fuimos
a casa de Enrique, y su propia
persona ofreció le dar
en ayuda del francés.
REY ¿Eso pasa?
TARANTO Y más que ahora
nos dijo que era fingida
su caída cautelosa,
porque quieres desta suerte,
con esta industria ingeniosa,
conocer tus enemigos.
REY Si fuese verdad...
SALERNO Conozcan
nuestro valor cuantos vasallos
humanos reyes adoran.
Él trata de dar a Carlos
este reino, y esta hermosa
ciudad, que de luz serena
los rayos del sol corona.
CAUTELA CONTRA CAUTELA 6 5 7
REY Yo os agradezco el aviso.
Dejadme solo.
Vanse.
REY ¿Qué sombras
son estas, que a la amistad
turban la luz generosa?
Estos tres han sospechado
que sé su intento, y abonan
deste modo su traición;
mas saber que es cautelosa
mi mudanza y la caída
de Enrique, parecen cosas
de que han violado el secreto
los candados de su boca.
Pero también pudo ser
malicia destos. ¡Qué propias
son las sospechas al hombre!
Sólo Dios, como no ignora
los humanos corazones,
es inmutable en sus obras.
Sale Elena.
ELENA Aviso a tu majestad...
REY ¿Qué dices, Elena hermosa?
ELENA Que don Enrique se escribe
con el rey de Francia: importa
que sepa tu majestad
si hay por qué se correspondan
sin ofender su lealtad.
Pero yo no lo sé sola:
esta verdad aseguro,
y si de César te informas,
sabrás la verdad del caso.
REY Hágate el cielo dichosa
como bella, noble y leal.
ELENA A quien soy lo debo.
Vase.
REY Rompan
los silencios de mi amor
las voces más rigurosas
que dio monarca en el mundo.
Si la dama que le adora,
si la dama que le estima,
acusa a Enrique, ¿es impropia
su culpa? Indicios son fuertes,
que la verdad acrisolan;
pero no he de sospechar
de su lealtad generosa.
Apelo de Elena a César,
de su dama a Enrique. ¡Hola!
CRIADO Señor.
REY Mirad si está César
en la antecámara. (Todas
las amistades humanas
¿han de ser tan sospechosas?).
Sale César.
CÉSAR ¿Qué me mandas?
REY Dime, César
(atendiendo a que me importa),
si Enrique se comunica
con el rey Carlos.
CÉSAR (Perdona
amistad, porque más debo
a mi rey).
REY No pongas
temor y duda a la lengua;
la voz desata animosa.
CÉSAR Señor, sí, yo tengo...
REY Calla,
basta ese sí, para que oiga
mis quejas el mismo cielo
y la sangre se recoja,
desamparando las venas,
al corazón, cuando roban
sentimientos naturales
su actividad y transforman
en fuego su yelo. Vete,
que un desengaño es ponzoña,
y basta la que en dos letras
me diste a beber agora. [Vase César].
Otra vez pienso dudar;
haga finezas preciosas
el amor que a Enrique tengo:
apelo otra vez. ¿Hay otra
apelación donde pueda
aliviarse la memoria
de la dama y el amigo?
Si en los votos se conforman,
¿a quién se puede apelar?
Apelo a él mismo: su boca
será el último testigo.
Si él no lo confiesa, ponga
la envidia mil asechanzas,
que mil serán mentirosas.
Esta puerta he de cerrar,
y quedar con él a solas,
que en mi camarín le tengo.
¡Oh, cómo está temerosa
el alma! Amistad, ¿qué es esto?
¿Ajenas culpas me asombran?
¿Delitos de otro me hielan?
Enrique...
ENRIQUE Señor.
REY Conozcan
los cielos que nos alumbran
que eres quien rompes y cortas
los lazos del amistad,
y yo no: tú me provocas
a la cólera mayor
que dio a tigres ni leonas
heridas Naturaleza;
y ansí con mis manos propias
quisiera tomar venganza.
ENRIQUE (Sin duda que hay quien nos oiga
otra vez, pues finge el rey
que le ofendo, y que se enoja).
REY ¿Con Carlos te comunicas,
sin avisarme las cosas
que tratas con él? ¿Tú escribes
a mis contrarios?
ENRIQUE (Agora
no he de errar cual la otra vez
disculpándome, que importa
fingir este enojo bien).
Confieso, señor, que tornas
a enojarte justamente.
Carlos me escribió.
REY ¿Quién osa
confesar así sus culpas,
que a morir no se disponga?
Mira, ingrato, qué me debes;
que hasta oírlo de tu boca
el crédito suspendí,
y aun está el alma dudosa,
si eres tú quien lo dijiste.
ENRIQUE Señor, señor, ¿no hay persona
ninguna tras el cancel?
REY Hay malicias cautelosas
tras el cancel de tu pecho,
y eso basta. ¡Tú blasonas
de agradecido español!
ENRIQUE Solos estamos, y todas
las puertas están cerradas:
no finjas más; que me roban
los temores el aliento.
REY De veras hablo, no pongas
intervalos a mi enojo,
y mi cólera interrompas.
ENRIQUE (¡Válgame Dios! ¿En qué parte
pueden escucharnos? Sola
está la cuadra y apenas
hay quien distinga y conozca
si lo que finge es de veras.
Aun el alma, que no ignora
que es ficción, está temiendo).
REY No disimules, pues tocan
tus traiciones en los rayos
de mi luz majestuosa.
¡Ah capitán de mi guarda!
Prended a Enrique.
ENRIQUE Quien loca
llamó a la fortuna, dijo
la verdad. Si me aprisionas
señas son que tú me has dado
para que en ti reconozca
que tu enojo es verdadero.
¿Qué mucho en la parda concha,
engendre perlas el alba,
si cuando el sol se transmonta,
mengua su cándido humor,
que aun no llegó a ser aljófar?
Huye el sol deste hemisferio,
caduca deja su pompa;
todo pasa desta suerte:
tú eres sol, fui flor hermosa;
escondísteme tus rayos,
perdí el verdor a tu sombra.
Sale el capitán.
CAPITÁN ¿Qué mandas?
REY (Ya estoy remiso).
Sale Porcia.
PORCIA (Ánimo, segunda Porcia,
que las batallas de amor
no tendrán brasas que coma).
Señor, a pedirte vengo,
atrevida y pïadosa,
que justifiques las culpas
de don Enrique, y conozcas
que no es bien que tú te enojes,
sin mirar que la paloma
al aire blanca parece,
aunque sea negra toda.
El agua clara en un vidrio,
turbia a nuestro ser la tornan
los rayos del sol hermoso;
en las cristalinas ondas
corvos parecen los remos;
muchos espejos nos borran,
si en las cosas claras vemos
que hay peligro, en las dudosas,
¿qué será, rey poderoso?
Natural intercesora
mi piedad sea esta vez.
REY Sí será. Condesa hermosa.
(¡La que le quiere, me avisa;
la que no le quiere, aboga
por Enrique! Aquí hay engaño).
Bien está, gallarda Porcia.
PORCIA Vivas más que vive el fénix,
inmortal en sus aromas.
(Y viva Enrique también,
que me mira y me enamora).
Vase.
REY Salíos fuera, y llama a César.
ENRIQUE (Porcia con vista amorosa
me miró: todo se trueca).
REY Ven acá, dime: ¿qué cosas
tratas con el rey de Francia?
ENRIQUE Yo, ningunas.
REY ¿Cómo agora
dijiste que te escribía?
ENRIQUE Porque imaginé que a solas
no estábamos, y importaba
hacerme culpado: sola
hay una firma del rey,
que en tu presencia dichosa
me dio el príncipe Taranto.
REY Dame acá esa firma.
ENRIQUE Toma,
que para lo que ordenares,
te la he guardado hasta agora.
Lee el rey.
REY «Como has entrado en palacio,
no he podido, mi señora,
responder, como debía,
a tu papel y a tus joyas...».
ENRIQUE ¡Válgame Dios! El papel,
sin atención ni memoria,
troqué con uno de Elena.
REY (La verdad aliento cobra).
¿Quién a Elena lo llevó?
ENRIQUE César.
REY ¡César!
CÉSAR Señor, ¿qué mandas?
REY (Gozosa.
siento el alma).
¿Qué papel
diste a Elena?
CÉSAR Sospechosa
hizo mi fe aquesta firma.
REY Quien no apura ni acrisola
la verdad, errores hace.
Enrique amigo, perdona:
no dudé de tu lealtad;
pero me turbaron sombras
de aparentes culpas. Mueran
los príncipes que alborotan
mis Estados.
ENRIQUE Mira bien
que si los cuellos les cortas,
sus parientes y vasallos
tomarán armas traidoras.
REY Yo tengo para matallos
una cautela ingeniosa.
Publíquese que en mi gracia
estás.
ENRIQUE Dame por esposa
a Elena, que bien se publica.
REY Pues prevén luego tus bodas.
ENRIQUE Y las de César, señor,
si dais licencia, con Porcia.
REY Si ella gusta, norabuena.
CÉSAR Vivas edades dichosas.
Vanse los dos.
REY Ellos mismos han de ser
los que muerte rigurosa
se han de dar; que desta suerte
aseguro mi corona.
¡Príncipe!
Sale el de Taranto.
TARANTO Señor, ¿qué mandas?
REY A mí, príncipe, me importa,
que la muerte des a Enrique,
sin que ninguno os conozca:
en este papel va el orden
que habéis de guardar.
TARANTO Mil troyas
abrasará mi obediencia,
mil capitolios de Roma.
Dice el papel:
«Iréis, príncipe amigo,
con máscara, a la usanza destos días,
a la plaza del Olmo y en las Ninfas,
que una fuente en su espacio cristal vierte,
donde hallaréis a Enrique, que esperando
está, para ir a ver unos festines.
Un lienzo sacará, sacad vos otro,
y muerte le daréis sin que os conozca.
Llevad gente en resguardo, y romped este».
Yo voy a prevenir lo necesario;
y los deudos y amigos que tuviere,
a prevenirlos, y vestir, y todo.
¡Viven los cielos, español perjuro,
que de mis brazos no estaréis seguro!
Vase y sale el de Salerno.
REY ¡Ah príncipe de Salerno!
SALERNO Gran señor.
REY Este orden toma,
y a Enrique darás la muerte,
como ahí va escrito.
SALERNO Ponga
leyes en mí tu grandeza,
que guardadas serán todas.
REY Riguroso, ni tirano
me llame el mundo, pues obran
la equidad y la justicia
tal vez cautelas heroicas,
Vase el rey y Salerno lee el papel.
SALERNO «Con máscara, pues son Carnestolendas,
esperaréis a Enrique, que pensando
que yo voy a la fuente de las Ninfas,
que en la plaza del Olmo cristal vierte,
un lienzo sacará: haced vos lo mismo,
llevad vuestros amigos y parientes,
y muerte le daréis sin que os conozca:
hacedlo con secreto y romped este».
Ahora este español que nos revela
el secreto jurado, verá el pago
que merece un traidor. Voy a vestirme
¡viven los cielos, español villano,
que hoy habéis de morir por esta mano!
Vase y sale Porcia y Elena. Sala en casa de Elena.
ELENA Porcia, si de mí te fías,
y conoces mi afición,
dime cuál es la ocasión
de tantas melancolías.
Vienen días, pasan días,
Y tú tan triste: ¿qué es esto?
PORCIA En este estado me ha puesto
un amoroso rigor:
prima, la muerte es menor.
Enrique el alma ha dispuesto
desta suerte.
ELENA ¡Ay prima mía!
¡Qué necios son tus amores!
Sin duda desos errores
nació tu melancolía.
En dos modos desconfía
dese amor.
PORCIA ¿Y cuáles son?
ELENA Que no te tiene afición,
y que es pobre.
PORCIA La primera,
a ser razón verdadera,
aumentará mi pasión.
ELENA Es tan verdad, que me quiere,
es tan verdad, que desea
ser mi esposo. ¡No lo vea,
plega a Dios!
PORCIA Y si lo fuere,
y mi desdicha lo viere,
viva en su dichoso estado,
alegre y enamorado,
más que el sol girando cielos.
ELENA ¿Bendiciones y no celos?
¡Grande amor!
PORCIA (¡Y gran cuidado!).
Sale el rey.
REY Condesas, felizmente
solas y juntas os veo,
cuando casaros deseo.
con un varón eminente,
que le quiero justamente:
a Elena su gusto sigo,
y a ti, Porcia, con su amigo.
ELENA (Ludovico es, pues que dice
que le quiero).
Soy felice,
tuya soy.
PORCIA Lo mismo digo.
Sale Ludovico y Julio.
LUDOVICO (Deme amor atrevimiento,
que, por ti la más hermosa
ocasión, y más honrosa
que hay en todo el mundo intento).
Un gallardo casamiento
codicio, humilde te pido
me hagas felice marido
del dueño que siempre fue
dueño de mi amor y fe.
REY ¿Quién es?
LUDOVICO Doña Elena ha sido.
Sale Chirimía.
CHIRIMÍA Señor, señor, si te mueve
a piedad esta tragedia,
de un desdichado jüicio,
bien es que lástima tengas.
Don Enrique, mi señor,
con el dolor y la pena
de verse en desgracia tuya,
está loco; es de manera,
que ha dado en decir muy grave
a los amigos que encuentra:
«Bien está, dadme después
memoriales». No hay quien crea
que ya, pobre y desdichado,
nuevo papel representa
de privado en este mundo.
Dadnos, gran señor, licencia
que nos volvamos a España;
que mudando aires y tierras,
sanará desta locura.
Y porque veas que es cierta
su locura, como digo,
vesle aquí: en palacio se entra.
Salen algunos, con Enrique.
ENRIQUE Al rey, mi señor, diré,
vuestros méritos.
CHIRIMÍA ¡Oh pesia
la madre que te parió!
Deja esas locuras necias
ENRIQUE Dame, gran señor, tu mano.
REY Vení, amigo, norabuena.
CHIRIMÍA (¡El rey le sigue el humor!).
PORCIA (¿Hay desdicha como aquesta?).
ENRIQUE En feliz hora vendré,
si me das, señor a Elena.
ELENA (No me faltaba otra cosa).
CHIRIMÍA ¿Hay locura como aquella?
Sale César.
CÉSAR Escucha, señor un caso
el más funesto.
REY ¿Qué hay, César?
CÉSAR Los dos príncipes amigos
a quien por dueños veneran
Salerno y Taranto, agora
con máscaras y libreas,
como en Nápoles se usa,
porque son Carnestolendas,
una batalla se han dado,
quedando muertos en ella
muchos parientes y amigos
de ambas partes, sin que sepa
nadie la causa.
REY ¿Y los dos?
CÉSAR Con más heridas que César
en el Senado, murieron.
REY Los que han quedado se prendan
para saber la ocasión,
y entre tragedias funestas
prosiga Elena sus bodas.
ENRIQUE Vivas edades eternas.
REY Paso, Enrique: no sois vos
el dueño que ella desea.
ENRIQUE ¿Pues quién, señor?
REY Ludovico.
ELENA De Ludovico y Elena
son las bodas que el rey dice.
ENRIQUE ¡Pues cómo, ingrata! ¿Estas letras
y diamantes, no publican
tu mudanza? Di.
PORCIA Las piedras
han de confesar mi amor.
ENRIQUE ¿Este papel no es de Elena?
ELENA La letra sí, las razones
de Porcia son.
ENRIQUE ¿Pues no era
esta joya tuya?
ELENA Sí,
mas dísela a Porcia.
PORCIA Sepan
que fueron finezas mías:
publíquese, no me pesa.
ENRIQUE ¿Qué haré, César?
CÉSAR Ser de Porcia
infinitos años.
REY Sea
almirante y canciller
Enrique, y luego le vuelva
el título de marqués
Ludovico; el mundo entienda
que ha asegurado mi reino,
y que bien le quiero. Prendan
a Ludovico.
LUDOVICO ¡Señor!
¿Por qué a mí?
REY Porque no quieras
dar a Carlos mi corona.
ELENA ¡Engañada soy!
REY No seas
interesada, ambiciosa.
CHIRIMÍA ¿Luego no ha sido de veras
su caída? Julio amigo,
vengueme: esta vez te cuelgan.
ENRIQUE Prospere el cielo tu vida,
gran Alfonso; y aquí tenga
fin la historia que se llama
Cautela contra cautela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario